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A favor y en contra de 'Las chicas del cable' como marca España

A favor y en contra de 'Las chicas del cable'

Mónica Zas Marcos / Cristina Armunia Berges

Todas las series que aterrizan en nuestro país soñarían con una campaña como la de Las chicas del cable. El monopolio de fachadas y marquesinas, una posición estrella en la portada de Netflix y entrevistas con el equipo en todos los medios. Esto último, de hecho, sirvió para atraer al público después de una bochornosa entrevista en El Hormiguero.

Las cuatro actrices invitadas reaccionaron a las preguntas de Pablo Motos con una mueca de estupor. Ellas iban a hablar de mujeres que desafiaron el machismo de los años 20, pero el presentador insistió en saber si bailaban reggaeton porque “las chicas se dividen entre las que saben perrear y las que no saben perrear” o cuánto tardarían en despellejar a una mujer guapa. Contestaron cortantes pero educadas. La promoción requiere sacrificios y un buen trago de bilis. 

Lo que ellas no pudieron soltar en uno de los espacios con más audiencia de nuestra televisión se retomó en las redes sociales. Motos fue ridiculizado por el tono del programa, aún más inapropiado con una serie que vende el feminismo en cada uno de sus teasers. El incidente saltó de Twitter a los periódicos y, de pronto, Las chicas del cable llamaron la atención de un público inesperado, joven y combativo.

Eso hasta que su productora Bambú salió a defender al Hormiguero en público y a tildar las críticas de “completamente injustas”. Después fue Blanca Suárez, la cara más conocida del elenco principal. “Me enteré de chiripa. Y si te soy sincera, no lo entiendo demasiado. Entiendo a qué se refieren, pero yo no lo sentí así estando allí”, dijo la actriz.

Poco a poco todos los actores se fueron desvinculando de la etiqueta “feminista” y, lo que empezó siendo un reclamo, se ha convertido en la palabra maldita de las entrevistas.

Un mensaje contradictorio que se coronó con una guinda servida por Yon González, que interpreta al galán de la trama. Sus incendiarias declaraciones sobre el machismo y el feminismo fueron reveladoras. ¿Cómo quiere Las chicas del cable homenajear a quienes lucharon por la emancipación femenina si sus propios actores reniegan de ese legado? 

Polémicas aparte, hemos visto la serie de Netflix y, otra vez, discernimos en algunas cosas. Sabemos que es más de lo mismo. Pero, ¿merece la pena dedicarle un rato a este producto? Aquí van algunas razones a favor y otras cuantas en contra.

Las chicas del cable no tiene una trama intelectual de corruptelas políticas, ni la quiere, ni se la espera. Bambú Producciones sabía muy bien qué debía hacer para contentar a la plataforma de video on demand más poderosa del mundo. Es decir, crear un melodrama romántico, de fácil digestión y con la intriga suficiente para aprovechar la reproducción automática de Netflix. 

Sentarse a ver este producto pensando que podría haber sido House of Cards, Stranger Things o (inserte aquí cualquier serie aplaudida de la plataforma) es un error garrafal. Pensar que pierden público al no apostar por una idea original o más relevante también lo es. Netflix no aterrizó en España para beberse una sangría e invertir en nuestro país de paso. La empresa llegó con un objetivo claro, fruto de un estudio de mercado y siguiendo el rastro del dinero. 

No quería dar aire fresco a la producción española, sino nutrirse de lo que aquí da dinero y funciona: eso es Velvet. Su productor explicó en esta entrevista las razones, y fueron bastante claras. El melodrama romántico -o culebrón, en otras palabras- es lo que se ve en los hogares españoles y latinos. Bambú solo apostó por hacer un género de mayor calidad.

La etiqueta de serie de culto, que tanto se respeta hoy en día, tiene algo de totalitaria. Relega al resto de ficciones a ser porquería televisiva. Pero los datos no mienten y, por mucho que queramos disfrazarlos de indignación, Netflix ha escuchado lo que quiere “el pueblo”. Las chicas del cable han sido diseñadas para alcanzar a una audiencia desatendida y predominante; y posiblemente lo consigan.

Además, al no tener grandes aspiraciones, es difícil decepcionarse con la serie. Ofrece lo que promete. Su elección de cásting es inteligente, la trama es rápida y la estética presume del presupuesto de un gigante empresarial. No más cartón piedra ni decorados iguales para diez temporadas. Nos creemos el Madrid de los años 20 y, aunque algunos actores hayan echado al traste la lección feminista, el mensaje contra la opresión de la mujer está ahí. Algo que en Velvet y en Gran hotel, por ejemplo, no ocurre.

Amor, amor y más amor. Nada de los bajos fondos madrileños de los años 20, poco de una historia que se aproximaba hacia su II República y hacia la Guerra Civil, y pinceladas de una clase corrupta que extorsionaba al ciudadano de a pie y que pinchaba tu teléfono para evitar levantamientos. Los temas más interesantes de esta serie española quedan relegados a un segundo o tercer plano. ¿Por qué? nos preguntamos. Pues, por amor.

La principal razón por la que no recomendar esta serie de Netflix, la primera con sello español que llega a la plataforma digital, es porque es un melodrama romántico. Ni más ni menos. Aunque es verdad que los creadores han intentado teñirla con feminismo, algo de historia y secuencias con regusto a thriller, lo cierto es que Las chicas del cable es un entresijo de historias románticas.

Las protagonistas son cuatro mujeres que tienen tres problemas capitales: los hombres que las rodean, sus conflictos familiares y conservar el trabajo que les otorga su libertad. Pero el amor, propio de las comedias de enredo, lo cubre todo.

Una tiene un marido que le engaña con una compañera de trabajo, otra huye de la justicia porque se quedó 'sola' en Madrid al perder a su primer novio, otra es lesbiana y se enamora de una compañera de la compañía, y la última es una chica de pueblo, una 'paleta' sobre la que recaen todos los puntos humorísticos de la trama (un trato un poco injusto).

– ¿En serio has traído anís, Marga?

– Bueno, es lo que se estila en mi pueblo.

La pobre no sabe de cócteles y cree que Virginia Woolf es una colega de sus compañeras de trabajo.

Tampoco convence el retrato plagado de estereotipos que se hace de los hombres de los años 20 para subrayar, desde el minuto uno de la serie, el machismo imperante de la época. En el primer capítulo da la sensación de que todos los hombres que aparecen quieren matar, extorsionar o violar a las protagonistas. Pero el desarrollo de esos personajes y de ese machismo radical se queda ahí, no se ahonda en el problema. Da la sensación de que se trata con mucha superficialidad un conflicto mucho más complejo.

La estructura, la manera de hilar la historia, los diálogos e incluso la forma de actuar de algunos de sus protagonistas es una continuación de otras series muy conocidas para el público español como Gran hotel y Velvet. Por tanto, los seguidores de este tipo de contenidos de éxito no van a encontrar nada nuevo en la propuesta de Bambú Producciones. “Propusimos mil cosas y nos dijeron 'queremos Velvet', es decir, una serie femenina de época”, explicaba Ramón Campos, responsable de la productora, en una entrevista concedida a eldiario.es.

Así que, mientras unos exportan comedias maestras, intrigantes historias de narcos colombianos o ciencia ficción en estado puro, nosotros exportamos melodrama fácil, sencillo y para toda la familia.

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