Un poder militar aplastante rodea y machaca sin piedad a una población civil en buena parte indefensa y que no tiene dónde huir con la justificación de defender a su propia población de la mano de la justicia y la ley. Un grupo de fanáticos religiosos utiliza en su lucha contra el invasor tácticas terroristas y se niega a rendirse o a dejar de luchar a pesar de las consecuencias sobre su mismo pueblo. ¿Palestina, verano de 2014? No; Judea, verano del 70 dC. Mismo territorio, mismo esquema, mismo derramamiento de sangre y sufrimiento, diferentes protagonistas. En la década de los 70 del siglo I la conflagración acabó con una masacre terrorífica acompañada por la esclavitud, la dispersión y el exilio de los supervivientes, todo un pueblo (el judío) que tardó casi dos milenios en regresar. No fue el primero, ni el último de los cataclismos militares que arrasaron la zona y cambiaron hasta su composición demográfica: la franja de Gaza está situada en un pasillo que ha sido campo de batalla desde hace por lo menos 3.600 años, y donde han combatido desde los Hititas al Imperio Otomano pasando por los Mongoles, los Árabes, los Mesopotamios, los Egipcios, los Griegos, Napoleón, los Cruzados o el Imperio Británico: una continua pelea por un territorio pequeño pero vital como paso obligado entre Asia Menor, Mesopotamia y Egipto. En 2014 el final está por ver, pero el sufrimiento es patente y el territorio sigue teniendo un único propietario. Los muertos se acumulan. Y el periodismo se encuentra en un brete.
Desde la Primera Guerra Mundial, si no antes, lo que se suponía debía ser el empeño fundamental del periodismo (informar a su público de lo que ocurre) ha quedado contaminado de ocultación y propaganda. Los medios y los periodistas son acusados de parcialidad cuando sus informaciones no convienen a alguno de los bandos. A su vez los contendientes reclutan a medios afines y los convierten en portavoces de su punto de vista particular, siempre parcial, jamás ecuánime. Los periodistas que se juegan el pellejo en los lugares de combate a menudo ven sus crónicas retocadas y atemperadas, o reforzadas, en sentidos diferentes. Las polémicas sobre manipulación informativa se recrudecen, los manifiestos vuelan y los abajofirmantes se ven criticados o incluso represaliados. La información se considera un arma, y los medios por tanto se consideran contendientes. ¿Qué puede hacer entonces un medio que aspire a la excelencia profesional, cuando cualquier información que se publique (o que no se publique) es sospechosa?
El ambiente está tan cargado, y la sospecha tan extendida, que el más mínimo detalle se puede considerar como una ocultación o manipulación deliberada. La pasada semana al menos dos lectores se quejaron de que en la biografía del colaborador Xabier Abu Eid (autor del artículo Gaza, Un ataque apoyado por la impunidad, entre otros) no aparecía su vinculación con la Autoridad Nacional Palestina, de la que ha sido portavoz en España, y por tanto con la Organización para la Liberación de Palestina. Algo que según estos lectores es necesario para calibrar sus opiniones y su punto de vista.
Consultado el director de eldiario.es Ignacio Escolar al respecto, responde:
[Los lectores] “Tienen razón. Pero no ha sido una intención deliberada de ocultar esa información sino un simple error. Xabier Abu Eid sí aparece identificado como asesor del equipo negociador palestino, pero es cierto que su biografía estaba incompleta. Lo vamos a ampliar.”
En este momento la biografía del autor dice, textualmente, que Xabier Abu Eid está en Palestina desde 2007 “trabajando en el Comité Negociador de la Organización para la Liberación de Palestina siendo asesor del Equipo Negociador de Palestina dirigido por el Dr. Saeb Erekat”. La información también aparece en la firma de sus textos, junto a su nombre. Sus artículos, cabe destacar, aparecen en el Blog Contrapoder, dentro de la sección de Opinión del periódico, no en el área informativa.
Pero ninguna aclaración será suficiente ni ningún punto de vista diferente será tolerable cuando se trata de un asunto tan intenso, tan complejo, y con tanta sangre derramada como es la tragedia de Palestina, donde los olvidos selectivos son un arte y donde la historia es un arma en la que basta con escoger hasta cuándo se quiere retroceder. Está claro que ningún Estado puede tolerar que sus ciudadanos estén en riesgo de recibir un cohete o de ser atacados desde un túnel. También está claro que ningún grupo humano (con independencia de su estátus administrativo) aceptará mortandades de miles de ciudadanos inocentes a manos de un ejército externo sin reaccionar. El ciclo de venganza, terror, acción y reacción está garantizado. Puede que Hamás sea derrotado y desaparezca; puede que el actual gobierno israelí pierda unas elecciones o cambie de política. Pero ninguna de esas opciones por sí solas acabará con la sangre. Hará falta mucha más empatía, mucho menos miedo, mucha más amplitud de miras y una ingente cantidad de valor. Hará falta tiempo.
Mientras, el conflicto permanecerá activo, y la propia historia del pueblo judío demuestra que ni siquiera la extirpación y la dispersión durante 20 siglos garantiza que no se reanudará. El periodismo tendrá que seguir informando sobre sangre y sufrimiento, y deberá correr el riesgo de ser considerado beligerante por ambas partes cuando sus informaciones no favorezcan los intereses de unos u otros. Para sobrevivir la prensa deberá informar con la mayor transparencia que le sea posible y con la máxima ecuanimidad. Y tendrá que colocarse siempre del mismo lado, que es el único adecuado y moralmente defendible: el lado de los débiles e inocentes que sufren. Porque el periodismo tiene que ser algo más que propaganda, y por eso es ahí donde debe estar. Si no quiere ser una víctima más de la guerra.