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Recortes que importan: la explicación de un verano negro

Andreu Escrivà

Este artículo fue publicado en septiembre de 2012 en Espai Valencià. Lo reproducimos de nuevo por su interés.

Este no ha sido un verano cualquiera en el País Valenciano. Se han quemado decenas de miles de hectáreas en enormes incendios que estuvieron días fuera de control: Dos Aguas, Andilla, Chulilla... En esta última semana de septiembre, el más grave arde en la comarca de la Serranía, y también se ha dado por controlado otro incendio que ha obligado a la evacuación de chalés y un colegio en Riba-Roja.

La magnitud de la superficie calcinada ha obligado a buscar responsables, y como era casi inevitable, todos los dedos –especialmente los de la oposición y sindicatos— apuntan a los recortes en prevención y extinción de incendios. Aunque no todo es tan sencillo... ¿O tal vez sí?

¿Debemos aceptar el fuego como algo natural?

Antes de nada, debemos situarnos: hablamos de bosques mediterráneos, en los cuales el fuego es un elemento consustancial a su desarrollo. Existen multitud de adaptaciones por parte de la vegetación para hacer frente a este fenómeno recurrente: desde plantas que tras las llamas rebrotan con una asombrosa facilidad, a adaptaciones como el corcho (un fantástico aislante) o estrategias ecológicas que consisten en aprovechar los incendios para dispersar semillas (caso de los pinos y las piñas). El estudio del papel de los incendios en estos ecosistemas es complejo y tremendamente controvertido: algunos investigadores apuestan por usar el fuego de forma preventiva (provocando pequeños incendios para evitar los devastadores), mientras otros defienden no realizar ningún tipo de labor silvícola. Es un campo abierto en el cual aún nos queda mucho por aprender.

Sin embargo, la mayor parte de las investigaciones se refieren a bosques maduros y aquí, en el País Valenciano, nos quedan pocos: menos de un 2% en superficie. Cuando se quema el monte, se queman casi siempre etapas intermedias de la sucesión ecológica, matorrales, monocultivos de pino, carrascales incipientes. Pero también cultivos, y casas: el Mediterráneo es una de las regiones mundiales más antropizadas –llevamos milenios de relación con nuestro entorno-, y apenas queda nada de lo que podríamos calificar como natural o primigenio.

Porque ahí es donde entra la prevención de incendios forestales: en que no queremos que se queme lo que nos rodea. No queremos que las llamas lleguen hasta nuestras calles y campos: necesitamos hacer algo para evitarlo. No podemos pretender aplicar parámetros de gestión pretendidamente “naturales”, esto es, la no acción, confiando en las dinámicas propias de la naturaleza, en que el fuego es un elemento más. Nuestro medio está tan alterado que eso no sirve de nada.

La austeridad se traduce en fuego

Tras los devastadores incendios de 1994 y 1995, muchos pensábamos que en el País Valenciano no volvería a suceder nada similar; incendios sí, claro, pero jamás iguales. Que se pondrían los medios para evitarlo. Nada más alejado de la realidad.

La Generalitat Valenciana, sumida en una espiral suicida de austeridad y recortes, ha optado por abandonar el interior valenciano. Para ellos, es una tierra de nadie en la que no se produce nada, no genera beneficios y viven pocos votantes: no interesa. Y con su manifiesta dejadez de funciones, han pasado casi veinte años en los cuales los usos tradicionales han caído en picado, la gestión sostenible del monte cercano ha desaparecido y se ha esfumado el poco valor que la sociedad le otorgaba a los bosques. A lo sumo, queda el barniz recreativo, de merendero, y poco más: ni tan siquiera los Parques Naturales, en los que la Generalitat se cree pionera y es sin embargo el hazmerreír europeo, han servido para dinamizar las áreas rurales.

Muchos son los que defienden que no se puede establecer una causalidad clara entre recortes e incendios, pero se equivocan: afectan. Que no puedan ser culpados como causa directa, o no se les pueda atribuir toda la responsabilidad no significa que no hayan tenido, desgraciadamente, un papel protagonista en el infierno de este verano. ¿Hacemos un repaso?

¿Calor y viento? También falta de prevención

El Consell de Alberto Fabra tiene asignadas las competencias de “Emergencias, Protección Civil y Extinción de Incendios” a la Conselleria de Governació. Si se consultan los presupuestos del año 2012 (capítulo 221.10), se comprobará que ha habido una disminución del 14% respecto a 2011, a pesar de que Alberto Fabra lo ha negado este martes en el debate de política general de les Corts Valencianes. Lo cual implica que, o bien no conoce los presupuestos de la Generalitat, o bien ha mentido en sede parlamentaria: escojan ustedes la alternativa que les aterrorice menos.

Pero estos, los de extinción, son los recortes más inocuos, aunque no lo parezca: como dice el dicho popular, más vale prevenir que curar. En este sentido, el seguimiento de los recortes en materia de prevención de incendios es más difícil de fiscalizar, porque son varios los departamentos de la Generalitat que tienen partidas relacionadas con esta materia. Es necesario, pues, hacer una búsqueda minuciosa para detectar los ajustes.

El Consell ha recortado sistemáticamente las ayudas a los propietarios de montes (cuya finalidad es conservarlos y protegerlos): se ha pasado de 10,9 millones en 2008 a la ridícula cantidad de 12.000 euros en 2011 (con un incremento irrisorio para 2012: 160.000 euros). En 2012 se redujeron en 1.000 los efectivos de personal para la lucha contra incendios, pasando de 12.000 a 11.000 personas. En 2009, VAERSA, la empresa ambiental del Consell, compró todoterrenos de lujo (cuya utilidad fue cuestionada por los propios trabajadores) por valor de 2.391.000 euros y despidió a personal de vigilancia forestal por 2.390.998 euros. Tan sólo dos euros de diferencia. Esta empresa está inmersa ahora en un turbulento ERE, y es conocida por su opacidad y las contrataciones irregulares (que están saliendo a la luz e implican pluses de productividad no justificados y contratos que no se ajustan a sus estatutos). En diciembre de 2011, pocos meses después de que el Consell de Alberto Fabra legislase para que el suelo quemado se pudiese recalificar por “interés general”, despidió, de forma irregular, a 42 trabajadores más. Interés general: noble intención que sin embargo suena a excusa para justificar más ladrillo encima de la ceniza.

Pero ahí no acaba todo. Distintos cálculos estiman en un 70-80% los recortes en prevención de incendios de 2012 respecto a 2008, y de un 38% respecto a 2010: muy por debajo de la media de recortes del ejecutivo de Alberto Fabra para todos los departamentos en los dos últimos años, un 6,4%. Lo más aterrador de todo, sin embargo, no son los ceros de las partidas presupuestarias, ni los porcentajes: es su traducción.

Puestos de control desiertos, bomberos inactivos

Quienes defienden que no se puede establecer causalidad y recortes, esgrimen, entre otras cosas, que los medios de extinción son suficientes (aunque, por poner un ejemplo, la Diputación de Castelló –en el momento de los hechos presidida por Carlos Fabra- sólo enviase 12 de sus 250 bomberos a un incendio por falta de presupuesto) y que hay condiciones meteorológicas extremadamente adversas en las que no se puede hacer nada. De lo que parecen no darse cuenta es que, implícitamente, están criticando los recortes en prevención.

Un ejemplo concreto: las dos bases más cercanas al terrible incendio de Andilla (20.000 hectáreas arrasadas) fueron suprimidas en 2011. La más cercana, la de Altura, que podría haber reaccionado rápidamente, tampoco estaba activa, debido a que la Generalitat recortó la vigilancia de 5 a 3 meses. El incendio, desgraciadamente, empezó un par de días antes del 1 de julio. Y como este caso, decenas: municipios sin brigadistas o durante menos tiempo, casetas de vigilancia clausuradas en parajes de gran valor y un sinfín de recortes reales, que ultrapasan el papel de los presupuestos para cercenar los bosques.

El problema de los montes valencianos, extensible a gran parte del Estado, es estructural. No es tan sólo una coyuntura meteorológica puntual: decir eso es mezquino y engañoso. Sí es verdad que el índice de aridez y la sequedad de la vegetación (que depende en gran parte de las lluvias) son factores clave, y este año las precipitaciones han sido escasas. Pero excusarse en la pluviosidad anual para justificar los incendios es una falacia comparable a esgrimir el déficit y la crisis para aplicar recortes sociales. La realidad, denunciada desde muchos ámbitos, por propietarios, gestores y usuarios, es que los bosques están abandonados, dejados a su suerte por una administración costera, que sólo piensa en el parques temáticos y Sol y Playa para salir de la crisis, que tan sólo ve en los árboles madera, y en las montañas potenciales vertederos o campos de golf.

Más personal y políticas de largo plazo

Y por ahí no anda la solución. El medio ambiente requiere de consensos que perduren más allá de legislaturas y administraciones: la gestión forestal es una cuestión de Estado. Básicamente, porque implica una superficie enorme de nuestro territorio, representa una potencialidad extraordinaria en cuanto a distintos aprovechamientos y no sirven de nada las acciones puntuales y aisladas. Si los pactos políticos alguna vez son contranatura (como en el reciente episodio de reforma de la Constitución), éste no debiera ser de esa clase. El espacio forestal valenciano, lastrado por una gestión anticuada, con recortes constantes para su gestión, desprovisto –por impagos- del PAMER (Plan de Actuación para la Mejora del Empleo Rural), sin herramientas de ordenación coherentes, necesita mucho más que un PATFOR (Plan de Acción Territorial Forestal) que nace obsoleto e impermeable a las alegaciones de ecologistas y usuarios, con objetivos pobres y cuya única esperanza de poner en valor el bosque es la biomasa. La meta que se marca el Consell en la ordenación del espacio forestal es tan decepcionante que sólo queda esperar un cambio de gobierno, o que la sociedad, en su conjunto, fuerce una respuesta.

Necesitamos un gran acuerdo por los bosques. Que los gestores entiendan que no pueden despedir a personal especializado, que ha trabajado sobre el terreno durante años, para colocar a parados inexpertos e ineficientes. Que no es un tema sujeto a vaivenes electorales e incluso presupuestarios. Que es una carrera de fondo, en la cual no verán los resultados esta legislatura, ni la siguiente, pero en la cual saldremos ganando todos. Nos encaminamos hacia un escenario aún más inestable, con un cambio climático que amenaza con acentuar los índices de aridez, con menguar las precipitaciones, aumentar su torrencialidad y así propiciar la extensión de procesos de desertificación de nuestros suelos, que no son especialmente fértiles ni resistentes a las perturbaciones.

En definitiva: o entendemos que nos jugamos el territorio en el presente o seguiremos carbonizando el futuro.

*Andreu Escrivà es licenciado en Ciencias Ambientales y máster en Biodiversidad. Escribe habitualmente sobre temas relacionados con el medio ambiente en su blog cienciaipolitica.com.

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