¿Son las nuevas series de derechas?
Chico conoce chica. Viven en tiempos complicados. Chico y chica no pueden estar juntos. Se masca la tragedia. Chico y chica se aman. ¿Qué pasará?
Esta es la premisa de la mayoría de relatos de amor de la ficción. Evidentemente, nos suena a todos. Es más, en los últimos tiempos, este relato se ha construido con ficciones, si no realistas, al menos basadas en hechos reales: la historia ha servido para construir telefilms y biopics de todo tipo de gamas.
Últimamente, la cosa va más allá. Por ejemplo: un amor trágico entre un abogado de futuro y la mujer de un diplomático es una cosa, otra cosa muy diferentes es que el abogado sea el fundador de Falange José Antonio Primo de Rivera y la mujer sea la primogénita del primer ministro inglés Lord Asquith, Elisabeth Asquith Bibesco (Mi princesa roja). Un amor secreto entre un miembro del gobierno y una mujer casada es una buena trama, y otra muy distinta si se trata del ministro franquista Ramón Serrano Suñer y María Sonsoles Icaza y León, marquesa de Llanzol (Lo que escondían sus ojos).
Recientemente, la historia de España está sirviendo como trama de folletín. Eso sí, con un detalle: el folletín está completamente descontextualizado de su tiempo histórico. Los casos más flagrantes han sido, precisamente, los dos anteriores. Mi princesa roja, el musical sobre la historia de amor entre José Antonio Primo de Rivera y Asquith Bibesco, mantiene una tesis simpatizante con la figura de José Antonio, que lo sitúa alejado del franquismo y más bien como un “rebelde”. El asesor histórico del musical, Miguel Ángel García, afirmaba a El País que Primo de Rivera “se desmarca del 18 de julio, era muy crítico con los militares”.
Esta declaración es, cuanto menos, contradictoria: las cartas de Primo de Rivera prueban que intentó convertir a Falange en un instrumento del ejército para derrocar a la República, pese a su distanciamiento posterior de la cúpula militar.“A pesar de la imagen que se ha querido transmitir de él, era un hombre con una mentalidad que podríamos llamar progresista para la época”, añadía García. Las propias palabras del protagonista le desmienten: en 1936, José Antonio Primo de Rivera se proclamaba como fascista en el boletín No Importa apenas un mes antes del golpe.
Más polémica ha arrastrado Lo que escondían sus ojos, la miniserie basada en la novela del mismo nombre de Nieves Herrero, que glosa el real y prohibido amor entre Serrano Suñer y la marquesa de Llanzol. La serie, presentada en Telecinco y protagonizada por Blanca Suárez y Rubén Cortada, ha arrasado, especialmente en su último capítulo que siguieron 3.100.000 espectadores. Pero ha traído cola: el personaje protagonista no es otro que el cuñadísimo de Franco, seis veces ministro franquista, presidente de Falange y propiciador de los encuentros entre Franco y Hitler en Hendaya. Algo que, por cierto, se maquilla cuando no se deja completamente de lado en pro de la acción romántica.
La omisión de tan evidente realidad histórica fue suficiente para que la estudiante Alba V. G. pidiera en Change.org la retirada de la serie por la “banalización de uno de los períodos más oscuros y crueles de la historia de España”. La estudiante, que participa en un proyecto de alumnos antifascistas y de recuperación de la memoria con la Amical Mauthausen, explicita: “es como si en Alemania se les pasara por la cabeza hacer una serie televisiva en la que Himmler o Martin Bormann, dos de los nazis más destacados, se enamoraran de una aristócrata de Alemania, y este fuera el hilo argumental. Una serie en la que no se hablara de los crímenes contra la humanidad”.
La campaña, pese a no lograr su objetivo -que se retirara la serie- ha conseguido hasta la fecha más de 47.000 firmas.
Las críticas al tratamiento del responsable directo de que 5.500 republicanos españoles murieran en Mauthausen, obligaron a Mediaset, creadora de la serie, a buscar una contemporización y emitir un documental histórico tras el segundo capítulo. No fue suficiente. La actriz Blanca Suárez estallaba ante las críticas a su participación tildando los comentarios de “populismo” en su cuenta de Instagram. Fernando Bovaira, responsable de MOD, la productora encargada del proyecto, se quejaba a El Mundo: “Siempre se cuentan historias del bando de los perdedores. Se omite el glamour que también marcó aquella década”.
La realeza: de todo menos realista
¿Es así? ¿Se cuenta siempre la historia de los que pierden? No opina lo mismo el activista socialdemócrata Harry Leslie Smith, que en The Guardian lamentaba -y era el único- la falta de miras de The Crown, la serie de gran éxito de Netflix que narra los primeros años de la monarquía de la Reina Isabel II de Inglaterra. “Me entristece ver como las series dramáticas que se hacen sobre mi juventud tratan casi exclusivamente sobre la aristocracia” decía el autor, que afirmaba ser incapaz de reconocer su propia época, retratada en la televisión a través de “una nobleza que supervisa la vida de millones de personas con benevolencia, sabiduría y gracia”, convirtiendo la historia en “una teletienda de la monarquía”.
Lo cierto es que una serie monárquica no tiene por qué centrarse únicamente en la aristocracia y omitir con ello el rigor histórico. The Crown pretende seguir esa premisa. Pero es cuanto menos notable la omisión de ciertos rasgos de la dinastía Windsor, quizás una de las más poderosas todas las monarquías, y sobre todo, de sus protagonistas: Felipe de Edimburgo apenas comienza a asomar la patita de lo que serán sus famosos comentarios racistas y machistas. Al Duque de Windsor y su esposa Wallis Simpson se les omite su presente filonazi -ambos se autodefinían, además, como “simpatizantes fascistas”-, un dato que fue crucial para la abdicación en favor de su hermano el rey Jorge VI, padre de Isabel.
¿Tratará más adelante The Crown que Winston Churchill creía en la supremacía de la raza blanca, o lo dejará simplemente como una bondadosa figura paterna? ¿Admitirá la serie que Isabel II ha intervenido directamente en política, contradiciendo su supuesta neutralidad, cuando expresó su negativa a la entrada de Turquía en la Unión Europea, y el alivio ante el resultado del referéndum escocés, entre muchos otros ejemplos? Habrá que esperar hasta otra temporada.
Mientras tanto, podremos distraernos con Victoria, una serie que narrará los primeros y tiernos años de Victoria de Inglaterra, cuando era aún una monarca inexperta. Y llorar el adiós de Velvet, la serie española que aceptaba las madres solteras y a los homosexuales con total normalidad pese a estar ambientada durante el franquismo. Ficciones históricas, ya se sabe.