Vuelve el matojo
“La peor decisión que he tomado en mi vida”, dice una chica en la barra de un bar de Barcelona. “No sabes cuánto me arrepiento”. No se muerde los nudillos porque eligió a la persona equivocada para compartir su vida, ni por haber estudiado Derecho en vez de seguir sus pulsiones artísticas. La chavala niega con la cabeza, arrepentida, porque hace un par de años se hizo la depilación láser total en el pubis. Y ahora se da de cabezazos contra la pared.
Bienvenidos a la era del pelo. Teníamos algunas pistas de que andaba por aquí, pero en los últimos meses ya han aparecido los indicios definitivos dentro de la cultura de masas: el mundo de las celebrities, verdaderas estrellas de la industria de la belleza, se vio algo agitado cuando Gwyneth Paltrow anunció risueña, en el programa de Ellen DeGeneres, que llevaba un estilo “muy setentero” en la entrepierna y Cameron Diaz comenzó a abogar públicamente por el vello púbico femenino como muestra de higiene y liberación personal.
Y el asunto copó realmente los titulares cuando American Apparel descubrió en su última campaña la semana pasada a unos maniquíes con buenos matojos en la entrepierna y todo el mundo se chaló: ¿ha vuelto el pelo?, ¿a quién le gusta?, ¿y a quién le pone?
La estafa del rasurado: ni popular, ni higiénico
Lo cierto es que, siguiendo las estadísticas, estaba claro que defender la depilación prácticamente integral venía siendo un discurso que no partía meramente del gusto, y aquel que lo crea así, ahí van los datos: según una encuesta publicada en El Mundo, el 65,8% de las españolas nunca se depilan o retocan el pubis, independientemente de las modas. Así que el pelo nos da igual. Por tanto, a nosotros nos da igual –hombres y mujeres, según la mencionada encuesta–, pero no a la industria.
Y aquí vuelven a mandar los datos: el espacio rasurable ha aumentado considerablemente durante los últimos cincuenta años, y algo tendrá que ver el hecho de que la industria de la depilación, sólo en Estados Unidos, obtuvo unos ingresos de 2.100 millones de dólares el año pasado. Teniendo en cuenta que en ese país la mayoría de las mujeres en 1945 ni siquiera se depilaban las piernas, el discurso, pues, se generó desde la creación de una necesidad previamente inexistente y fue calando en lo que a axilas y piernas se refiere a lo largo de las décadas.
El pubis era la última frontera por conquistar, y así lo vimos en series de televisión, revistas femeninas y demás generadores de discurso de la imagen femenina. Desde Sexo en Nueva York a la revista Vogue, entre la década de los 90 y los 2000, si tenías pelo ahí abajo, eras equiparable al eslabón perdido entre ser humano y animalito salvaje. Tal es así, que incluso comenzaron a circular teorías poco científicas pero muy asumidas por el gran público sobre el vello púbico como algo poco higiénico.
Esto era otra falacia: ha quedado demostrado que la ausencia de pelo genera y propaga infecciones. Según un estudio publicado en el British Medical Journal, la depilación no sólo provoca pequeñas lesiones en la piel, sino que es caldo de cultivo para bacterias.
Otra razón para el posible auge hasta ahora de la depilación integral la daba Caitlin Moran en su ensayo Cómo ser mujer. Partiendo de la ridiculización de la moda por la cada vez más exigua ropa interior –“¿por qué llevamos bragas que apenas nos tapan el clítoris?”, se preguntaba–, Moran pasaba a esbozar una interesante teoría: la depilación responde a la adopción de los patrones de la pornografía convencional del momento.
Las actrices se depilan no tanto para cumplir una fantasía infantil como por una cuestión técnica: así, en los primeros planos de los genitales, el espectador puede verlo todo. Dónde hay pelo... hay polémica. Entonces, ¿qué pasa con el pelo? ¿Puede ser achacable este cambio de opinión generalizado a que nos hemos despertado tras un largo letargo absurdo? Y, de ser así, ¿por qué todos a la vez?
Publicitar lo más privado
La campaña de American Apparel, en el centro de la diana, puede ser un buen primer punto de análisis. La marca, conocida por su voluntad de llamar la atención –¿y cuál no?–, ha virado en los últimos tiempos desde campañas acusadas de sexismo, donde se muestra una sexualidad bastante explícita y normativa –con chicas jóvenes, mayoritariamente blancas y en posturas sugerentes–, a abogar por la visibilización de la menstruación en una camiseta y, ahora, reivindicar el vello púbico. Sus portavoces han defendido ambas campañas con argumentos que suenan a mucha gente: “Queremos mostrar un cuerpo de mujer más acorde con la realidad, y huir de representaciones idealizadas o poco realistas”.
Evidentemente, esto es difícilmente rebatible, pero algunas voces críticas apuntan a sus campañas anteriores y a que este cambio se traduce únicamente al vello púbico, y no apostando por cuerpos con unas proporciones más realistas. La clave de su cambio de rumbo podría estar en un reciente artículo del Financial Times, cuyo titular anunciaba que “el feminismo está de moda” en las pasarelas.
Dentro y fuera de ellas se reivindica a las Riot Grrrls, se habla de arte feminista y se le presta verdadera atención internacional al activismo de las Pussy Riot. Más allá de lo positivo que pueda venir con la visibilización, el pelo de American Apparel y Gwyneth Paltrow vendría a ser –a diferencia de movimientos en red netamente feministas como #sobaquember, que puso en primer plano el vello en las axilas, o Project Bush, que hace lo propio con el vello púbico– un mero lavado de cara y una moda del momento. Porque, y ahí va la pista: tras anunciar Gwyneth en la televisión lo de su matojo, corrió a desmentirlo un poco más tarde. Y es que las modas, a diferencia de las reivindicaciones, son pasajeras.