Orriols: paradigma del barrio silenciado
Si los barrios situados a la periferia marítima de Valencia padecieron en sus carnes el expansionismo del puerto y los caprichos suculentos de los señores del ladrillo, los situados en el extrarradio norte fueron víctimas del silencio absoluto. Mientras las cámaras reflejaban los estertores que dejó la orgía del ladrillo cerca de la costa, muchas zonas del cap i casal experimentaban una degradación 'interesada', producto de la desatención de la exalcaldesa Rita Barberá (PP).
Unas zonas que formaban parte -pese a la lucha vecinal- de la Valencia dual que tanto promocionaron los anteriores gobernantes. El impulso de grandes eventos y proyectos a cargo del erario público chocaba con las necesidades de barrios únicos, cuyas tramas urbanas más de pueblo que de ciudad constituían un elemento único de diversidad nada desdeñable. Orriols es el ejemplo paradigmático.
Desprovisto de inversiones sustanciales durante muchos años, su origen humilde se mantiene. Ni la elevada presencia de población inmigrante, ni el drama social de los desahucios han sumergido al barrio hacía el camino de la marginación. Los vecinos lo han evitado. Es más, lo han revitalizado mostrando una unión y un coraje envidiable. Pese a ello, la vulnerabilidad sigue ahí. La rehabilitación de viviendas, eliminar la suciedad, rebajar el paro y frenar el fracaso escolar son sus desafíos pendientes. Como en muchos de los barrios que componen la periferia del cap i casal.
De origen humilde y 'castigado'
Orriols corrió en el siglo XIX la misma fuerte que tuvieron la mayoría de los barrios que conforman el extrarradio de Valencia. Nacieron como pueblos y después fueron anexionados por una ciudad que se expandía al calor de la revolución industrial. El origen del barrio se remonta al año 1237, cuando el rey Jaume I donó a Guillem Aguiló la alquería andalusí de Rascaña, población antecesora a Orriols.
El barrio fue sumando espacio durante todo el siglo XX. De hecho, entre 1960 y 1970 la barriada se incrementó por la construcción de un centenar de pisos sin las más mínimas equipaciones para poder desarrollar una vida digna. Construidos por el promotor José Barona, representan cerca del 60% de las edificaciones del barrio. Estas viviendas acogieron la oleada de inmigración proveniente de Extremadura, Andalucía y Castilla-la Mancha que se instaló en el barrio.
Como en la mayor parte de la periferia de Valencia, la década de 1980 fue especialmente dura para Orriols. “Fue un barrio muy tocado por la droga. Se convirtió en un guetto”, relata María José Martín, miembro de la asociación Orriols Con-Vive, que aglutina a buena parte de los colectivos que existen en el barrio. Una situación que fue erradicada -ahora solo hay pequeños coletazos puntuales centrados en determinadas zonas-. A ello contribuyó la posterior integración total del barrio en la trama urbana de la ciudad.
Orriols salió adelante. ¿Como? Gracias a un potente movimiento vecinal que abanderó campañas de alfabetización, iniciativas culturales tanto de carácter festivo como exposiciones y reivindicaciones en materia de inversiones e infraestructuras que durante la etapa socialista fueron tenidas en cuenta. Aunque éstas promesas incluidas en un Plan Especial de Reforma Interior nunca se llevaron a cabo.
A principios de la década del 2000, fue el barrio -junto a Russafa- que más población inmigrante recibió de Valencia. “Como factores clave estuvieron el bajo precio de la vivienda y la presencia de personas del mismo origen”, apunta Albert Moncusí, antropólogo de la Universitat de València y especialista en migraciones que ha realizado varios estudios sobre el barrio. La población inmigrante se sitúa en el barrio en torno al 27%, pero producto de la crisis “desde 2009 está en descenso”.
Una alta presencia de inmigración que habría podido desencadenar climas de tensión y un conflicto de convivencia vecinal. Más cuando grupos de extrema derecha promocionaron repartos de alimentos solo para españoles. “No existen problemas de convivencia con la población inmigrante”, indica Maica Baceiro, presidenta de la Asociación de Vecinos de Orriols-Rascanya. La asociación Orriols Con-Vive que integra tanto a organizaciones islámicas como católicas es el vivo ejemplo de que no hay ninguna problemática respecto a los migrantes. La población en su conjunto es de 18.000 habitantes, según el censo. Pero se estima que podría alcanzar los 30.000.
A los factores que hubieran podido condenar a una mayor vulnerabilidad al barrio, se le sumaron otros. Esta vez promocionados desde el mismo Ayuntamiento que hacía caso omiso a las peticiones de equipamientos públicos y zonas ajardinadas. Entre ellos, destacó la construcción del denominado 'Nuevo Orriols', situado sobre una antigua zona de huerta -síntoma de como la expansión urbana ha carcomido el cinturón verde que rodeaba la ciudad-. Se trataba de un conjunto de urbanizaciones cerradas que acabaron por segregar el barrio.
“Fue un proceso, en parte, de 'New build gentrification'”, señala Moncusí. Es decir, de instalación de viviendas de mayor nivel de renta cerca de otros con menor nivel, agravando las diferencias entre ambas zonas. “La línea del tranvía que separa los dos lugares transmite esa idea de barrio dual”, afirma Rafael Hernandiz, presidente de la asociación de comerciantes del barrio.
Reducir el desempleo y el fracaso escolar
Si Orriols tanto en 2001 como en 2006 fue incluido en el Atlas de la Vulnerabilidad Urbana en España, el vendaval de la crisis económica empeoró su situación social. Con la mayoría de la población empleada en servicios de baja calidad y en la construcción, el pinchazo del 'boom' económico ha conllevado que registre una tasa de paro cercana al 40%, según las asociaciones vecinales. Los servicios sociales están desbordados y el barrio cuenta con tres bancos de alimentos.
Además, desde la asociación de vecinos, se intenta reducir la exclusión social mediante la ayuda en los tramites a los mayores para que consigan las medicinas a coste cero o en la elaboración de la documentación para que las eléctricas apliquen bonificaciones a la factura de la luz. Orriols Con-Vive, en cambio, ayuda mediante intercambios de libros, realizando talleres para mejorar la formación y preparando actividades para integrar a la gente extranjera en el barrio.
Al elevado desempleo, se le añadió la implantación de un centro comercial, cuando en realidad se había tenido que destinar “a servicios para el tren”, recuerda Hernandiz. “La implantación del Arena fue el detonante para el comercio local”, critica. “La apertura los domingos ya sería lo peor...”, secunda Martín. “No fue positiva su puesta en marcha. Un barrio sin comercio, es un barrio sin vida”, remata Baceiro. Los vecinos, en su momento, denunciaron que el centro “consiguió el suelo a precios irrisorios y se benefició de subvenciones y otras facilidades”
“El fracaso escolar en el barrio es muy elevado. Hay pocos chicos que acaban la enseñanza obligatoria. Más escasos son los que consiguen acceder a estudios superiores”, alerta Martín. De hecho, la mayoría de los colegios que existen en la zona son privados o concertados. Y no hay educación pública de 0 a 3 años. Una petición histórica de los vecinos.
Degradación 'interesada'
Con el índice más alto de desahucios durante los primeros años de la crisis, la degradación de las viviendas se ha convertido en unos de los principales problemas del barrio. En la zona de Barona muchos edificios sufren problemas estructurales como aluminosis, y la población mayor que reside en ellos no tiene el dinero suficiente para poder rehabilitarlos.
“La culpa de la degradación de todas estas viviendas es de los bancos”, afirma Baceiro. Tras los innumerables lanzamientos hipotecarios que ha padecido el barrio, las entidades financieras se han quedado con la propiedad de estas viviendas. “Como no pueden hacer negocios con ellas, las dejan abandonados. Y ni pagan la cuota de escalera ni asumen ningún otro pago que le corresponde”, critica. A esas viviendas, se añaden los numerosos bajos que el impacto de la crisis y del centro comercial ha dejado vacíos.
Locales y pisos que han sido ocupados por gente sin recursos. La mayoría de forma pacífica y sin causar problemas. La excepción son unas cuantas familias puntuales que se dedican al alquiler ilegal. “Es gente, mafias, que proviene de otros barrios como El Cabanyal, que se están regenerando, y que vienen aquí a realizar este tipo de actividades”, afirma la presidenta de la asociación de vecinos.
Los baches en algunas calles y la suciedad son otras de las quejas. Aunque la calzada y las aceras están más limpias desde la llegada del nuevo gobierno de izquierdas. No en vano, en tiempos de Barberá los vecinos tuvieron que realizar patrullas de limpieza ante la gravedad de la situación. “Necesitamos más espacios públicos colectivos, más zonas verdes”, reivindica Martín. Desde la asociación de vecinos, se reclaman jardines en los antiguos Cartonajes Mora en la calle Arquitecto Rodríguez, en la calle Santiago Rusinyol (antiguos viveros Bellver) y en el solar de la ermita (abandonado y utilizado como aparcamiento provisional).
“La degradación del barrio es interesada. Solo me lo explico por un interés especulador”, sugiere Hernandiz. “Es producto de primar las actuaciones espectaculares por encima de atender las demandas de los barrios”, asegura Moncusí. Pese a que los vecinos consultados valoran positivamente la atención prestada por el nuevo gobierno municipal, al ejecutivo liderado por Joan Ribó le queda mucho trabajo por delante. Quitar el esparadrapo impuesto a Orriols debe ser el objetivo.