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Emilia Pardo Bazán se venga de la RAE con humor e impertinencia

'Emilia' en el Teatro del Barrio sobre Pardo Bazán

Mónica Zas Marcos

Emilia Pardo Bazán no se plantó en la Real Academia Española cuando José Zorrilla aseguró que las mujeres que escriben son “un error de la naturaleza”. Ni cuando Juan Valera, otro académico que aireaba con gusto su misoginia, denegó su ingreso porque “su trasero no cabría en un sillón de la RAE”. En 1889, la primera vez que le cerraron las puertas, Pardo Bazán ya contaba con los méritos suficientes como para imponerse ante cualquiera de los ilustres miembros. Y ella lo sabía.

Por eso no es difícil intuir qué hubiese contestado ante las palabras maliciosas de Valera. La nueva obra del Teatro del Barrio ha decidido tomar este momento ficticio como punto de partida para presentar a su Emilia. Apoyadas en la montaña de artículos periodísticos, obras literarias y correspondencia picante, las creadoras han elaborado un monólogo mordaz y divertido para revivir a Doña Emilia sobre las tablas.

La escritora gallega es la primera de la trilogía Mujeres que se atreven, que conforma la apuesta femenina de la temporada en el teatro madrileño. A Bazán (1851-1921) le sucederán las novelistas y activistas María Teresa León y Eva Forest. Nos acercamos a un ensayo para conocer a las tres profesionales que firman este inédito homenaje cuando solo el 23% de las obras españolas están escritas y dirigidas por mujeres.

Emilia es estridente y muy culta, se pasea frente a los académicos -la platea- y lanza sus críticas mientras presume de sus logros. Así imagina la dramaturga y autora del texto, Noelia Adánez, a Pardo Bazán. “Era una mujer inoportuna. No era elegante en casi nada, ni al vestir, ni a la hora de presentarse a los demás”, nos confiesa. Pero fue ese carácter asertivo el que sembró el caos entre una sociedad decimonónica e inclemente con la mujer.

La actriz Pilar Gómez coincide en que “hoy nos caería un poco mal por impertinente y por publicitar tanto su currículum”. Podemos adivinar gracias a sus textos más íntimos que adoraba los baños de multitudes y se sentía muy orgullosa de su trabajo. En un mundo donde muchos escritores la tachaban de gorda, fea, arrogante y egocéntrica, Pardo Bazán se empecinó en hacerse un hueco a fuerza de repetición. “Que yo pueda ser quien soy y expresarme como me expreso es gracias a mujeres como Emilia”, concluye la intérprete sobre su álter ego.

Contra la 'doma' de las mujeres

Doña Emilia no callaba ante nadie porque así se lo habían inculcado y su intelecto le permitía dejar a muchos con la mandíbula desencajada. “Mira, hija, los hombres son muy egoístas. Si te dicen que no puedes hacer algo por ser mujer, es mentira. Porque no puede haber dos morales para dos sexos”, le repetía su padre. El conde Pardo Bazán abrió en seguida la enorme biblioteca familiar a su única hija y le procuró la mejor educación.

Ella sabía que era afortunada en una época donde, a pesar de la modernidad, se sometía a las mujeres a una “cultura ornamental”. Abogó por un acceso universal a la educación que permitiese reconocer y alzarse contra las situaciones abusivas del momento. “La educación de la mujer no puede llamarse tal, sino doma, pues se propone por fin la obediencia, la pasividad y la sumisión”, escribió una vez.

Como señorita criada en la aristocracia, sabía que se le presumía cierto saber estar. Pero la élite no era su público prioritario: Pardo Bazán quería ser reconocida por todo el mundo. Aprovechó su conocimiento de francés para codearse con Émile Zola y Victor Hugo, e importar a España la literatura naturalista. Es decir, Emilia no se limitaba a recitar poemas en círculos nobles, sino que fumaba, debatía y escribía de corrientes nuevas.

“Se aceptaba que las mujeres escribieran, pero no que aspiraran al reconocimiento público. Y ella hacía las dos cosas”, recuerda la escritora Adánez. La actriz y la directora, Anna R. Costa, reconocen que sus artículos en prensa y su labor activista les ha servido más que sus libros para empaparse de Pardo Bazán. Su presidencia en el prestigioso Ateneo de Madrid y la cátedra que crearon para ella en la Universidad Central de Madrid fueron algunos de sus logros feministas conseguidos a golpe de tesón. Y también de sentido del humor.

Humor feminista

Las clases de Emilia Pardo Bazán eran las más concurridas de la época (llegaron a matricularse 825 alumnos frente a los 221 de Ramón y Cajal). Según las crónicas de 1896, la catedrática era directa, culta y bastante entretenida. En el monólogo de Emilia han decidido dedicarle un papel protagonista a esa vis cómica.

“Aprendemos más de nuestro patrimonio como mujeres cuando utilizamos el humor. No el sarcasmo ni la ironía”, piensa Noelia Adánez, mientras cede ese mérito a la adaptación teatral de Costa y la interpretación de Gómez. “Las mujeres en general, y las mujeres feministas en particular, tenemos una visión muy trascendental del feminismo. Hablamos de él en términos de lucha y lo solemnizamos demasiado. A veces viene bien el humor”, concluye, mientras que sus dos compañeras asienten convencidas. “Las personas inteligentes son las que mejor saben reírse de sí mismas”.

Porque el propósito de Emilia es cubrir en una hora de soliloquio todas sus vidas. La Pardo Bazán madre, la amante fogosa, la polígrafa, la luchadora, la petulante y la Pardo Bazán que vivió la vida que quiso. “No hay mayor feminismo que ese. Es igual de válido que la doctrina puesta en palabras”, resume la actriz Pilar Gómez. Así que sirva esta obra como aperitivo de una carrera brillante y una vida en mayúsculas.

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