El artículo “Bangladesh, fábricas y pobreza” provocó el pasado viernes una oleada de reacciones en las redes sociales y en el buzón de la defensora de la comunidad de eldiario.es.
En él el autor, Roger Senserrich, sostiene que fábricas como la que se derrumbó en Bangladesh, en las que hombres y mujeres trabajan en condiciones inhumanas por salarios ínfimos, “son probablemente lo mejor que le ha pasado a los pobres de Bangladesh en décadas”.
También afirma que los obreros que trabajan en este tipo de fábricas “lo hacen porque quieren ya que, aunque parezca mentira, la alternativa es mucho peor” y señala que “lo que a un europeo nos puede parecer una miseria, para muchos trabajadores de Bangladesh es la primera oportunidad desde hace generaciones para poder ganar un poco más de dinero”.
Y añade: “Las fábricas, peligrosas, desagradables, horrendamente vigiladas, han salvado más vidas a base de sacar a gente de la pobreza más abyecta que cualquier programa de ayuda o boicot que podamos imaginar”. A las empresas occidentales que usan mano de obra barata que trabaja en este tipo de fábricas se les debe exigir, en opinión del autor, “responsabilidad en sus inversiones, pero no olvidemos que sus inversiones han creado oportunidades para gente que nunca antes las tuvo”.
“Qué cosas tiene la gente, les ponen una fábrica y van a trabajar en vez de morir de hambre tan ricamente”, contesta con sarcasmo un internauta en las redes sociales. “Senserrich justifica la expotación como alternativa a la miseria”, protesta otro.
“El director de eldiario.es dice respondiendo a algunos comentarios que aunque sea un artículo con el que no está de acuerdo lo publica en nombre de la pluralidad. En nombre de la pluralidad publicaría también un artículo fascista? ¿Cuáles son los límites del pluralismo, tan mitificado?”, se pregunta una lectora en un mensaje al buzón de la defensora de la comunidad de eldiario.es.
“Desde un punto de vista científico el artículo es lamentable, así, de forma clara y contundente. Es penoso que se confunda la opinión dogmática carente de respaldo empírico con el análisis, la reflexión o la investigación. Y además, el mensaje subliminal de este artículo es repugnante: ”los pobres seguirán siendo carne de cañón para nosotros porque de lo contrario su horizonte es morir de hambre o de enfermedad. Y como aunque estén explotados crearán riqueza y con ello prosperidad (pero no se dice cual ni para quien), pues fantástico“”, lamenta Carlos Gómez Gil, Director del Máster de Cooperación al Desarrollo de la Universidad de Alicante.
La libertad de expresión es una de las bases fundamentales para una democracia real y es uno de los pilares que todo periodista debe defender a ultranza. Otra cuestión es en qué lado quiere posicionarse un medio de comunicación: qué posturas quiere defender, a qué cuestiones quiere dar visibilidad, qué injusticias y desigualdades quiere denunciar o justificar. Eso es lo que se denomina la línea editorial de un medio. La de eldiario.es se define así:
“Estamos con la libertad, con la justicia, con la solidaridad, con el progreso sostenible de la sociedad y con el interés general de los ciudadanos. Defendemos los derechos humanos, la igualdad y una democracia mejor, más transparente y más abierta.”
Por eso resultan más que comprensible las reacciones de la comunidad de eldiario.es ante la publicación de un artículo que justifica e incluso celebra la existencia de fábricas infrahumanas donde los trabajadores reciben salarios ínfimos, y que sostiene que si los obreros trabajan en este tipo de fábricas es “porque quieren”. Esta tesis choca sin duda con la defensa de los derechos humanos y de una vida digna para los trabajadores de Bangladesh.
En los comentarios al artículo, el director de eldiario.es, Ignacio Escolar, explica que decidió publicarlo “porque también ofrece otro punto de vista sobre la situación de Bangladesh, sobre sus alternativas para el desarrollo económico y sobre las conidicones de vida de sus campesinos. Es una visión diferente a la del resto de los artículos de opinión que hemos dado en estos días”.
La pluralidad es sin duda un derecho fundamental para las sociedades libres y realmente democráticas. Sin embargo en ocasiones tras la pluralidad se enmascara el posmodernismo, esa idea de que nada es objetivable, de que todo depende de cómo sea argumentado, de que hay tantas verdades como personas. De ese modo se termina reduciendo la verdad a algo anecdótico, apresándola en el relativismo, en una deformación del concepto de democracia, en la máxima que sostiene que “esto puede ser todo lo que usted opine que es”.
Estas visiones relativistas han calado hondo en los medios de comunicación, tan proclives a aplicar la equidistancia para describir el mundo en el que vivimos, basándose precisamente en la creencia de que la verdad puede ser ella y su contrario, siempre y cuando esté bien argumentada y defendida, dando prioridad a la forma por encima del fondo, al cómo en vez de al qué.
Eppur si muove, se dice que clamó Galileo. Por mucho que alguien pueda argumentar de forma convincente que nuestro planeta está quieto, lo cierto es que la Tierra se mueve. Por mucho que alguien sostenga que los trabajadores se someten a la explotación porque quieren, lo cierto es que no se someten, sino que les someten, y no lo hacen porque quieren, sino porque este modelo voraz neoliberal no les ofrece otra opción mejor.
Por mucho que alguien jure que la esclavitud nos llevará a la libertad y la opresión de los obreros al progreso y bienestar (¿de quién?), lo cierto es que la Historia es tozuda y nos está mostrando múltiples ejemplos de retroceso dentro de un marco global en el que los ricos son cada vez más ricos, y los pobres, más pobres, según datos de diversos organismos internacionales, como Naciones Unidas.
Hay realidades que como mejor se conocen no es entre cifras en un cómodo despacho, sino contemplándolas y viviéndolas de primera mano. Probablemente si el autor del polémico artículo estuviera frente a un miserable barrio de infraviviendas de una ciudad de India, en el hogar de una familia pobre de Haití o si pasara unos cuantos días en una fábrica textil de Bangladesh o siguiendo a un médico en un hospital estatal egipcio -donde los doctores cobran 50 dólares al mes de salario base- no se hubiera atrevido a decir que “aunque la crisis económica en Europa ha sido (y será) espantosa, el resto de la humanidad está viviendo una auténtica edad dorada”.
No hay nada como levantar la vista de los libros de teorías empeñadas en justificar lo injustificable y observar de cerca la realidad para poder describir el mundo, para poder sentirlo, para poder entenderlo. Por eso sería interesante que quien defiende la explotación como un mal menor e inevitable, pase una temporada conversando y conviviendo con obreros que trabajan por 30 dólares al mes o menos. Quizá así podría darse cuenta de que, aunque pertenezcan a otro país, a otra cultura, a otra etnia, obreros como los de Bangladesh quieren lo que todos queremos: una vida digna, un trabajo digno, un salario digno. Que ríen igual que nosotros, que aman como nosotros, que no son culturas inferiores a las que haya que civilizar, a pesar de lo que aún muchos puedan creer a estas alturas, en nombre de la tan manida expresión “desarrollo económico”.
Tras el estallido de las revueltas árabes -en escenarios castigados por la pobreza, la explotación, los recortes y las desigualdades- el por entonces director del FMI, Dominique Strauss-Kahn, reconoció que “lo que ocurre en el norte de África muestra que no es suficiente tener en cuenta los buenos datos macroeconómicos; tenemos que mirar mucho más allá de eso”.
Semejante afirmación fue recogida con indigación por los activistas árabes, que se preguntaron con ironía si hasta entonces el organismo financiero no se había dado cuenta de que el primer marcador a tener en cuenta para felicitarse o no de cómo va el mundo es el referido a las condiciones de vida de los ciudadanos; de que, haciendo uso de la propia expresión de Strauss-Kahn, las personas también existen y están “más allá” de la macroeconomía. Frente a ellas, frente a nosotros, frente a nuestro bienestar y dignidad, no hay teoría económica enrevesada que valga.
La defensora de la comunidad de eldiario.es considera que esto debe ser una máxima que condicione la línea editorial de este medio, porque así se estableció en los principios del mismo, al apelar a la defensa de los derechos humanos.
Si no, se caerá en esa relatividad que otorga tanta validez a la verdad y a su contrario y que defiende que hay tantas verdades como opiniones. Y así terminaremos creyendo que es igual de legítimo sostener que la Tierra está quieta como argumentar que se mueve. Que es igual de honesto defender los derechos humanos que cuestionarlos. Que tiene el mismo valor condenar la explotación laboral que defenderla y presentarla como motor de la prosperidad.
Ante ello, resulta interesante y muy necesaria la respuesta contundente del director de eldiario.es, en la que, a petición de la defensora de la comunidad, reflexiona así sobre lo ocurrido:
“Como ya expliqué en los comentarios del artículo, parte de la redacción de eldiario.es estaba en contra de la publicación de esta opinión de Roger Senserrich. Finalmente la decisión de publicarlo, con muchas dudas, la tomé yo y asumo la responsabilidad. No lo hice porque esté de acuerdo con ese artículo. Al contrario. Como argumenté en los comentarios, la tesis principal de Senserrich me parece tremendamente falaz: elegir entre el hambre y la explotación no es libertad. Los obreros que trabajan en las fábricas textiles de Bangladesh no están allí porque quieran, sino porque no les queda otra opción. De la misma manera que no es tolerable el trabajo infantil, aunque sea ”libremente“ aceptado por el menor, no son tampoco tolerables las fabricas en régimen de semiesclavitud, por mucho que sus obreros sean personas que ”eligen“ esa opción porque la alternativa es morirse de hambre.
A pesar de estar en contra de las tesis defendidas por el autor, el jueves decidí publicarlo porque considero que en cuestiones de pluralidad y libertad de expresión es mejor pasarse que quedarse corto y porque pensé que al menos el artículo aportaba otra visión sobre Bangladesh y sobre la mala situación en la que vive este país. Hemos publicado una docena de opiniones e informaciones propias sobre lo ocurrido en la fábrica de Dacca –están recopiladas aquí–. Basta con repasar esos artículos para saber que este último era una excepción, no la línea general de eldiario.es, que ha estado en las antípodas de esta opinión. Nuestra información sobre lo ocurrido en Bangladesh ha sido bastante clara. están recopiladas aquí
El lunes, por ejemplo, abrimos nuestra portada durante la mayor parte del día con este reportaje sobre la responsabilidad de las marcas de ropa en la explotación que ejecutan sus proveedores. Y el 1 de mayo, una parte destacada de nuestra portada iba destinada a vincular ese día de reivindicación en España con los derechos de los trabajadores en Bangladesh.
Como he defendido en muchas ocasiones, creo que eldiario.es tiene que ser un medio plural, donde la línea editorial sea amplia y haya espacio para distintas opiniones. Como director, no comparto el cien por cien de todos los artículos de opinión que publicamos en nuestra web, pero prefiero que este periódico sea un lugar abierto al debate –entre los propios articulistas y con los lectores y socios–, más que una atalaya en posesión de la verdad absoluta, donde solo se pueda escuchar una misma voz repetida mil veces. Sigo creyendo en esta idea, a pesar de que no todos los lectores y socios lo vean así.
Sin embargo, después de darle muchas vueltas, creo que me equivoqué al autorizar la publicación de este artículo. Mi defensa de la pluralidad dentro de eldiario.es también tiene límites. Son los que fija nuestra (amplia) línea editorial:“Creemos en un periodismo riguroso e independiente. Nos aferramos a él para defender con honestidad la justicia social, la libertad, los derechos humanos y una democracia mejor, más transparente y abierta”.
Creo que este artículo de opinión no cumple con esos principios porque su gran tesis –esa falacia que presenta como “libertad” elegir entre el hambre y la explotación– choca frontalmente con nuestra defensa de los derechos humanos y la justicia social. No deberíamos haberlo publicado y pido disculpas a los lectores por este error.“