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Un aspirante a rabino une a judíos y musulmanes para luchar juntos contra el racismo

El joven estudiante a rabino Armin Langer, enfant terrible de la comunidad judía berlinesa

Carmela Negrete

Berlín —

Entre tiendas de kebab pasea un joven muy elegante. Abrigo largo negro, zapatos a juego. Armin Langer, de 26 años, habla despacio y sonríe a menudo. El joven húngaro es judío y vecino del barrio multicultural de Neukölln, donde vive desde que se mudó a Berlín en 2013 para convertirse en rabino. Durante el día estudia filosofía hebrea. Por la noche, visita mezquitas conservadoras con su grupo Salaam-Shalom, con el que trata de acercar diferentes religiones minoritarias con un objetivo muy claro: juntos contra el racismo.

La particular posición de Armin Langer quedó clara en su primer artículo publicado en un periódico alemán, el Tagesspiegel, con el título de “Los musulmanes son los nuevos judíos”. Sus frases suscitaron la polémica y no dejaron indiferente a la comunidad judía, parte de la cual le atacó duramente porque, según cree, “no discutían sobre el contenido, sino sobre el titular”. Él sabía de antemano que la elección de palabras provocaría el revuelo y las eligió conscientemente para suscitar el debate.

Fue la primera de muchas polémicas. Sus textos en la prensa alemana le han valido la expulsión del seminario en el Colegio Abraham Geiger de Postdam, en el que se estaba preparando para ser rabino. Cuando en noviembre de 2015, el presidente del Consejo Central Judío, Josef Schuster, aseguró una entrevista al periódico Die Welt que los refugiados que estaban llegando a Alemania eran “antisemitas, homófobos y machistas”, Langer le llamó racista en otro artículo.

“La reacción del seminario de rabinos fue expulsarme, a pesar de que me había disculpado por la elección de mis palabras”, explica Langer. Cree que su indignación estaba justificada, pues Schuster había hablado del “problema étnico de los árabes”.

Langer no desiste. Sigue formándose para intentar ser rabino y asegura que está en contacto con otros seminarios en otras ciudades fuera de Alemania, donde espera poder empezar a estudiar en breve.

“Los rabinos homosexuales lo esconden”

De haber terminado sus estudios en Berlín, se habría convertido en el primer rabino abiertamente homosexual en Alemania. “Aunque hay muchos rabinos homosexuales en el país, ninguno de ellos lo es de forma pública. Algunos aseguran que son heterosexuales y que tienen una mujer, a pesar de que viven con un hombre. Otros no hablan de su vida privada. Creo que es un problema, ya que vivimos en el siglo XXI. En otros países las comunidades judías son más abiertas con la homosexualidad”, explica.

De hecho, en su Hungría natal, el chico de pantalones con la raya planchada y camisa aburrida ya había participado en actividades de grupos de la comunidad LGTBI judía. “La experiencia muestra que cuando las comunidades son aceptadas social e institucionalmente, las tendencias no fundamentalistas son las que toman ventaja”, asegura en su libro.

Pero pese a la existencia de este “complejo” dentro de la comunidad judío-alemana, asegura que el tipo de formación que se recibe es de las más liberales. “Si quieres hacer un estudio liberal para ser rabino, no hay muchas más opciones: Amsterdam, Londres o Berlín”. Y eligió la última. En 2013 se mudó a la ciudad germana, una vida después de que sus abuelos fueran rescatados del campo de concentración alemán de Dachau.

No le viene de familia. Sus abuelos decidieron dejar de lado el judaísmo al recuperar la libertad, y su padres eran ateos. Langer, sin embargo, asegura que sintió desde muy joven la llamada de Dios: “El primer libro que me compré con mi propio dinero fue una biblia. En mi casa no había, porque mis padres no eran religiosos”, recuerda.

Aún siente nostalgia por las escasas festividades judías que marcaron su infancia, las pocas en las que se reunía la familia que le quedaba. Admite que le apena que casi todas giraran en torno al recuerdo del Holocausto.

“No digo que no tengamos que ocuparnos del Holocausto, pero sí creo que no debería ser el foco principal de nuestra religión”, afirma. Para Langer, la solución pasa por integrar aquella tragedia en otros ritos que ya existen, y así evitar tener un día especial para recordarlo: “No puede ser que solamente nos dediquemos a defender nuestra identidad, en lugar de vivirla, de celebrar su rica cultura”, añade.

“La exclusión social alimenta la radicalización”

Con esa convicción entre ceja y ceja se puso manos a la obra, a aprender canciones, ritos y hebreo, en un momento en que Hungría era de todo menos amable con los judíos. En un capítulo de su libro, Langer describe el día en que se topó por la calle con una manifestación neonazi. Para un joven con un pasado demoledor sobre persecución antisemita a sus familiares, aquello fue una pesadilla.

Hoy pasea por las calles del barrio berlinés con mayor porcentaje de musulmanes, sin kipá (el solideo típico judío) ni otros símbolos. “Pero soy muy abierto con mi judaísmo”, increpa.

Recuerda con alegría anécdotas cotidianas, como la del día que acudió a cortarse el pelo con el que fue el primer peluquero que tuvo en el barrio. El hombre, que era de Líbano, le preguntó con curiosidad si los rabinos podían casarse. “Me sorprendió positivamente que el primer tema de conversación que tuvimos cuando se enteró de lo que estudio no fuera el conflicto entre Israel y Palestina”, dice el judío.

“Hasta ahora no he tenido experiencias negativas en el barrio. Esto no significa que no haya antisemitismo, pero no se puede culpar del antisemitismo solo a los musulmanes que viven aquí”, concluye. Bajo este enfoque, Langer da conferencias porque cree firmemente que son las condiciones sociales de las personas lo que lleva a la radicalización religiosa: “En parte, es responsabilidad de todos que haya tantos radicalizados”, afirma.

Judíos y musulmanes, juntos contra el racismo

Nada más mudarse a Berlín, creó junto a musulmanes y otros judíos en Neukölnn la iniciativa Salaam-Shalom con la que pretenden que “los judíos y musulmanes del barrio trabajen juntos contra el racismo, del que ambas comunidades son objeto”.

La iniciativa, de la que ya forman parte unos 300 miembros, ha traspasado fronteras y cuenta con grupos en Berlín, Hamburgo y Budapest. “Tenemos planeado registrarnos como asociación en breve”, dice orgulloso.

En Israel, la llamada Lista Conjunta en el Parlamento agrupa a formaciones políticas judías y musulmanes desde 2015, una coalición que ya es la tercera fuerza. Para Armin, el grupo parlamentario va en la dirección correcta, aunque se apresura a matizar que “las circunstancias en Israel son muy diferentes”. “No compararía ambos países porque los judíos en Israel no son una minoría”, afirma.

Se siente incómodo cuando surge el tema de Israel y Palestina en la conversación. Rehúsa hablar de ello, alegando que “por ser judío, no quiere decir que sea un experto”, pese a haber vivido y estudiado seis meses en Tel Aviv. Defiende que su hermana haya adquirido la nacionalidad en Israel porque “está en su derecho”, pero se refiere al Ejército israelí como una “fuerza de ocupación”. Para concluir, vuelve a su terreno: “Primero tenemos que acabar con los problemas de Alemania”.

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