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El maquis, entre el acoso franquista y los conflictos internos

Guerrilleros del AGLA. Francisco Salvador Sebastiá, alias "Conillet d'Ares"; Ángel Fuertes Vidosa, "Antonio", y José Vicente Zafón, "Pepito de Mosqueruela". Fotografías cedidas por Raül González Devís a partir de distintas fuentes.

Belén Toledo

Castellón —

“Hay gente que cuando habla de esto pasa de un tono de voz normal a un susurro. Y quien ha querido apagar la grabadora. Se mantiene el miedo. Pareciera que la dictadura todavía no se hubiera acabado”. Son palabras de Raül González Devís, profesor de Historia en el instituto de Vilafranca, un pueblo del interior de Castelló, y autor de una tesis doctoral sobre el AGLA (Agrupación Guerrillera de Levante y Aragón), el maquis que ocupó montes de Cuenca, Teruel, Castellón y Tarragona entre 1946 y 1952.

El estudio, titulado “Entre la resistencia y la supervivencia”, indaga en el aspecto humano de los guerrilleros y en sus logros y problemas más desconocidos por el gran público. Se puede bucear en la parte más amarga, como los secuestros y asaltos con objetivos de mera supervivencia económica. Pero también en la “preocupación de desmarcarse de la delincuencia común”, dice el texto.

En esta línea, la tesis cuenta la existencia de una escuela de guerrilleros en La Cerollera (Teruel), donde se daban clases de tiro y táctica militar pero también de política, sanidad y cultural general. Y narra la “prioritaria” difusión de consignas antifranquistas con una imprenta propia en la que se imprimían pasquines e incluso un periódico llamado “El Guerrillero”.

Ocupación de pueblos

Otras acciones del maquis destinadas a la persuasión política de la población era la ocupación de pueblos. Solían elegir núcleos sin Guardia Civil para evitar derramamiento de sangre. Los guerrilleros tomaban las armas del somatén -los más afectos al régimen de cada pueblo, a los que se permitía tener pistolas-, compraban víveres -o podían también requisarlos, si el dueño de la tienda era adepto al régimen- y repartían panfletos.

La acción terminaba con un mítin en la plaza del pueblo y no duraba más de una tarde. Era “una demostración de fuerza” para “reforzar internamente la agrupación” e “incidir en la opinión pública”. Una de las ocupaciones tuvo lugar en Catí (Castellón) en mayo de 1947.

Nacidos en la zona

La principal novedad de este trabajo es que constata que el PCE (Partido Comunista de España) no controló la agrupación guerrillera tanto como se creía hasta ahora. Es verdad que el AGLA fue “la niña bonita” del partido por su cercanía a Francia y a las poblaciones de la costa, pero González Devís demuestra que la fuerza de los guerrilleros autóctonos era mucho mayor de lo que se pensaba hasta ahora.

Si bien el partido envió continuamente a guerrilleros desde Francia para liderar los batallones, su peso siempre fue menor respecto al 70 % de maquis procedentes de las comarcas en las que se implantaba la agrupación. Hubo muchos enfrentamientos entre estos dos grupos. Hasta ahora, estos conflictos se habían explicado por diferencias ideológicas entre comunistas y el supuesto anarquismo de los autóctonos.

Pero esta no fue la única causa. Está también “la diferencia de mentalidad: un militante venido de fuera tomaba la guerrilla como el compromiso con el partido y entre los otros, había quien la consideraba un refugio respecto a la persecución de la Guardia Civil”. Los conflictos también se repitieron porque en muchas ocasiones los autóctonos se negaron a ejecutar órdenes que pudieran costar la vida a personas conocidas.

Las diferencias dieron lugar a decenas de ajusticiamientos internos y deserciones y fueron la evidencia de que el partido era incapaz de controlar lo que pasaba en el monte desde sus bases en las ciudades y en Francia.

Un líder autóctono: el Cinctorrà

Cinctorrà No obstante, el PCE sí permitió que algunos de los guerrilleros del terreno fueran líderes de batallones. Fue el caso de José Borrás, apodado el Cinctorrà. Es una de las mejores muestras de la hetereogeneidad de los miembros del AGLA porque se incorporó a la vuelta de su exilio en Francia, pero no por ello era comunista. Ya en la guerrilla, se insubordinó en numerosas ocasiones y llegó a desertar, desanimado por las derrotas ante el régimen y las matanzas de civiles que perpetró la Guardia Civil.

Sin embargo, el PCE permitió que liderara un batallón y lo mantuvo en su puesto en los años clave de 1945 a 1947. La razón es que el Cinctorrà, como muchos otros autóctonos, podía despertar simpatías entre los vecinos que facilitaran a la guerrilla el apoyo de la población. Sobre todo en el primer momento, los “vínculos primarios, de vecindad y solidaridad, facilitaron la ayuda de la población civil a la guerrilla”, explica el autor.

Técnicas probadas contra la guerrilla carlista

Las represalias de las fuerzas franquistas fueron más duras a partir del otoño de 1947. Fue el momento en que llegó a la zona el alto mando franquista Manuel Pizarro. Aplicó técnicas de represión que ya se habían probado contra la insurgencia carlista en el interior de Castellón, zona de tradición guerrillera.

“Desde aquel momento, proliferaron las muertes irregulares, amparadas por la Ley de Fugas, se multiplicaron las detenciones masivas, se generalizaron las contrapartidas [grupos de guardias civiles que se disfrazaban de maquis para detectar a los masoveros que les servían de apoyo y sembrar desconfianza] y se decretaron las evacuaciones” de las masías.

Además, la represión no sólo sirvió para combatir a los maquis. También para “depurar a las personas con antecedentes republicanos o de izquierdas”. El resultado fue que los asesinatos cometidos por la Guardia Civil “permitieron limpiar de desafectos y silenciar a potenciales disidentes en un mundo rural difícilmente anónimo”.

Del terror a la ruptura de los vínculos

El ataque a la población civil por parte de las fuerzas franquistas fue sistemático. Los datos recogidos en este trabajo lo demuestran. En muchos pueblos de la zona, como Atzeneta, la Pobla de Benifassà o Benassal, hubo más muertos en estos años que en la inmediata posguerra. Y el 75% de víctimas mortales de la represión entre 1945 y 1952 no eran guerrilleros sino civiles.

La represión trajo el terror. Y el terror llevó consigo las delaciones, las traiciones y la negación de ayuda entre vecinos. Se rompieron los “vínculos primarios”, en palabras de González Devís, algo fundamental para la vida rural. “Fue una etapa muy traumática en las comarcas del interior, donde todo el mundo se conoce. Esa es una razón por la que hoy en día sigue siendo algo de lo que cuesta hablar”, explica.

Fabrilo y Oronal

FabriloOronalHay episodios que ilustran este desgarro social. En el mas de Pou de la Pica de Culla, la Guardia Civil mató a una familia entera por haber albergado a Fabrilo, un guerrillero herido oriundo de un pueblo cercano. Otro caso fue el del maquis Victorino Prades, alias Oronal. Recién huido de la cárcel y herido, buscó refugio en la llamada caseta Blanca de Morella, habitada por un amigo de la infancia.

Este, sin embargo, le denunció. Oronal acabó muerto, abatido a tiros por la Guardia Civil. Como muchos otros que habían hecho lo mismo, su delator contó con ayuda de las fuerzas franquistas para trasladarse a una ciudad. En su caso, marchó a València, donde “le dieron alguna perra”, según cuentan testimonios directos, y se ganó la vida vendiendo en los mercados ropa vieja de soldados.

González Devís también aborda el papel de las mujeres en la guerrilla. No tomaron parte en la lucha armada porque tanto el AGLA como el PCE consideraban que las mujeres debían tener un papel auxiliar. “Ayudad a los heroicos guerrilleros” fue un mensaje dirigido por la propia Dolores Ibárruri, líder del PCE, a las mujeres desde una publicación guerrillera con motivo del 8 de marzo de 1946.

Mujeres que no eran “normales”

Las mujeres sí asumieron el papel de enlaces y colaboradoras, y desde estos roles asumieron muchos riesgos. Trasladaron multicopistas, pasaron mensajes desde la cúpula del partido en las ciudades a los guerrilleros de las montañas, albergaron maquis en sus casas y les cuidaron y curaron.

González Devis también se refiere al cariz particular que tomaban las represalias de la Guardia Civil cuando las víctimas eran mujeres. Además de arriesgarse a ser torturadas y asesinadas como sus compañeros varones, se las solía acusar de mantener relaciones sexuales con los guerrilleros.

“Independientemente de su veracidad, estas acusaciones vinculadas a la vida privada insistieron en la promiscuidad sexual o la irreligiosidad para constatar un perfil que no encajaba con la mujer 'normal', católica, sumisa y obediente”.

Para llevar a cabo su estudio, González Devis tuvo decenas de conversaciones con ancianos de las zonas donde actuó el AGLA. Fue una carrera de fondo porque era necesario “ganarse la confianza” del interlocutor antes de hablar de los maquis. Esto le convenció de la importancia de seguir investigando y divulgando. Porque “hay todavía silencio” en torno a los guerrilleros antifranquistas.

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