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El único español en Normandía dejó su vida para alcanzar los búnkeres nazis

El único español en Normandía dejó su vida para alcanzar los búnkeres nazis

EFE

A Coruña —

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Manuel Otero fue el único español que participó en el desembarco aliado en Normandía, donde dejó su vida en una acción heroica que sirvió para acabar con parte de las alambradas que separaban el litoral atlántico de los búnkeres nazis.

El libro “Día D, Normandía, 6 de junio de 1944. Manuel Otero, un gallego en Omaha Beach” escrito por Antonio Osende revela, después de dos años de investigación, el fatal desenlace de este coruñés, nacido en Serra de Outes en 1916.

Osende, que es vicepresidente de la asociación Royal Green Jackets, explica, en declaraciones a EFE, la vida de Otero, que tenía apenas 28 años cuando murió, aunque su historia completa no se conoce hasta hoy, cuando se presenta el volumen editado por Arenas.

Fue una sobrina del soldado, que tenía en casa el baúl donde había sido transportado el cadáver tras su fallecimiento, la que puso sobre la pista al autor hace dos años, que empezó a buscar y se encontró con montones de personas que respondían al nombre de Manuel Otero, pues entre las tropas estadounidenses había un veinte por ciento de latinos.

Al final encontró la ficha con un número que se correspondía con el grabado en el baúl y poco a poco conoció la historia de aquel joven, que primero trabajó en España en un barco que se dedicaba al traslado de carbón, el “Inocencio Figaredo” que cubría la ruta entre Asturias y el Mediterráneo.

Cuando empezó la Guerra Civil “desapareció” y tuvo cierta fortuna, pues la embarcación fue “nacionalizada por la República para transportar material de guerra desde Rusia, pero al final se quedó en el puerto de Odesa, en la actual Ucrania, y sus tripulantes fueron a un campo de concentración.

Estuvieron internados, junto a los restos de la División Azul, muy cerca del círculo polar ártico y no fue hasta 1952 cuando volvieron repatriados.

Osende tardó en encontrar el rastro de nuevo, con la última carta escrita dos días antes de la sublevación del 18 de julio de 1936, pero lo hizo a partir de un ingreso en un hospital de Barcelona, justo al acabar la guerra en 1939.

“Averiguamos que fue herido en la batalla de Brunete, con heridas de bala en el pulmón y en un brazo. Quedó tendido en el campo de batalla, lo mandaron a Valencia al hospital y después acabó en Barcelona”, detalla el autor.

Sin apenas medios económicos, tardó dos años en emigrar y optó por desplazarse a Estados Unidos, primero como marinero en un barco que acabó en Nueva York, donde tenía familiares, por lo que decidió “trabajar de manera clandestina”.

Sopesó las ventajas de alistarse con el ejército del país para combatir en la Segunda Guerra Mundial, pues si lo hacía “tendría la nacionalidad y le pagarían los estudios”, por lo que se decidió en 1943.

“Tenía experiencia en combate y lo destinaron a una de las unidades más veteranas. Fue a la Primera División de Infantería, la conocida como Big Red One. Estaba en la compañía A del primer batallón del 16º regimiento”, continúa.

Cuando se alistó, su división “estaba en Italia”, pero “después del campamento lo mandan directamente a Inglaterra, donde realiza pruebas, ejercicios y maniobras durante meses” y agrega que “lo estaban preparando para el asalto a Normandía”.

Allí, por su experiencia, fue ascendido a soldado de la primera clase, aunque como “reemplazo” llegó para “cubrir a alguien que había muerto”, algo que siempre es negativo, pues las personas en esta situación que muchas veces morían por falta de apoyo de los compañeros, ya que no conocían a nadie“, señala.

Tras el campamento participó en el desembarco de Normandía, en el asalto a la playa conocida con el nombre en clave de “Omaha Beach”, el 6 de junio de 1944, hace exactamente 72 años, y al principio el autor no fue capaz de determinar qué ocurrió cuando llegó a la arena.

El Ejército de Estados Unidos quemó los archivos en la década de 1970 y, por estadística, supuso que había muerto “en los primeros minutos del asalto”, como el 90 % de los que fallecieron, apunta.

Ya con el libro perfilado hace un año, con motivo del bicentenario de batalla de Waterloo unos compañeros de Osende encontraron en un museo en Normandía “unos registros maravillosos” que aclararon “dónde había muerto exactamente” el “único español que murió el día D en Normandía y que estuvo allí”, indica.

Otero embarcó en Inglaterra, “pero no en la típica lancha de desembarco, en una más grande, de cuarenta metros de eslora y diez de manga, en la que iban tanques” y la corriente llevó a la nave “a una zona virgen”, que no era la prevista.

“Las ametralladoras nazis frieron a muchos de ellos en los primeros minutos, aunque no a Manuel, que llegó a la parte superior de la playa, a la zona límite. El barco se retiró tras recibir muchos cañonazos y se hundió poco después”, detalla Osende.

El único español en la batalla, con dos compañeros más, accedió al límite de la playa, justo donde estaban las alambradas que impedían el acceso a los búnkeres desde donde el ejército de la Alemania nazi intentaba frenar la invasión.

Los aliados sabían que era clave acceder a los enclaves alemanes y Otero, junto con sus dos compañeros, ya emplearon torpedos bangalores para destrozar la alambrada, tras unirlos por dentro de las concertinas, precisa Osende.

Consiguieron su objetivo tras hacer explotar la barrera que les impedía llegar a los búnkeres y, con el trabajo cumplido tras hacer un poco más fácil la tarea de los que venían detrás, fallecieron pocos pasos más adelante, metidos de lleno en un campo de minas.

Fueron varias explosiones las que segaron la vida de estos tres soldados en una de las batallas que supuso el principio del fin de una guerra que su bando finalmente acabaría ganando.

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