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OBITUARIO
Seguiremos citando a Janet Malcolm

La temida, adorada y definitivamente leída Janet Malcolm

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Diez años trabajando en una editorial especializada en textos periodísticos me han enseñado dos cosas. La primera es que soy un candidato excepcional cuando los medios de comunicación buscan que alguien les escriba el obituario de un periodista famoso. En este mismo medio escribí el de Tom Wolfe, y ahora estás leyendo el de Janet Malcolm, periodista que nació en Praga en 1934, que empezó a escribir en The New Yorker en 1963, que publicó su último artículo en ese medio hace dos años y que ha muerto esta semana en Nueva York a los 86 años por un cáncer de pulmón. Y la segunda cosa que he aprendido durante estos diez años es que a los periodistas nos apasiona citar a Janet Malcolm.

No es ninguna exageración. Sin ir más lejos, la penúltima traducción que publicamos en Libros del K.O. contenía una cita de Janet Malcolm. Y no es la única en nuestro catálogo. Y ya ni hablemos si contamos los manuscritos que llegan con frecuencia a nuestro buzón de correo. Quizás su cita más repetida —la encontrarás en casi cualquier obituario de la autora, y este no va a ser menos— sean las primeras líneas de El periodista y el asesino (1989), un libro que trata sobre cómo un abogado se aprovecha de la confianza de su cliente, algo que Malcolm relaciona con la conflictiva relación entre el periodista y sus fuentes: «Todo periodista que no sea demasiado estúpido o demasiado engreído para no advertir lo que entraña su actividad sabe que lo que hace es moralmente indefendible».

Y no me extraña que se haya convertido en una cita tan recurrente. Volved a leerla. ¡Contemplad qué cita! Son 26 palabras con la proporción exacta de introspección y paradoja. Es una cita que, si eres periodista, te habrá hecho pegar un bote en el sofá y que se te habrá enganchado luego en el estómago. Confieso abiertamente que la encuentro exagerada (aunque tampoco descarto que yo sea una persona demasiado estúpida o engreída), y que a mi juicio eso también explica parte de su éxito. Existe un punto irrenunciable de exageración en las citas más recurrentes. Pero, en cualquier caso, nos sitúa delante de una de las constantes en la obra de Janet Malcolm: la severidad de su juicio hacia su profesión y hacia sí misma.

Que hable tanto de su profesión y de la actividad literaria es, sin duda, una de las razones de que las citas de Janet Malcolm sean tan populares entre periodistas. Porque los periodistas somos profundamente autorreferenciales. «Los periodistas se quieren unos a los otros como miembros de una familia, en su caso de una especie de familia criminal». Vaya, me ha vuelto a pasar: he citado a Janet Malcolm.

Pero cometeríamos un error si encapsuláramos a Janet Malcolm en sus propias citas. Pasó más de medio siglo escribiendo, y entre sus intereses más recurrentes exploró los juicios, los artistas y el psicoanálisis. Uno de sus textos más hermosos es «Cuarenta y un intentos fallidos», un artículo publicado en 1994 —e incluido en un libro con el mismo título— en el que la periodista recopila los cuarenta y un intentos fallidos de comenzar un perfil del pintor David Salle. Si lo despojamos de su envoltorio de ejercicio literario, el texto describe a la perfección la cosmovisión del retratado. Que es lo que, al fin y al cabo, le pedimos al periodismo: las proporciones exactas de comunicación y conocimiento.

Y creo que esto es lo que hay que buscar cuando uno lee a Malcolm, más allá de sus citas. En un momento del juicio que narra en Ifigenia en Forest Hills (2011), la periodista reproduce las siguientes palabras de un abogado llamado Stephen Scaring: «El padre de Daniel es actor aficionado, y todos sabemos lo que hacen los actores: inventar». Y la propia Malcolm le corrige a continuación: «Esta afirmación es absurda; los actores no inventan nada, simplemente se ciñen al guión. Era Scaring quien estaba inventando. Si hay una profesión (aparte de la de novelista) cuya tarea consiste en inventar es la de abogado defensor». Al mismo tiempo en que reflexiona sobre su profesión, como vemos, Janet Malcolm desenmascara lo que la rodea. «La fragilidad humana sigue siendo moneda de cambio y la maldad, el impulso que anima al periodista», escribe en ese mismo libro, poniendo su ya consabida severidad al servicio del conocimiento.

Quizás Janet Malcolm caiga en ocasiones en la autorreferencialidad y se aleje demasiado de lo que defendía el filósofo francés Pierre Zaoui: dar un paso atrás para “permitir la libre circulación de roles, formas y fortunas”. Pero también creo que, como periodistas, tenemos que seguir citando a Malcolm. Primero, porque pertenece a una generación de periodistas que se abrieron hueco en un mundo tremendamente masculinizado, como Gloria Steinem y Joan Didion, entre otras. Y también porque citarla es una manera de bajarnos los humos y de desenmascarar las mentiras que tantas veces nos contamos a nosotros mismos. Y también las que nos llegan desde fuera.

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