Trece razones para un suicidio: una lección sobre el bullying por capítulos
El bullying o acoso escolar se ha mantenido lejos de la cultura de masas durante años. Era muy difícil conseguir un producto delicado y atractivo sobre el infierno que a veces esconden las paredes de los colegios.
¿Cómo mostrar una realidad que sufren dos de cada diez alumnos en todo el planeta sin escandalizar al público? La respuesta estaba clara: eliminando la sutilidad de la ecuación y causando un impacto digno de la magnitud del problema. Así ha surgido el último y controvertido proyecto de Netflix, la serie Por trece razones.
No hay lugar para los escrúpulos cuando un menor se suicida por el escarnio que sufre a diario. Los medios audiovisuales han decidido dejar la corrección política a los especialistas y tomar una vía directa al corazón de la bestia: las consecuencias. Este camino no siempre es fácil, como demostró el programa de Cuatro Proyecto Bullying. Y aunque grabar en directo los insultos, agresiones o mofas que sufren las víctimas quizá no sea el método idóneo, muestra lo desesperado de la situación.
El documental Audrey y Daisy también puso el foco en dos adolescentes que fueron señaladas en sus colegios por haber sufrido abusos sexuales. “La violación no fue lo peor, lo que vino luego fue el verdadero infierno”. Una sobrevivió a la pesadilla y se puso al frente de la lucha contra el ciberacoso y el maltrato en los institutos; la otra no pudo soportarlo. A ambas les unía la misma letra escarlata, pero el acoso es un monstruo de muchas cabezas y no todos los menores se enfrentan a la misma.
Por trece razones pretende ser una muestra de esto último. “Os voy a contar la historia de mi vida. O, mejor dicho, de cómo terminó”. Manteniendo un pulso de thriller, la serie de Netflix presenta situaciones que no están alejadas de la rutina de cualquier colegio. La protagonista y locutora de la brutal frase del arranque es Hanna Baker, una adolescente que se suicida tras ser un blanco continuo entre sus compañeros.
“Si estás escuchando esto, es que tú eres una de las razones”. Hannah se dirige a los que ella ha decidido que sean sus trece verdugos. Aunque el tono podría confundirse con la cabecera de Sé lo que hicisteis el último verano, la intención de esta serie es mucho más constructiva que la de un fantasma atormentando a los vivos. Eso es solo un recurso inteligente para convertir este estudio sociológico en una chuchería.
El espectador sabe a lo que se enfrenta desde el primer minuto de visionado. Hannah no sobrevive al final para mostrar el poder curativo del arrepentimiento ni vuelve de entre los muertos para dar un susto a los malotes, como ya adelantaba el libro homónimo de Jay Asher, 13 Reasons Why. Lo que parece una sicofonía es también un catálogo de catastróficas desdichas evitables. ¿Cómo se torció todo? ¿En qué punto pasó de ser la chica nueva a la 'zorra' del instituto?
Lo iremos descubriendo al mismo tiempo que Clay, un adorable empollón que estaba enamorado hasta el tuétano de la chica muerta. Otro de los aciertos de esta ficción es el de no reducir a la víctima al típico cliché del 'rarito' televisivo. Hannah es extrovertida, independiente y tiene unos padres que la adoran. Pero hay algo sobre lo que la serie de Netflix no ha querido pasar de puntillas: también es mujer.
Acoso y 'slut-shaming'
Las situaciones a las que se enfrenta Hannah desde el primer episodio funcionan por acumulación. Hay traiciones, comentarios sacados de quicio y grandes dramas que la conducen poco a poco a una espiral de depresión. Lo único que se repite a lo largo de este proceso son dos hilos conductores que constriñen a la protagonista como una soga: la soledad y el acoso sexual.
Su infierno personal comienza cuando el capitán del equipo de baloncesto, y consecuente rey del mambo, publica un robado donde se intuye su ropa interior. Una foto que deriva en encuentros sexuales inventados y un juicio moral por parte de todos los que la rodean. Pero Hannah no explota por eso, lo hace dos capítulos más tarde por algo que parece una nimiedad. “Vais a pensar que soy una drama queen, pero esto que hiciste desencadenó el efecto mariposa”.
De un día para otro, su mejor amiga deja de hablarle y su presencia despierta cuchicheos en cada pasillo: ha sido nombrada mejor culo del instituto. “¿Cómo puede molestarte? Si es un cumplido”, le repiten todos. Lo que sus queridos compañeros no sospechan es que ese piropo no solicitado “inauguró la temporada de barra libre de Hannah Baker”. Los chicos de su clase se aplicaron el derecho de tocar su trasero, de hacer gestos obscenos a sus espaldas y de trepar por su balcón para sacar fotos mientras se cambiaba de ropa.
Por trece razones no obvia el sentimiento de exclusión, rechazo y dolor cuando su sufrimiento se convierte en un enigma para cualquiera que intenta ayudarla, incluidos los adultos. Pero la serie hace especial hincapié en las vivencias de una chica rodeada de adolescentes machistas y profesores con demasiado interés en fomentar la cultura de la violación y en blindar a los agresores.
El castigo de los adultos
Hasta ahora todas las series de adolescentes tenían un público muy generacional. El género teen estaba condenado a no entenderse con los adultos, que lo reducían todo a “tonterías de críos”. El problema es que esa consideración es fácilmente aplicable a la vida real. Ocurre entre los padres, pero también entre los docentes. Las emociones de Hannah son difíciles de comprender para todo aquel que haya superado la etapa escolar, por eso los productores de Por trece razones quisieron interpelar directamente a los mayores de edad.
Los profesores y los familiares son señalados sin medias tintas a lo largo de toda la trama. Los primeros no tienen formación suficiente para conducir el caballo desbocado que es la mente de un adolescente, y los segundos a veces pecan de sobreprotectores e intolerantes. Una lección que, por primera vez, no se circunscribe a la edad de la exaltación hormonal.
El desarrollo de Por trece razones, aún así, está lejos de ser perfecto. Es demasiado largo y, en los últimos capítulos, el visionado se convierte en una experiencia macabra y asfixiante. Pero cumple su cometido. Cuando se quiere incidir en un problema real, como el de los suicidios adolescentes a causa del acoso, la sutileza es un factor sobrante en la ecuación.