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Por qué la tecnología sacada de 'Minority report' está abocada al fracaso

Esperanza Aguirre

José Antonio Luna

En Minority report, el personaje de Tom Cruise maneja unas complejas pantallas llenas de luces y hologramas que responden a sus gestos. Parece el futuro, pero la realidad es otra. El ejemplo de ello son las nuevas gafas inteligentes presentadas por Intel, que abandonan los neones y diseños propios de la ciencia ficción para bajar al mundo terrenal: lo mejor de su tecnología es que no se puede ver.

“Es como si alguien de la década de los 60 tratase de imaginar cómo sería el 2013”, decían en The Verge sobre las Google Glass. No sirvió de nada que Time las incluyera como “uno de los mejores inventos del año”, ni siquiera que presidentes de diferentes los países, entre ellos Mariano Rajoy, decidieran sumarse probar el nuevo invento. Pasaron de ser un objeto codiciado a convertirse en carne de meme para páginas como “Hombres blancos usando Google Glass”.

Las Vaunt de Intel se alejan de aquel concepto y proponen otra relación con el dispositivo. Para ello no toma como referencia la película de Spielberg, sino más bien distopías como Her donde los wearables (tecnología vestible) se adaptan al usuario y no a la inversa. Como muestran sus primeros análisis, por fuera parecen gafas normales, pero por dentro esconden un pequeño láser que impacta en la retina para leer el periódico, consultar notificaciones, o guiarse con mapas.

Al contrario de lo que ocurría con las Google Glass, Vaunt prescinde de cámaras o superficies táctiles. Lo único que incluirá, una vez abandonen la fase de prototipo, es un micrófono para comunicarse con asistentes de voz como Siri o Alexa. Como menciona uno de sus ingenieros, solo bastaría decir “Alexa, necesito una receta para hacer galletas”, y esta llegará, literalmente, a los ojos de quien lo haga.

“Todas las cosas que utilicemos para relacionarnos con la tecnología tenderán a ser invisibles”, indica a eldiario.es Ángel Barbero, profesor del EAE Business School y responsable de desarrollo de negocio en la agencia de software Hanzo Studio. El mejor ejemplo se encuentra en teléfonos, que no hace demasiado incorporaban botones cuyo lugar ahora ocupa una gran pantalla. “Hemos pasado de teclados y ratones a paneles táctiles”, matiza el experto.

La tecnología wearable ya está presente en muchos aspectos de la vida cotidiana, pero también cuenta con otro problema: la elevada tasa de abandono. Uno de cada tres usuarios deja estos dispositivos tras seis meses de uso, especialmente aquellos como Fitbit relegados a monitorizar la actividad. ¿La razón? Necesitan ser más útiles, pero también chocar menos con la realidad.

“Para nosotros todavía es un poco agresivo. No estamos muy habituados a utilizar ese tipo de interfaces que en el fondo son naturales”, aclara Barbero. A pesar de ello, la tendencia puede cambiar para que, con el tiempo, alguien con gafas digitales pase de extraordinario a ordinario. Según el docente, esto podría suceder “con unas lentillas o unos implantes”, pero de momento “está en un ciclo de innovación muy temprano”.

No hay lugar para Las crónicas de Riddick

Las crónicas de RiddickLa Consumer Electronics Show (CES) de 2015 fue clave para la industria de los wearable. Como apunta la BBC, a partir de entonces empezaron a ser conscientes de que las pulseras y los relojes inteligentes no tenían que destacar por encima del usuario, sino camuflarse con este como si de un accesorio más se tratara.

Aunque hace tres años ya dieron pasos hacia la denominada “tecnología invisible”, todavía queda camino por recorrer. Una muestra de ello son las Magic Leap, un dispositivo de realidad mixta (que combina elementos virtuales con el mundo real) apoyado, entre otros, por Google. ¿El problema? De nuevo, su diseño. Las redes sociales se llenaron de comparativas con Vin Diesel en Las crónicas de Riddick o incluso con los Porgs de Star Wars. Al igual que ocurría con las Google Glass, estas parecen de otro planeta.

“Todavía hay mucha fricción con el usuario”, afirma Barbero. Por ello, algunos fabricantes intentan normalizar sus dispositivos combinando lo tradicional con lo digital. Es el caso de gafas como Vue, que según sus ingenieros “están fabricadas para el uso diario”. Según el profesor del EAE, “el diseño ya no solo es a nivel de software”, también importa el aspecto y la ergonomía de un “producto físico que está conectado y es usado por una persona a diario”.

Lejos quedaron aquellos intentos de ordenadores “portátiles” ZYPAD, que básicamente eran una PDA adaptada como muñequera. Ahora los smartwaches, como indica Barbero, “intentan simular el aspecto de relojes clásicos”. Es justo ahí donde Apple ha encontrado un gran negocio: en vender correas.

Precisamente por ello, en CNET mencionan que los wearables tienen varias tareas pendientes: una de ellas, la de ser más pequeños y bonitos. No es solo por cuestión visual, sino también práctica. Debido a esto, Barbero cree que “las Google Glass no tendrían que haber salido del laboratorio”, ya que “no estaban preparadas”. Aun así, a pesar de que el de Google no fue un proyecto muy aceptado, este pudo sentar un precedente en la industria. “Otras empresas empezaron a ponerse las pilas y, de alguna manera, sirvió para empujar el mercado”, explica el especialista.

Es el caso de Intel, que ahora presenta las Vaunt. En julio de 2017 parecía que iban a cerrar su división de wearables, pero en realidad estaban centrándose en otro apartado: la realidad aumentada. Es donde, según Barbero, apunta la industria: “Todo lo que tiene que ver con realidad aumentada va a necesitar muchísimo desarrollo”.

Un futuro donde no habrá que usar las manos

Siri, Alexa, Cortana… todos son ejemplos de cómo la tecnología intenta hacerse “invisible”. Para poner una canción o buscar una noticia solo se necesita dar una orden y automáticamente el asistente lo hará. Barbero sostiene que “todavía resulta incómodo y tenemos malas experiencias”, pero ya es una realidad.

El docente del EAE considera que “las interfaces de la tecnología van hacia la voz”, porque el dispositivo es el que “se adapta al usuario” y no al revés. El problema es que actualmente la mayoría de periféricos dependen de otro gadget para funcionar: el smartphone. “Aquí la gran cuestión es si el móvil irá desapareciendo como tal y se va a fraccionar en diferentes partes: el altavoz en el oído, las gafas para la vista…”.

De hecho, el asistente de Google cada vez está en más dispositivos: pantallas inteligentes, coches, televisores, teléfonos. Tampoco se queda atrás Amazon, que incorpora su tecnología en todas partes, desde en lamparas LED hasta en despertadores. A pesar de que todavía estemos muy lejos de Her, como sostiene Barbero, “quizá nos encontremos más cerca de lo que creemos”.

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