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Abuso policial: ¿Excepción o norma?

La policía de Valencia junto a una bici-taxi. / Giuseppe Grezzi

Creo no tener el gusto de haberle conocido personalmente hasta la fecha. En cualquier caso, aprovecho la presente para presentarme. Soy Giuseppe Grezzi, portavoz en València de la organización Verds Equo y asesor del grupo municipal de Compromís en el Ayuntamiento del cap i casal. Es en el ejercicio de estas funciones en el que he tenido básicamente un mayor interés por seguir la actividad de los profesionales que usted dirige y que tienen un papel tan importante en el correcto funcionamiento de nuestra ciudad en el día a día.

Y es desde esta valoración del papel fundamental que sus subordinados deben desempeñar para garantizar el bienestar de valencianos y valencianas, desde la que quiero alertarle de un posible brote de situaciones de abuso de autoridad, agravadas por un uso torticero de la presunción de veracidad de las declaraciones de los agentes. Por mi posición política he sido advertido por algunos ciudadanos de varios incidentes en este sentido, pero casualmente yo mismo fui víctima de uno de ellos, por lo que paso a relatárselo con el fin de que lo conozca y tome cartas en el asunto; y es que, aún suponiendo que estos hechos —pese a no tratarse de un caso aislado— no representan a la conducta de la mayoría de sus agentes, considero que deberían ser subsanados, con la correspondiente depuración de responsabilidades que convenga, para que no quede empañada la excelente labor que realizan la gran mayoría de los compañeros y compañeras de estos agentes sediciosos.

Le cuento: la historia se remonta a julio de 2013, circulaba en bicicleta por la plaza de la Reina a mi lugar habitual de trabajo cuando, a la altura del cruce entre la calle La Paz y la calle San Vicente, me detuve en el semáforo en rojo de la Plaza de la Reina, pegado al bordillo de la acera directamente a la derecha del carril. En ese momento vi unos agentes que habían parado a un bici-taxi y estaban inquiriendo al conductor. Me di la vuelta y procedí a hacer dos fotos de la escena, algo habitual y parte de mi trabajo político.

Fue entonces cuando, una vez hechas las fotos me aprestaba a retomar la marcha, uno de los policías (el agente 24006), que se identificó como jefe de la patrulla, me paró y me preguntó por las razones de mi acción, me exigió que le enseñara las fotos y que las borrara de inmediato, a lo cual —lógicamente, por no haber incurrido en ninguna irregularidad— me negué.

La situación, en cambio, sí era embarazosa, y cuando a esas alturas de nuestra conversación, se acercaron otros policías, aún se tornó más enrarecida. Y es que estos, en lugar de calmar a su compañero y dejarme seguir, comenzaron a tratar de intimidarme. Todo era bastante surrealista, puesto que, ante la actitud solidaria de un ciudadano que simplemente tomaba imágenes de un incidente con el fin de poder ofrecerlas para atestiguar lo sucedido si fuera necesario, la policía respondía a esa solidaridad atacando a ese ciudadano.

Entre sus subordinados implicados estaba el agente 21029, que me mostró su placa a petición mía y no sin antes resistirse a hacerlo. Aunque peor fue la actitud del agente 24006 —que se había identificado como jefe— y al que, tras pedirle su número de placa como identificación (que finalmente me mostraría), levantó hacia mi su bota derecha y me dijo: “aquí tienes la placa”.

Sin embargo, aquí no acabaría mi pesadilla, pues tras aguantar todavía un rato la anómala actitud chulesca de estos agentes, identificarme y apuntar mis datos en una libreta antes de dejarme marchar, recibí la última amenaza del agente 24006 mientras subía a la bici: “ya te llegará la multa”. En ese momento, agobiado por el acoso y la anómala situación, decidí no darle más importancia a esas palabras, porqué ni me elevaron un parte, ni informaron de qué infracción presuntamente hubiera cometido, ni nada por el estilo. La situación había sido desagradable, pero á pesar de ello, ¿cómo va uno a pensar que un policía local va a actuar de mala fe contra él?

Cuál fue mi sorpresa cuando días después recibí la notificación de sanción, que recogí en el servicio correspondiente, con el boletín de sanción que NUNCA se me entregó y que se reporta falsamente que sí se me entregó con el apunte “recibe copia”. Eso sí, pone “recibe copia” pero no está firmado por mi y no se indica en ningún momento las razones por las cuales no está firmado. Lo que se explica por el mero hecho de que nunca me dieron ningún boletín para firmar!

En fin, la multa asegura que se me sanciona por obstaculizar el tráfico y molestar al resto de usuarios de la vía; y aunque eso es rotundamente falso, lo tremendo es que, si estuve detenido allí fue forzado por las amenazas de este grupo de agentes, temerosos —a saber por qué— de lo que habría recogido con mi cámara, y que para rematar su actuación, decidieron poner la guinda de una denuncia falsa, falseada e irregularmente comunicada.

Como usted comprenderá, tener que pagar con recargo la dichosa multa sin poder recurrirla porque la inexistente notificación agota los trámites, es una cosa no precisamente agradable para un servidor. Por que, además, al recurso de reposición que presenté en tiempo y forma, se le dio carpetazo sin que se entrara en el fondo de mis alegaciones. Sin embargo, lo verdaderamente grave de este asunto es la sensación de indefensión y gran tristeza que me transmitió la situación. ¿Puede esto suceder en la Policía Local de Valencia? ¿Pueden colarse en el cuerpo agentes como los que protagonizaron este incidente? ¿Agentes que no solo puedan tener un mal momento y tratar así a un ciudadano por error, sino que con la multa posterior (registrada seguramente un buen rato después de lo sucedido) demuestran una mala fe y una perversidad que les hace indignos de sus compañeros?

¿Y puede suceder, sin que exista un mecanismo de control que haga saltar las alarmas y depure las malas praxis, especialmente cuando un posible recurso-contencioso ante los tribunales (que es para tomar en serio, con lo caros que puso el pasado año los recursos el felizmente ya ex ministro Gallardón), tiene nulas posibilidades de prosperar si los agentes, como en este caso, hacen un uso torticero de la presunción de veracidad?

Espero, Sr. Rabadán, que pueda usted responder a mis preguntas, y también a este y cualquier otro incidente similar del que tenga conocimiento. Y lo haga de una forma que me haga recuperar la férrea fe que merecen los cuerpos de seguridad locales, para que pueda transmitirla a su vez al resto de ciudadanos de Valencia.

Atentamente,

Giuseppe Grezzi

Portavoz de Verds Equo y asesor del GM de Compromís per València

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