Todos los caminos no llevan a Roma
“La batalla por la nacionalidad es la batalla por la hegemonía”
M. Billig
Una de las hipótesis fuertes que hemos venido manejando proclamaba que el desafío no era tanto el programa como el sujeto. Que el momento requería una política cuyo reto central era constituir lo que se aspiraba a representar. Esto consistía en construir un nuevo puzle a partir de piezas que habían perdido su ubicación en lo social –clases medias empobrecidas, universitarios emigrados, parados de larga duración, jóvenes instruidos en los trabajos de la burbuja, etc.-. La tarea fundamental era, pues, dar forma y nombre a una nueva identidad política inclusiva que inaugurase un nuevo orden.
Pensar este paradigma en el País Valenciano no era cosa sencilla. El diagnóstico que lanzamos señalaba que la cuestión identitaria habitaba en una especie de ángulo muerto, gobernando desde la sombra. Había que poner luces sobre ella: uno de los pilares que había apuntalado el dominio del PP era su monopolio de lo valenciano. En cierto modo, el PP había actuado como el único concesionario de valencianidad – esto es, de determinar quién era leal para con la Comunitat-. Esa maniobra tenía la virtud de atesorar para sí la piedra filosofal: mientras el PP retuviese el privilegio de definir qué era lo bueno para la Comunitat, continuaría determinando las reglas del juego. Dicho diferente: continuaría mandando, aún desde la oposición.
El reto no era menor: había que romper un candado oxidado durante 30 años que impedía hablar de lo valenciano sin entrar en un laberinto de etiquetas y colores del que difícilmente se podía salir vivo. Tal candado había mantenido “a la lluna de València” a todas las oposiciones racionalistas. Básicamente cabían dos rutas. La primera era la estrategia del avestruz: intentar pasar de puntillas por el tema, pensando o bien que era demasiado espinoso para sacar algo en claro o que directamente no era relevante. La segunda tenía que ver con un efecto boomerang: desbloquear lo identitario, aceptando una pluralidad legítima de elementos –como forma de integración simbólica de lo diferente- para recetar al PP su propia medicina: lo valenciano es lo contrario a ti (honrado vs. corrupto, trabajador vs. especulador, defender lo propio vs. subastarlo, etc.). Optamos por esta última: pagar con la misma moneda –esto es, disputarle la hegemonía- era la única forma de inaugurar un tiempo nuevo.
En eso, llevamos año y pico en la Generalitat. Se ha pagado la dependencia, se han ampliado plazas escolares, se ha eliminado el copago, etc. Para ser una autonomía con pocas competencias y menos dinero, la gestión está siendo razonable. Y sin embargo, cada vez que se abren las urnas, se retrocede en votos a la par que el PP se recupera (con los matices que se quiera a la extrapolación autonómicas – estatales). Aunque los escándalos de corrupción del PP no cesan, afirmarse contra el PP (= corrupción) es una maniobra que ya está mostrando sus límites. Además de por el recuerdo decreciente, porque nos ata un pie en el tablero anterior (con un reparto de roles en el que el PP era el actor central que ordenaba el juego).
Si el diseño de construirnos por oposición a un PPCV corrupto ya muestra sus límites y el modelo de “buen gestor” no sirve para alterar las fidelidades, ¿cuáles son las claves para avanzar? A nuestro entender hay dos elementos críticos para pensar lo que viene:
(1) Ganaremos cuando el cambio llegue al PP. En abstracto: tenemos que neutralizar la capacidad de confrontación del adversario. En un ejemplo: el plurilingüismo debe pasar de ser indigerible para el PP a ser como la educación pública, quizás desagradable en privado pero intocable en público. Lo mismo es extensible a la gratuidad de la sanidad pública, la nueva RTVV, la futura racionalización de las diputaciones, etc. Esto significa que hay una tarea ardua de construir un pueblo (valenciano) que incluya (en parte) al PP. Al menos si queremos que no sea posible la marcha atrás.
Sin embargo, esto solo puede ser pensado como punto de llegada. La travesía hacia esta exclusión de las grandes políticas de los rifirrafes del día a día no es pacífica: será un cambio obligado. Como mínimo habría dos elementos sobre la mesa. El primero, no rehuir conflictos pero ser selectivos en los proyectos en los que damos batalla y hacerlo siempre aislando lo más antagónico del PP. Más ejemplos: las prohibiciones de los “bous al carrer” no son estratégicas y en cambio tienen capacidad de reagrupar al adversario; por el contrario, el dejar de pagar con dinero de todos la educación católica si es central y, al plantearse como igualdad de oportunidades, debe terminar siendo digerible por los sectores democráticos del PP. El segundo: esto va a requerir de un anti-1982. Si entonces el PSPV mandó a todos a casa para poder gobernar con tranquilidad, ahora se requiere un empuje social independiente de los partidos, capaz de tensionar y marcar agenda y ritmos. Para poder imaginar algo similar, debemos mimar la sociedad civil. La tutela ciudadana de l’Acord del Botànic está en su propio diseño inicial.
(2) ¿Cómo actuamos ante la constatación de que no habrá gobierno amigo en Madrid? La relación con Madrid no tiene que ver solo con lo que no nos dan (financiación o infraestructuras) sino que cada vez más va a tener que ver con lo que no nos dejan hacer. Dicho rápido: en la Comunitat tenemos mayorías para aplicar políticas modernas pero no solo no tenemos el dinero, tampoco las competencias. Otro ejemplo: con el bono cultural del 21% el aumento del paro de septiembre quizá duele un poco menos, pero no desaparece. Y sin embargo, poco podemos hacer. Esto limita en sí la relevancia de los espacios donde gobernamos, pues parte de lo fundamental continúa dirimiéndose en Madrid. El horizonte parece nítido: fortalecer el cambio pasa por reclamar más dinero y más competencias hacia las instituciones donde podemos desarrollar políticas justas.
En términos del reto central señalado –constituir un nuevo pueblo-, esto apunta una evolución posible: el eje de la oposición viraría desde la corrupción del PPCV hacia el bloqueo de Madrid a las políticas de cambio. Esta apuesta es, además, reescalable a lo estatal. Si una de las claves de la gobernabilidad (territorial) española ha sido la paz valenciana, dejar de ser moneda de cambio para ser pueblo nos traslada a un escenario de cambio. En otras palabras, desencajar desde València el puzle territorial contribuye a hacer inviable en el medio plazo un presidente conservador en la Moncloa. Valga la paradoja: confrontar con Madrid (también) para cambiar España.
Hacer que el cambio llegue al PP. Confrontar con Madrid para consolidar el cambio (también en España). Dos tareas de largo recorrido para que el camino iniciado en mayo de 2015 no solo no tenga marcha atrás, sino que se despliegue hasta llegar a todas las personas y todos los lugares. Guanyarem.
Pau Belda es economista, miembro del Consejo Ciudadano de Podemos en la Comunitat Valenciana