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Unos estudiantes australianos reproducen el fármaco para la Toxoplasmosis que Martin Shkreli subió un 5.000%

Los orgullosos estudiantes de química de la Sydney Grammar School | Foto: University of Sydney

Marta Peirano

La pirimetamina está en la lista de medicamentos esenciales de la Organización Mundial de la Salud. Se usa en combinación con la sulfadiazina para tratar y prevenir parásitos como la toxoplasmosis y la malaria, especialmente peligrosos en personas embarazadas o con inmunidad debilitada por una infección de VIH.

La única empresa con licencia para vender el fármaco se llama Turing Pharmaceuticals y su nombre comercial es Daraprim. Hace poco más de un año vivió un momento de protagonismo cuando el CEO de Turing Pharma, un joven empresario llamado Martin Shkreli, infló el precio del medicamento un 5.000%, de 13,50$ por pastilla a 750$. Shkreli acababa de comprar la receta. El producto tiene ya 62 años y su coste de producción es de 1$ la unidad.

Once estudiantes y un laboratorio de instituto

“Las compañías que nos precedieron lo estaban prácticamente regalando”, le dijo Shkreli a Bloomberg. Los ruegos de la Sociedad de Enfermedades Infecciosas de América, la Asociación de Medicina para el VIH y otras instituciones internacionales no le ablandaron, aunque accedió a “negociar” el precio en algunos países. Consideraba el joven emprendedor que el mercado permitía que una empresa con una patente valiosa estaba justificada si explotaba comercialmente esa ventaja, puesto que la ley se lo permite. Una lección del capitalismo que entonces jugó a su favor hasta que unos estudiantes australianos consiguieron replicar esta semana el venerable medicamento con el respaldo de la Universidad de Sydney y el Open Source Malaria Consortium, produciendo 3,7 gramos de pirimetamina. Al precio impuesto por Shkreli, 110.000 dólares.

Predicar con la receta

La idea se le ocurrió a Alice Williamson, una profesora de química en la Sydney Grammar School que estaba furiosa con Shkreli, no solo por el impacto de su artimaña sino porque la fórmula del medicamento le parecía coser y cantar. “Pensé que si podríamos demostrar que un grupo de estudiantes sin experiencia podían fabricarla en un laboratorio escolar -explicó a la prensa- podríamos mostrar hasta qué punto era ridículo el precio”. Desde que el colegio hizo público el proyecto y sus resultados, muchos han buscado a Martin Shkreli en twitter para chotearse de él.

De momento, Shkreli no ha hecho nada verdaderamente estúpido que le valiera renovar su título de “el hombre más odiado de Internet” por enésima vez. Como pedir responsabilidades legales a los chicos o a su colegio por infracción de copyright. Sería un caso difícil de ganar porque no tiene la patente solo los derechos exclusivos para venderla. Pero el hombre que compró el disco de Wu Tang clan por 1.7 millones de dólares e incumplió su promesa de liberarlo ha contestado en su tono habitual que la hazaña no es para tanto.

[¿Qué es lo que han demostrado? Casi cualquier medicamento se puede fabricar a pequeña escala por poco dinero. Me alegro de que te ponga tan contento, bro.]

También ha dicho que aprender a sintetizar no es innovar. Matthew Todd, profesor en la universidad de Sydney y fundador del Open Source Malaria Consortium , le ha contestado en los medios:

Por un lado está Don Shkreli, que compró algo que ya existía y le subió el precio. Por otro lado están estos estudiantes que han hecho esto en sus ratos libres con una profesora. Tuvieron que desarrollar el proyecto y trabajar en él. Dime cuál de los dos está innovando.

El triunfo es, en realidad, simbólico. La patente de la pirimetamina ha vencido, pero esto no significa que el colegio o los estudiantes puedan vender el medicamento, al menos no en EEUU. “Si quisiéramos lanzar el fármaco en EEUU tendríamos que superar otro ciclo de pruebas clínicas y habría que comparar el producto de la escuela Sydney Grammar con el oficial. Y para hacerlo, Turing [Pharma] tendría que darnos su producto”.

Está por ver el impacto de la ciencia de código abierto sobre décadas de lobbies farmacéuticos, pero ya sabemos que once estudiantes en un laboratorio de instituto son capaces de producir un fármaco millonario sin suspender el resto del curso. Un ejemplo para todo el mundo, incluyendo los centros de experimentación cultural.

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