“Una réplica de Unió Valenciana no tendría cabida en el sistema actual”
Simó Alegre (Valencia, 1982) es licenciado y doctor en Ciencias Políticas. El 2 de marzo presenta en la UNED de Valencia “Unió Valenciana. Nacimiento, auge y caída de un partido (1982-2000)”, un repaso a la historia de una formación, ya desaparecida, que a lomos del populismo, un regionalismo light y un anticatalanismo visceral llegó a ser la tercera fuerza política valenciana.
Pregunta. ¿Como explica el relativo éxito de un partido calificado por sus detractores de “rancio” y cuya principal seña de identidad era el anticatalanismo?
Respuesta. La crisis de las opciones estatales de centro-derecha, que dura toda la década de los 80, deja espacio para el crecimiento de competidores autonómicos y UV ejercerá, por lo tanto, como una especie de derecha de sustitución. Además, la formación juega muy bien las cartas de su política de alianzas hasta los 90. Cuando el proyecto aún no está maduro, se adosa a las siglas de AP, a pesar de que este nació con vocación autónoma. Esto le proporciona una presencia institucional importante y margen para consolidarse y emanciparse, con visos de éxito, del socio eventual. Por otra parte, había un caldo de cultivo en la movilización callejera de la capital y los alrededores que presagiaba que existía sitio en el subsistema de partidos valenciano para UV. Todos estos factores coadyuvan a la existencia de esta estructura de oportunidad aprovechada.
En cuanto a lo de “rancio”, sin duda, las formas de UV no eran homologables a las de las formaciones de su entorno, debido a su origen activista y al amateurismo de la mayoría de sus cuadros. De todas maneras, hoy en día, hay ejemplos paradigmáticos, aunque se encuentren en las antípodas ideológicas de UV, de populismo del estilo más bronco. En definitiva, tachar este proceder de “rancio” no deja de ser subjetivo, pues el populismo, al fin y al cabo, no es más que una dimensión, aplicable a cualquier ideología, que los políticos administran a su antojo. Sería política-ficción, pero la UV de los 80 hubiera dado mucho juego en las redes sociales...
El “blaverismo” -la defensa a ultranza de la identidad valenciana en contraposición a Cataluña- ha perdido posiciones. ¿Por qué?
La sociedad valenciana ya no es la misma que en los 80. Las señas de identidad privativas (es decir, las que distinguen a un territorio de otros) se pueden considerar blindadas por la vía estatutaria y, además, 35 años de normalidad democrática las han consolidado en el día a día de la ciudadanía. Por otro lado, UV no inventa el anticatalanismo político. En cierto modo, está presente en el subsistema de partidos autóctono desde el blasquismo e, incluso, nacionalistas de la preguerra, como Rosend Gumiel o Josep Maria Bayarri, hacían bandera de él. El anticatalanismo es un sentimiento reactivo y se afianza en la medida en que hay un número apreciable personas que lo interiorizan o lo experimentan. En los últimos años, resulta evidente que la sociedad valenciana no experimenta el anticatalanismo con la misma inquietud que en los 80. Esto puede deberse a la sublimación de los aspectos más estridentes del pancatalanismo valenciano. La contraposición a la que alude es recurrente en todos los movimientos identitarios. Las élites valencianas hacen gala de una concepción subalterna respecto a sus dos locus políticos de referencia más cercanos: Madrid y Barcelona. Surgen, de manera transversal, en ciertas tradiciones políticas autóctonas, el anticatalanismo y anticentralismo. El primero tiene, principalmente, como hemos dicho, un carácter reactivo ante unos sujetos endógenos (los pancatalanistas valencianos). El segundo, por su parte, tiene un matiz más reivindicativo y exógeno y se relaciona con la experimentación de la privación y del agravio en el marco de España. El tránsito hacia la preeminencia del segundo sobre el primero, en definitiva, ha trascendido en la sociedad valenciana. De la misma manera que este cambio fue patente en UV desde finales de los 80.
¿Qué hay de UV en el actual PP?
Fundamentalmente, algunas personas que decidieron, por una particular concepción –llamémosla “práctica”- de la política, cambiar de partido. Por lo demás, la fagocitación del espacio político unionista no ha conllevado la continuidad de su agenda valenciana. A grandes rasgos, se ha producido una apropiación cosmética del imaginario más epidérmico y banal de UV. Un atrezzo que, además, se esgrime, únicamente y de manera oportunista, en ocasiones puntuales. Y, como la hiperbólica puesta en escena de la primera UV no admite imitaciones, puesto hasta queda demasiado forzado y artificioso.
¿Hay espacio en el electorado valenciano para una réplica de UV?
En principio, no. Las razones ya se han apuntado antes. Solo una rebaja de la barrera electoral al 3 % provincial abriría la ventana de oportunidad política, la cual, asimismo, dependería de una movilización de recursos potente.
El declive de UV empieza en 1995, cuando facilita el acceso al poder en el Ayuntamiento de Valencia y la Generalitat al PP.
Sin duda, el pacto por el que se entroniza a Rita Barberá como alcaldesa de la capital, en 1991, marca un antes y un después. La convicción total en esa victoria por parte de González Lizondo, como rampa de lanzamiento de un proyecto con vocación mayoritaria, hizo a UV presa de sus pactos preelectorales (además de con el PP, con un sector relevante del empresariado valenciano) para desalojar al PSOE del ayuntamiento. Desde entonces, UV quedó, a ojos de su electorado potencial, como un partido subsidiario y “filial” del PP. El uso de las instituciones públicas como agencias de colocación supuso el engorde previo al sacrificio. El Pacto del Pollo de 1995 reprodujo estas disfuncionales condiciones de la competencia para los unionistas, pese a que se intentó, sin mucha fortuna ni margen de tiempo, cambiar esta dinámica. La reincidencia en estos errores pone en valor la teoría con la que Barberà discrepa de la creencia de Panebianco de que la supervivencia de la organización es el único fin que comparten todos los miembros de un partido político. En UV, desde luego, no sucedía esto.
Vicente González Lizondo fue un líder carismático para algunos; un charlatán de feria para otros.
Se trata de un político irrepetible y propio de una época en la que la improvisación jugaba un rol más relevante. Excesivo en todos los sentidos y con unas formas no homologables a las del resto de sus colegas. Su carisma se asociaba a la sintalidad (es decir, a la identificación entre un grupo de iguales), por lo que, extramuros del partido, se convertía en una cierta animadversión por parte de sus adversarios. Este antagonismo lastraba al partido, puesto que lo aislaba de parte del electorado. Entre sus aciertos, destaca una determinación que fue clave para levantar el proyecto. Entre sus errores, gobernar el partido con mano de hierro y escaso aperturismo distanció a activos muy válidos y promovió la mediocridad y el arribismo.
UV llegó a ser la tercera fuerza política en la Comunidad Valenciana, aunque sus resultados en Castellón y, especialmente, Alicante, eran pobres.
En efecto, lo cual fue un lastre histórico al que solo empezó a ponerse remedio bajo la dirección de Héctor Villalba (en implantación, aunque no en resultados). El mensaje original de UV pierde receptividad a medida que nos alejamos del Hinterland valentino, puesto que se trata de zonas distantes de esa “valencianidad central” que definió Piqueras y coincide, en líneas generales, con el imaginario de la valencianía forjado desde la Renaixença. En resumidas cuentas, en estas áreas, las polémicas emotivas de la capital y las comarcas centrales no interesan en demasía, lo cual se tradujo, sistemáticamente, en resultados electorales decepcionantes para UV. La asunción de un mensaje menos conflictivo favoreció que, en el último lustro de los noventa, hubiera una mayor, aunque insuficiente, capacidad de seducción por estas latitudes.
Compromís ha tomado el relevo de UV como único partido valenciano de ámbito no estatal con representación en el congreso. Parafraseando a Joan Fuster; ¿El valencianismo politico será de izquierdas o no será?
Puede parecer una sentencia atractiva, pero no creo en los determinismos y apriorismos. En todo caso, si vamos a los datos y no a los deseos personales de cada uno, podría ser de centro-izquierda, ya que, según el CIS, es donde se sitúa la mayoría del electorado. Por otro lado, considero que el éxito de Compromís radica más en el eje nuevo-viejo (y, secundariamente, en el de clase), pues anticipa y supera, como versión autóctona del fenómeno, los resultados de Podemos. Sobreestimar los efectos del clivaje centro-periferia puede resultar atrevido en un territorio con unos índices de identificación dual (tan valenciano como español) ciertamente elevados.