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Cinco millones de currantes reemplazados por robots

Dulces Robots. Foto: Justin Morgan / Flickr

José Cervera

Nos hemos acostumbrado a los robots que fabrican coches, los pilotos automáticos, los torniquetes con escáner, los kioscos de autopedido, los cajeros automáticos e incluso los robots teledirigidos que matan gente al otro lado del mundo. Ya no nos extrañan las cajas de autoservicio en los hipermercados, ni los surtidores de gasolina de ‘hágalo usted mismo’, ni los robots semiautónomos que descienden a profundidades abisales para filmar buques hundidos; ni siquiera los brazos mecánicos diseñados para desmantelar centrales nucleares soportando niveles de radiación desmesurados, los robots bursátiles o las aspiradosas automatizadas que nos barren la casa. Los robots autónomos llevan décadas reemplazando a seres humanos en ciertas tareas sencillas, repetitivas y muy estructuradas, y sistemas teledirigidos cada vez más complejos y capaces se van ocupando de las que son demasiado peligrosas o demasiado caras para que las lleven a cabo personas. Ya ni siquiera nos preocupamos en exceso por los puestos de trabajo que se pierden con la llegada de máquinas cada vez más sofisticadas. Pero esto puede estar a punto de cambiar, según un informe del Foro Económico Mundial, que prevé que en el próximo lustro se pueden perder hasta 5 millones de empleos netos sólo en 15 países desarrollados y en vías de desarrollo: hasta 7,1 millones reemplazados por robots de uno u otro tipo, que a cambio generarán sólo 2 millones de empleos nuevos.

La robotización está ya amenazando no sólo tareas simples, repetitivas y estructuradas, fáciles de automatizar, sino otras en principio consideradas demasiado complejas porque demandan cierto nivel de inteligencia. Los robots de software están haciendo grandes avances en el procesamiento por ejemplo de documentos legales y jurídicos, lo cual podría permitir la automatización de una gran cantidad de trabajo legal de bajo nivel. El sistema de transporte y logística está siendo extensamente remodelado por empresas como Amazon, con máquinas reemplazando personas siempre que es posible para abaratar costes. Los automóviles sin conductor de Google y de otras empresas pueden dar el salto a conducir camiones en los próximos años. Y ahora hasta trabajos considerados de muy bajo nivel como el destazado de animales en mataderos o la elaboración de ramen al estilo japonés (en sólo 90 segundos) están siendo llevados a cabo por robots. En San Francisco incluso han resucitado el concepto de los clásicos automat en Eatsa, un restaurante sin camareros (aunque aún usa cocineros), y no es el único caso: hay más robots colonizando el negocio de bares y restaurantes. Algunos hasta sacan las recetas de Internet. Hasta preocupa el impacto que los robots puedan tener dentro de no demasiado tiempo en la industria de la atención personal a enfermos o ancianos. Ya no parece haber sector a salvo.

El informe del Foro Económico Mundial incluye no sólo las tecnologías que consideramos más claramente robóticas como los avances en inteligencia artificial, sino otras conexas como el Big Data, el ‘machine learning’, la nanotecnología y la impresión 3D, que pueden interactuar y multiplicar los efectos de la automatización. Para el segmento socioeconómico mejor representado en la afamada reunión anual de Davos la pujanza de esta ‘cuarta revolución industrial’ promete activar la economía y sacar a las empresas del mundo de su estancamiento en el 1.5% de crecimiento anual desde 2008. Para los trabajadores que pueden verse reemplazados por los nuevos robots en industrias donde antes la automatización no era una amenaza las perspectivas son menos boyantes. Y quizá indirectamente el conjunto de la economía.

Porque ahí está el quid de la cuestión: los auxiliares legales, camioneros, carniceros, cocineros o camareros que se queden sin empleo al ser reemplazados por máquinas que no cobran y jamás enferman ya no trabajarán, y por lo tanto no comprarán al no tener con qué hacerlo. Esto supone cinco millones de consumidores menos en las tiendas, los restaurantes y los bares. Según el informe lo que hace falta es reconvertir a estos trabajadores en otro tipo de profesionales ayudándoles a reemplazar sus ya obsolescentes habilidades y conocimientos por aquellos que la industria echa de menos, sobre todo diseñadores en el más amplio sentido del término: desde arquitectos e ingenieros a programadores. Porque sólo en este sector habrá algún crecimiento de empleo hasta 2020, si bien insuficiente.

En los demás sectores de empleo habrá estancamiento (como en las áreas de finanzas, ventas, gestión y construcción/extracción), descenso moderado (fabricación, producción) o descenso marcado, es decir, serio (administración y trabajos de oficina). Entre las consecuencias positivas los cambios serán relativamente graduales (si la situación geopolítica no provoca un desastre), en los países en vías de desarrollo crecerán las nuevas clases medias y en conjunto el desequilibrio por razón de sexo en el mundo económico tenderá a disminuir con una mejora de la integración femenina.

A cambio millones de trabajadores perderán sus empleos reemplazados por robots de lata o de software. Y dado que en el actual sistema económico tener un trabajo y tener ingresos son uno y lo mismo esto supone que esos cinco millones de ciudadanos se quedarán sin sueldo y por tanto dejarán también de ser consumidores con el consiguiente impacto sobre la economía. Si la pérdida por el lado de la producción se ve más que compensada por la mayor automatización habrá que empezar a plantearse si conviene buscar cómo conseguir que quien no trabaja pueda aportar valor por la vía del consumo, quizá mediante algún tipo de renta básica garantizada. Porque si buena parte del trabajo en el fondo deja de ser necesario no es mala idea que trabajen los robots, eso sí, siempre que en alguna parte haya compradores para lo que fabrican.

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