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Los premios Tony alzan su diversidad contra los crímenes de Orlando

Lin-Manuel Miranda durante su discurso en los premios Tony 2016

Mónica Zas Marcos

Los premios Tony se han desmarcado definitivamente de sus equivalentes en Hollywood. Los dramáticos sucesos en Orlando precipitaron una gala de homenaje a la diversidad que ya se adivinaba con las obras nominadas. “El teatro es un lugar en el que cada raza, cada credo y cada sexualidad son iguales, son abrazadas y amadas. El odio nunca va a ganar. El show de hoy se erige como un símbolo y celebración de ese principio”, así comenzaba James Corden una noche de reivindicaciones y solidaridad con la comunidad LGTB.

Antes de hacerse con su histórico medallón, Lin-Manuel Miranda adelantó en Twitter que Broadway dedicaría la gran fiesta del teatro al recuerdo de las 50 víctimas del Club Pulse. Los discursos, los lazos plateados y las puestas en escena se adaptaron para ondear la bandera de siete colores. La presentación de Hamilton, el espectáculo más nominado en los 70 años de historia de los Tony, quiso ser toda una llamada de atención contra el uso inconsciente de las armas. Así, la organización eliminó los rifles y las pistolas del atrezzo durante la representación de Yorktown, su canción sobre la batalla de 1781.

Esta improbable biografía hip hop de Alexander Hamilton, uno de los padres fundadores de Estados Unidos, había batido récords antes de pisar el escenario del Beacon Theatre. Con más credenciales que los dos pesos más pesados del bulevar teatral (Los productores y Billy Elliot), Hamilton dio un golpe de efecto con su reparto interracial y su propia etiqueta, #Loveislove. El puertorriqueño Miranda tomó el micrófono para entonar un soneto emotivo y agradecer un galardón que ya había sido avalado por el presidente Obama y una carrera de Pulitzer.

Pero quizá el más espontáneo fue el actor Frank Langella, que pronunció las palabras que hicieron rugir al patio de butacas neoyorquino. El ganador por la mejor interpretación principal en The Father dejó las lágrimas y la condescendencia de lado para mirar con garra hacia el futuro. “Cuando algo malo pasa, tenemos tres opciones: dejar que nos defina, dejar que nos destruya o dejar que nos fortalezca. Orlando, te suplico que seas fuerte. Estoy de pie frente a los seres humanos más generosos de la tierra y estaremos con vosotros en cada paso del camino”.

Langella compartió honores con una de las caras más conocidas de la alfombra de los Tony, Jessica Lange, por Long Day's Journey Into Night. Pero la veterana actriz no fue la única en cambiar la pantalla por las tablas esta temporada. Lupita Nyong'o abandonó momentáneamente su pedestal en Hollywood para convertirse en el recurso de éxito para Eclipsed. La historia de tres esposas de un líder guerrillero en Liberia fue, además, una de las más aplaudidas por visibilizar la diversidad racial junto a Hamilton y El color púrpura.

Sin embargo, el productor de esta última no cree que el palmarés de anoche indique un verdadero cambio de tendencia. “Las estrellas se alinearon para que este año se hayan presentado en Broadway, noche tras noche, un montón de puestas en escena realmente espectaculares y con elencos multirraciales”, dijo Scott Sanders al recoger el medallón a la mejor reposición del texto de Alice Walker.

¿Un capítulo aislado?

Fue necesaria una celebración cargada de dardos venenosos hacia la cúpula de Hollywood para que los Oscar hayan hecho un ejercicio de conciencia tardío. Ni el boicot de Will Smith, ni las redes ardiendo con la mecha del #OscarSoWhite, ni el mordaz Chris Rock fueron suficientes para conseguir una visión más plural en la última gala de la Academia. Algo que Broadway decidió subsanar con su lista de nominados a la medalla de níquel del teatro.

Los Tony han registrado desde sus inicios unos datos más optimistas para ampliar la brecha que les separa de Beverly Hills. Para empezar, el sistema de elección del jurado es prácticamente antagónico. Mientras que el 80% de los 6.000 miembros de la Academia tiene una media de 62 años, son hombres blancos y abiertamente tradicionales, el entramado de los Tony es menos institucional. El voto es emitido por unos 50 profesionales que salen de un sorteo del sector académico o de organizaciones artísticas sin ánimo de lucro. Además, en su primera edición ya premiaron a un actor puertorriqueño, José Ferrer, por su Cyrano de Bergerac.

“Esto es como los Oscar pero con diversidad. Hay tanta diversidad que Donald Trump ha amenazado con construir un muro alrededor de este teatro”, bromeó James Corden con una sorna política que nada tiene que envidiar a la de Billy Crystal. Una aserción que no comparten algunos de los portavoces de las minorías raciales en el teatro de Nueva York. “Esta temporada es más diversa, pero puede ser una anomalía. Aunque se está mejorando y probablemente los Tony serán más diversos que los Óscar, no sabemos el año que viene qué pasará”, decía Peter Kim, activista por la visibilidad de los asiáticos en Broadway.

El problema es que a estas alturas ya sabemos qué pasará, y el veredicto no es nada esperanzador. La escena teatral de la próxima temporada se ha dejado el compromiso racial entre las butacas de los Tony y no parece que vaya a haber grandes sorpresas como Hamilton el año que viene. La audacia de Lin-Manuel Miranda al convocar en sus castings a “actores no blancos” fue aplaudida, pero también condenada por el sector más tradicional. Y aunque al final el jurado de los Tony haya emitido un laurel, ¿convierte eso a Broadway en el paraíso de las minorías?

Quedan 365 días para someterlos a la prueba fuego. De momento, la septuagésima edición siempre será recordada como un canto -literal- a la solidaridad y a la realidad, a veces más terrorífica que la propia ficción. Pero sobre todo como un homenaje a la vida, como celebró el elenco de Hamilton en su broche de la gala: “Look around. How lucky we are to be alive” (Mira alrededor. Qué suerte tenemos de estar vivos).

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