La guerra civil española es uno de los episodios históricos sobre los que existe más bibliografía. Sin embargo, hasta ahora no se había publicado ningún estudio sobre el impacto psicológico que tuvo en quienes la sufrieron y sus descendientes. Es el objetivo de 'Trauma y Transmisión. Efectos de la guerra del 36, la postguerra, la dictadura y la transición en la subjetividad de los ciudadanos', un trabajo de Anna Miñarro y Teresa Morandi, que se presentó recientemente en la Universitat de València dentro de unas jornadas sobre la memoria histórica.
“No hay ningún ciudadano del Estado español que no tenga marcas de la guerra civil, lo sepa o no, lo acepte o no, porque todos los que la vivieron han sido transmisores, incluso contra su voluntad, de las huellas y secuelas que les dejó el conflicto”, dicen las autoras.
¿Cómo afectó a la salud mental de los españoles la guerra civil y sus secuelas?
Las guerras causan siempre un gran impacto, pero en el caso de la civil española, pese a sus importantes daños y efectos traumáticos, agudizados en la época dictatorial, fue imposible reconocerlo simbólicamente. Más tarde, tampoco hubo una adecuada atención con el fin de que los ciudadanos desarrollaran sus propios recursos y evitaran sufrimientos que, al enquistarse, fueron transmitidos a las generaciones siguientes. Este significativo silencio es un síntoma más del trauma que aún se arrastra en nuestros días. Cuando no hay elaboración ni representación de la violencia sufrida, se produce una ruptura, y una pérdida de transmisión de la historia familiar y social. Así, el horror se inscribe, como un exceso innombrable, en el psiquismo de los padres, en el cuerpo y en las generaciones siguientes. La guerra provocó un viraje radical de lo familiar, lo íntimo hacia su contrario. Lo extraño, lo inquietante y lo siniestro, que introdujo profundas confusiones y transformaciones a nivel psíquico y en el entorno social y cultural, con lo que se perfiló un contexto social siniestro.
¿Estos traumas incidieron más en el bando de los vencidos?
No se trata de ver quiénes sufrieron más, sino de reconocer que el golpe franquista y la dictadura atentaron contra los derechos humanos, y ese atentado recayó más del lado de los que lucharon por la República. Cuando acaba la guerra, no cesa el conflicto. Es decir, no acaba para todos igual, porque no hubo paz, sino victoria de unos sobre otros y la dictadura lo hizo sentir con un ensañamiento que desató una violencia y humillación sistemática, especialmente en las clases bajas. Los vencidos se vieron forzados a renunciar a sus ideales, a esconder sus duelos, incluso dentro de sus propias familias, a sufrir en silencio el sentir vergüenza y culpa por los suyos. la transmisión de lo traumático a sus hijos y nietos.
En muchos ciudadanos lo experimentado, vivido y sufrido por la primera generación ha quedado sin elaborar, e incluso enquistado, produciendo malestar psíquico, e incluso psicosomático, en ellos y en sus descendientes. La oleada de asesinatos, desapariciones, exilios y destierros, no permitió hacer duelos. En cambio se instaló el silencio, la voz de los sin voz, de los vencidos metáfora de todos los horrores sufridos por una sociedad secuestrada por el terror, rota por el dolor y por la pérdida de todo lo valioso.
¿Todavía se detectan en la sociedad española actual síntomas de esos trastornos?
La amnesia colectiva, aquella que pretendía anestesiar la sociedad durante la Transición, fue en sí misma la constatación de que las heridas del pasado no han cicatrizado psicológicamente hablando. El trauma perdura, no sólo en los ciudadanos que lo sufrieron, sino en el imaginario social. La primera generación y una parte de la segunda, recibió de lleno el impacto de la guerra y la represión, y en ellos se produjo un vacío aunque el dolor estaba presente y no podía mostrarse mediante palabras lo que generó un gran desmantelamiento a nivel psíquico y afectivo. La segunda y la tercera generación heredaron parte de las secuelas por el duelo inacabado, pues los duelos no cerrados son como hemorragias abiertas. Los no elaborados por una generación tienen consecuencias en las siguientes. Sin embargo, a pesar del sufrimiento, muchos ciudadanos han hecho el difícil camino de volver narrable su experiencia por diferentes vías: testimonios, análisis, terapias, asociacionismo, militancia política, creación artística y escritura. Se trata de encontrar formas de sublimación, porque cuando el horror y el dolor se traducen en un relato, alguna cosa de la transmisión de vida entre generaciones se puede recuperar.