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Del olvido a las librerías: retrato de la lucha de la huerta contra la fiebre del ladrillo

Las excavadoras entran en la huerta de La Punta/ Documental A Tornallom

Moisés Pérez

Expropiaciones forzosas, deportaciones, desahucios, muertes por desalojarlos de su hábitat. La batalla que han librado el cemento y la huerta durante más de cinco décadas ha sido traumática. Ya sea al calor del desarrollismo franquista, de la orgía del ladrillo o por los deseos expansionistas del Puerto de Valencia la huerta que rodea la ciudad y toda el área metropolitana siempre ha sido la víctima perfecta cuando se trataba de crecer. Y la lucha por evitarlo de aquellos que les desalojaban de unas casas derribadas por las excavadoras ha estado demasiado silenciada. Valencia, hasta hace poco, miraba para otro lado.

Para sacar del olvido esa contienda, llega a las librerías 'La batalla de l'horta. Cinc dècades de resistència silenciada' (Sembra Llibres). Escrito por el periodista Enric Llopis y con un prólogo del activista Josep Gavaldà, se trata de un encargo del colectivo Per l'Horta. Como expresa Enric Navarro, agricultor y miembro del colectivo, “hacía falta un relato que contará esta lucha desde el lado de las víctimas de los abusos urbanísticos”. “Se trata de escribir la historia que nunca se ha contado, y de la que mucha gente no tiene constancia”, agrega Gavaldà, miembro destacado también de la organización.

Una historia que nace con un de los proyectos más megalómanos que desarrolló la dictadura franquista en Valencia: la excavación de un nuevo cauce del río desde Quart de Poblet hasta el norte de Pinedo. Denominado como Plan Sud, arrasó la huerta periurbana de los alrededores. “Es la lucha más silenciada. Y la que tuvo las consecuencias más fatales. Muchos de los ancianos al arrebatarlos su casa, morían de pena al poco tiempo”, cuenta Galvaldà. “Fue muy traumático. Se expropiaron tierras y se realizaron detenciones que causaron muertos por infartos”, relató a eldiariocv.es en el serial 'La ciudad olvidada', Empar Puchades, de la asociación de vecinos de Castellar-Oliveral y uno de los testimonios del libro. “El contraste entre lo que sucedió y la versión del régimen es sorprendente”, añade Llopis.

Las expropiaciones en La Punta para construir una Zona de Actividades Logísica (ZAL) -sin actividad y tumbada décadas después de los derribos por los tribunales- y la construcción de una zona residencial en la huerta del Pouet “fueron conflictos también muy duros”, afirma el autor. “El choque brutal que personas del campo, normalmente conservadoras, experimentaron durante las deportaciones y desalojos de la Punta fue espectacular. Ellos creían que la policía les iba a ayudar. Y fue al contrario”, cuenta Navarro, para recalcar: “Que ancianos que tenían pocos estudios llevaran pancartas bajo el lema 'La Punta, la nostra Palestina', era todo un síntoma”.

Navarro, justamente, ha sido víctima del urbanismo depredador con la huerta. “La primera vez que escuché la palabra desahucio fue cuando nos iban a desalojar de nuestras alquerías. Fue con la ejecución del PAI de Ademús y la operación especulativa del Nou Mestalla”. Gracias a que tenía estudios y tras padecer varias expropiaciones, recurrió a una catedrático de derecho que había paralizado los despropósito urbanísticos en Andrax, Mallorca. “Todos los bufetes de Valencia participaban del juego. Tuve que recurrir a un abogado de fuera para ganar el contencioso”, crítica.

De la unión con la ILP a la victoria contra Barberá

En las cinco décadas de resistencia contra los señores del ladrillo -de los que no se habla casi en el libro- no todo han sido derrotas. También hay victorias. El punto de inflexión para que el movimiento se hiciera potente fue durante la recogida de firmas para presentar a las Cortes Valencianas una Iniciativa Legislativa Popular (ILP) para proteger la huerta. “Antes las luchas estaban muy dispersas. Unos luchaban por el barranco de Torrent, otros por que no se cimentara el de Carraixet, un grupo se oponía contra tal infraestructura...”, expresa Navarro. “La ILP, aunque nos arruinó porque al no tramitarse las Cortes no nos pagó los gastos de la campaña, sirvió para unificar todo el movimiento”, dice Gavaldà.

Con cerca de 300 asociados, nació Per l'Horta. Con ello, podían presionar con mayor intensidad. Y de ahí, surgieron victorias como la de la huerta de Marxalenes o la de Vera, en Alboraia. “Toparon con gente joven que se dedicaba a la agricultura. Que vivía de esto”, afirma Navarro. El proyecto de Vera contemplaba la urbanización de una zona de Alboraia y la ubicación del centro comercial Alcampo, con participación de la inmobiliaria de la gran superficie, de la familia Lladró y de la constructora Astroc, del empresario Enrique Bañuelos. “El alcalde llamaba para que los propietarios vendieran. Y ellos se negaban. Decían: Yo ya soy rico. Me han expropiado tres veces. Quiero vivir aquí, en la huerta”, relata Gavaldà.

La gran victoria llegó en 2015. Fue con la paralización del Plan General de Ordenación Urbana (PGOU) que impulsó la exalcaldesa Rita Barberá con la misma filosofía de antaño: privilegiar el cemento por encima de lo verde. Con un cambio de consciencia y el reinado de la actual senadora en declive, la presión popular se impuso sobre los designios del Ayuntamiento gobernado por el PP. “Teníamos muchos factores a nuestro favor. La burbuja inmobiliaria había pinchado, aún coleaba los efectos del 15-M, las asociaciones de vecinos nos dieron apoyo, e incluso instituciones como el Tribunal de les Aigües, de perfil conservador, se puso de nuestra parte”, explica Gavaldà. “Fue un triunfo importante después de un proceso duro. Dejamos de predicar en el desierto”, confiesa Navarro.

¿Lucha inacabada?

Con la llegada de la izquierda a la Generalitat Valenciana y al Ayuntamiento de Valencia, la sensibilidad hacia la protección de la huerta en detrimento del ladrillo se antoja mayor. No en vano, ha sido una de sus banderas enarboladas durante estos últimos. Esta semana, de hecho, la consellera de Vivienda, María José Salvador (PSPV-PSOE), ha presentado un plan para blindar la huerta de la especulación urbanística. “Es un primer paso y se nota que la sensibilidad de esta conselleria es diferente. La música suena muy bien. Pero falta ver la letra”, afirma Gavaldà.

Pese a este plan, para Navarro, Gavaldà y Llopis antes de todo hace falta “reconocer el daño producido a quienes han sido víctimas de los abusos urbanísticos. Y después de eso, se precisa de justicia y reparación”. “Aún queda mucho camino y muchos retos, como el de fomentar la agricultura de verdad. No cesamos en nuestra lucha, ni mucho menos”, señala Navarro.

“La ZAL es un símbolo de la lucha de la izquierda en Valencia y el País Valenciano. Será el termómetro de la profundidad del cambio, de si sucumben a los intereses del Puerto o revierten parte para uso ciudadano, como piden los vecinos”, advierte Gavaldà. Qué hacer con las zonas de transición huerta-ciudad y la actitud del gobierno de Ximo Puig ante la presentación de planes urbanísticos agresivos por parte de algunos Ayuntamientos son la prueba de fuego y los retos de futuro. Como evitar que las infraestructuras vuelvan a arrasar huerta, como ha padecido históricamente la parte sur de Valencia. La resistencia de la huerta frente al cemento no termina. Pero sus protagonistas dejan de estar silenciados.

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