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'Halt & Catch Fire', el drama tecnológico que se vino muy arriba

Halt & catch fire: todos los caminos salen de un garage

Marta Peirano

Aunque entretenida, la primera temporada de Halt & Catch Fire era un pastiche bastante presumido en el que cada personaje parecía haber sido secuestrado de cualquier otro sitio. El visionario Joe MacMillan, aspirante a Steve Jobs con aires de Don Draper pero vestido de Don Johnson en Miami Vice. Intensito con problemas existenciales. Manipulador torturado y autodestructivo. Gordon Clark, el Wozniak para su Jobs; equipado con sus gafotas, su barba y su TOC a juego, carente de habilidades sociales o domésticas.

Las chicas también venían enlatadas: Donna, la ingeniera brillante pero sepultada bajo la colada, los hijos, su marido, su jefe y sus padres y el mundo chovinista en general. Cameron, la enfant terrible, genio del código, machirula con cara de cervatillo, adelantada intratable. De todos, el único personaje querible era el secundario Toby Bosworth, comercial curtido con el corazón de oro, interpretado con gran panache por el irresistible Toby Huss.

Cuando la tecnología era indistinguible de la magia

Pero tenía aciertos de genio, como Texas. Qué alivio salir del manoseado Silicon Valley de Kevin Kelly, Stewart Brand y Bruce Sterling para retroceder a la Pradera, 1983, donde reinan Texas Instruments y Electronic Data Systems y las startups se llaman Compaq y Dell. Como en Mad Men, algunos hilos estaban prestados de la historia: Compaq robó realmente la arquitectura del IBM PC, universalizando el sistema de arranque BIOS y abriendo el mercado informático a empresas más pequeñas y forrándose en el proceso.

Hay guiños pop, como cuando Cameron sugiere Lovelace como nombre para su máquina y los chicos creen que está homenajeando Garganta profunda. Hay números míticos de la revista Byte, conversaciones sobre el Umbral Doherty, que dice cómo de rápida tiene que ser la respuesta de un ordenador para empezar a ser adictivo (¡400 milisegundos!). Y Cardiff Electric es un nombre tan bueno que resulta difícil creer que nunca existió.  

Sus grandes momentos tenían la magia del carrusel de Don Draper, como cuando MacMillan entra en una habitación iluminada por velas donde está el Apple Macintosh y todo su proyecto se viene abajo. ¡Qué importa el PC cuando el Macintosh habla! Y están los grandes temas del medio, como el drama de llegar demasiado pronto, que es casi tan malo como no llegar; como cuando Gordon sacrifica el visionario sistema operativo de Cameron y lo cambia por un software convencional para competir con otros equipos. O la chispa de reconocimiento entre visionarios, que comparten visión pero no siempre estrategia.

Pero le faltaba vida. Incluso esos mejores momentos parecían anuncios publicitarios diseñados para amas de casa, cada eureka un ejemplo forzado de descubrimiento a toro pasado: el portátil de 23 kilos, la placa base comprimida, el sistema operativo personalizado, el marketing de guerrilla. Todo eso cambió con la segunda temporada, cuando la serie despegó como un cohete, dando un giro fenomenal. 

¿Quién no ha querido disparar a sus amigos alguna vez?

Para empezar, el drama abandona Cardiff y se centra en Mutiny, la start-up que montan Cameron y Donna en 1985. Sus personajes crecen, claramente inspirados en pioneras del videojuego como Roberta Williams, Donna Bailey y Carol Shaw. La historia se centra más la resolución de problemas técnicos y desarrollos plausibles e interesantes, como cuando la empresa se pone a hacer videojuegos y descubre sin querer el IRC.

Se repite el conflicto entre el temperamento ordenado y rutinario de la ingeniera y la productividad anárquica de la visionaria, pero sus enfrentamientos carecen de testosterona, lo que resulta un descanso para todos y todas. Además,  tienen razón las dos: Cameron quiere hacer juegos multijugador online y Donna quiere hacer la red social, las dos industrias que treinta años más tarde dominarán el mercado. Ellas no lo saben pero nosotros sí.

Hay hilos argumentales aburridísimos, como la crisis de Gordon o el noviazgo de Joe, y otros de corte social, como el del programador que sale del armario en uno de los canales anónimos. Entre los más satisfactorios está la lección de ingeniería social que da Cameron a MacMillan al final de la temporada. Pero la cumbre es una secuencia tan llena de amor por la cultura hacker que es pura felicidad televisiva, cuando Cameron y su empleado/novio Tom inventan el First Person Shooter y la sede de Mutiny se convierte en las mazmorras del Doom con Don't wanna loose de Ex Hex como banda sonora.

California, circa 1986

La nueva temporada lleva dos episodios y está claramente enfocada en un tema de rabiosa actualidad: la seguridad. Estamos en Silicon Valley, circa 1986. Es el año del manifiesto hacker, de la catástrofe de Chernóbil, del nacimiento de IMAP, Listserv y Pixar. Mutiny celebra su usuario número 100.000 y su emancipación de los servidores externos. Cameron repasa los logs de sus usuarios en busca de errores, leyendo sus conversaciones en el proceso, vulnerando su intimidad. Joe se ha hecho de oro con Joe MacMillan Security, una empresa de antivirus cuyo lema es Are you safe? (¿estas a salvo?). Huelga decir que está más Jobs que nunca. 

Según sus responsables, veremos caras conocidas –CompuServe, America Online– y le saca bastante partido al choque cultural entre Texas y California. “Allí la gente te dice las cosas a la cara, aquí te sonríen y te la clavan por detrás”, dice Huss.

Donna y Cameron buscan financiación para un nuevo proyecto que de momento suena mucho a eBay. El sexismo es a cara de perro, pero llegan dos personajes nuevos: un programador obsesivo y ambicioso y una alta ejecutiva que promete interesantes complicaciones. De momento, sigue siendo una de las series sobre tecnología más interesantes de la televisión de ahora y de siempre, junto con la descacharrante Silicon Valley y la fenomenal The Good Wife.

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