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Cómo no volar de Nueva York a Shanghái en 40 minutos

José Cervera

Una lancha para llegar a una terminal flotante tras pasar los controles de seguridad junto a Manhattan; un ascensor para llegar a un cómodo asiento; un despegue intenso hasta alcanzar una velocidad en órbita baja terrestre de más de 29.000 km/h, 23,5 veces la velocidad del sonido; una reentrada controlada hasta un aterrizaje en otra terminal flotante, esta situada frente al Bund de Shanghái. Tiempo de vuelo: 40 minutos a un precio comparable al de un pasaje en aerolínea comercial que utiliza aviones subsónicos y tarda 15 horas.

La propuesta de Elon Musk para darle una rentabilidad terráquea al futuro cohete marciano que desea construir su empresa SpaceX suena bien, incluso más factible que otras de sus ideas en el campo del transporte de alta velocidad. Aunque una vez más, los sueños de Musk van por delante de las leyes de la física y mucho más de las de la Humanidad. La realidad se impone y el transporte balístico de Musk quedará, con toda probabilidad, relegado al baúl de las bellas fantasías.

A Elon Musk se le puede acusar de muchas cosas, pero no de falta de ambición a gran escala: empeñado en hacer de la Humanidad una especie multiplanetaria, el foco de su empresa de cohetes SpaceX ha estado siempre en abaratar los costes de los lanzamientos espaciales para poner gente en Marte lo antes posible. Los obstáculos tecnológicos y económicos a semejante proyecto son enormes, pero de momento la compañía ha conseguido convertirse en pocos años en el contratista capaz de colocar carga en órbita terrestre con menores costes, lo que demuestra que no hay que tomar a broma los aparentemente disparatados objetivos de Musk.

Cada cierto tiempo vuelve a recordar a propios y extraños cuál es el destino final y el camino para alcanzarlo; lo hizo en 2016 con el Interplanetary transport system (sistema de transporte interplanetario) y acaba de volver a hacerlo en una conferencia del ramo con su versión mejorada, reducida y más realista: el Big Fucking Rocket (BFR; cohete jodidamente grande) y el Big Fucking Ship (BFS, nave jodidamente grande), con las que planea una primera misión no tripulada a Marte en 2022 para poner humanos en el planeta rojo en 2024. Tanto el BFR como la BFS reemplazarían a los actuales cohetes de SpaceX, y están diseñados (como su propio nombre indica) a lo grande: mayores que el Saturno V de los viajes a la Luna y con capacidades hoy inexistentes y difíciles de conseguir. Aunque el principal problema, como siempre, es la financiación.

Jodidamente grandes... y rápidos

Para contribuir a resolver este problema, Elon Musk ha hecho una propuesta original de las suyas: emplear la combinación BFR+BFS aquí en la Tierra como sistema de transporte terrestre de altísima velocidad. Según su planteamiento, la nave permitiría viajar entre Nueva York y Shanghái en 40 minutos, o entre cualquier aeropuerto en España y Nueva York en menos de 30.

De hecho, se podría ir hasta cualquier punto del planeta en menos de una hora: la nave despegaría desde barcazas o campos de despegue y saldría de la atmósfera para alcanzar 29.000 km/h de velocidad, casi Mach 23,5 o 20 veces la velocidad máxima del Concorde. El BFR se desprendería para regresar a la base y aterrizar para su reutilización. Mientras el BFS con sus pasajeros (centenares de ellos) reingresaría en la atmósfera tras una parábola orbital para aterrizar.

Todo esto a precios por pasajero, dice Musk, comparables con los de un vuelo convencional que tarda decenas de horas en el mismo trayecto. Contado así parece razonable, atractivo y lógico, y una buena fuente de financiación para el proyecto; ¿quién iba a preferir 15 horas de vuelo a 40 minutos?

La realidad, como ya ha ocurrido con otras ideas de Musk como el Hyperloop, es otra. Las posibilidades de que podamos alcanzar cualquier destino en menos de una hora y a precios populares es muy remota por culpa de obstáculos tecnológicos, de seguridad y económicos. La combinación BFR+BFS como sistema de transporte terrestre está condenada al fracaso en esos términos: quizá con precios más caros y dentro de mucho tiempo sea posible, pero hasta entonces no.

Viabilidad, sí; dinero, no tanto

Lo cierto es que la tecnología de los componentes del sistema parece estar más o menos madura, aunque aún no se ha integrado en un conjunto operativo. El BFR será el cohete más grande y potente jamás construido, con 31 motores Raptor cada uno de ellos 3 veces más potente que los que impulsan al cohete comercial Falcon 9, situados en una configuración diseñada para la redundancia. Tendrá 106 metros de longitud y 9 de diámetro, con una masa al despegue de 4.400 toneladas y la capacidad de poner en órbita baja 150 toneladas.

La nave BFS tendrá 48 metros de largo y el mismo diámetro y llevará 6 motores Raptor; su espacio presurizado será de de 825 metros cúbicos (más grande que la zona útil de un Airbus A380) y llevará 1.100 toneladas de combustible. Con su pequeña ala en delta podrá aterrizar en la Tierra o en Marte con solo un motor si es preciso, aunque normalmente usará dos, y será completamente reutilizable. En configuración marciana podrá llevar 40 cabinas con hasta 3 pasajeros cada una, además de zonas comunes imprescindibles para un viaje de entre 3 y 6 meses. Para uso terrestre podría llevar centenares de pasajeros.

Semejante vehículo no es imposible hoy, aunque hay problemas: hará falta construirlo y probarlo extensivamente. Las configuraciones con múltiples motores en la primera etapa pueden dar problemas de coordinación entre ellos como le ocurrió al cohete lunar soviético N-1; problemas que sólo se pueden resolver con pruebas extensas. En un informe sobre transporte punto a punto a través del espacio que realizó el Departamento de Transporte de los EEUU en 2010 se subrayan otros problemas puramente tecnológicos como son la organización logística de un sistema semejante, las dificultades del control del tráfico aéreo o la posible sobrecarga sensorial e intelectual de los pilotos en un vuelo tan corto e intenso con un vehículo tan complejo. Todo esto necesitará desarrollo tecnológico, es decir tiempo y dinero.

De hecho, es el dinero el principal problema con el que se encontrará Elon Musk para construir y operar semejante sistema de transporte. El dinero necesario para culminar el desarrollo tecnológico, especialmente teniendo en cuenta los problemas de seguridad de los que hablaremos luego, y las dificultades de rentabilizar después algo así. Los cohetes y naves 100% reutilizables son un gran paso adelante en este sentido, pero el significado de esta palabra no es la misma cuando se habla de viajes a la órbita terrestre o a Marte que cuando se habla de vuelos comerciales.

El BFS estará diseñado para que cada ejemplar se pueda usar hasta 1.000 veces, mientras que el BFR podrá reusarse 12 veces en configuración marciana y hasta 100 en versión gasolinera (necesaria para el viaje a Marte). Los aviones de pasajeros, en cambio, están diseñados para decenas de miles de ciclos de despegue/aterrizaje, lo cual permite reducir sus costes de operación; para llegar a este nivel de reciclaje las naves de Musk tendrían que ser mucho más robustas, lo que implica más tiempo y más dinero en su desarrollo. Además de mayor peso.

¿Es que nadie va a pensar en la seguridad?

Y llegamos por fin a la seguridad, el principal problema del que se derivan casi todos los demás. Es cierto que SpaceX ha conseguido poner a punto la tecnología necesaria para que sus cohetes aterricen sin incidentes de modo seguro, pero ha sido a cambio de numerosos accidentes que la propia empresa ha agrupado en un vídeo de tomas falsas que da que pensar: la idea fracasó muchas veces antes de funcionar. Los primeros vuelos de una astrolínea de pasajeros no tendrían muchos clientes.

Luego están las limitaciones intrínsecas, como las intensas aceleraciones a la que estarían sometidos los pasajeros en el despegue y el aterrizaje. Aunque los sistemas tripulados suelen limitarse a aceleraciones de 3 g precisamente para evitar problemas de salud, los astronautas están en perfecto estado de salud y además entrenados en técnicas para aminorar posibles daños y equipados con trajes especiales, además de colocarse en asientos adecuadamente orientados; personas sin entrenamiento o preparación podrían sufrir daños si su salud no está al 100% o si algún percance provoca la necesidad de exceder los límites. Durante su reentrada la tripulación del Apolo 16 sufrió una aceleración de 7,16 g sin mayores problemas y pilotos han sobrevivido en experimentos hasta a 42 g, pero la tolerancia varía mucho. Para algunos pasajeros podría resultar incluso letal.

Aunque intentos anteriores de uso comercial del espacio hayan fracasado, la verdad es que en ingeniería casi cualquier problema se puede resolver si se cuenta con el tiempo y el dinero suficiente. Los que enfrenta el sistema de transporte terrestre usando la combinación BFR+BFS no son infranqueables, pero sí serían muy caros y llevarían tiempo. Tal vez la más increíble de las afirmaciones de Elon Musk se refiera a plazos y precios: tenerlo funcionando para 2022 y con un precio por vuelo comparable con el de las aerolíneas, que llevan décadas aquilatando los costes del transporte aéreo.

En el mejor de los casos estaríamos hablando de un transporte ultrarrápido para superricos incluso más exclusivo que el Concorde en sus tiempos como complemento de un sistema económico de envío de carga a la órbita terrestre. Y esto sería probablemente para la década siguiente. Si es que a diferencia de Elon Musk quisiéramos ser realistas.

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