“Las protestas de Bahréin no han tenido eco internacional por sus alianzas”
El nombre de los Khawaja se ha convertido en sinónimo de resistencia, tanto en Bahréin como en el resto de la región. Abudlhadi al-Khawaja, fundador del Centro por los Derechos Humanos de Bahréin y una figura clave del levantamiento popular de 2011, fue condenado en junio de ese año a cadena perpetua por “incitar a la violencia”, tras décadas de activismo contra la corrupción, la discriminación y la represión de la población por parte de la monarquía de los Jalifa.
Su hija Zeinab ha seguido su ejemplo, plantando cara a las autoridades en protesta por la detención de su padre y su esposo, y la del resto de activistas por los derechos humanos en el país. Detenida de nuevo en octubre de 2014, en el octavo mes de su segundo embarazo, declaró, tras romper públicamente una foto del Rey, Hamad bin Isa Al Jalifa: “Soy la hija de un hombre libre. Mi madre me trajo a este mundo libre, y daré a luz a un bebé libre, aunque sea dentro de nuestras cárceles”.
Maryam Al Khawaja, codirectora del Centro por los Derechos Humanos del Golfo, es hija de Abdulhadi Al Khawaja y hermana de Zeinab. El parecido con ambos es innegable, tanto en los rasgos y en la expresión de sus grandes ojos negros como en su determinación. Tras la detención de Zeinab, Maryam se fotografió rompiendo una foto del monarca y la publicó en su cuenta de Twitter en solidaridad con su hermana y con todos los prisioneros de conciencia. Lamenta que las protestas de Bahréin no hayan tenido la repercusión internacional que las revueltas de otros países. “Creo que tiene mucho que ver con el papel de Bahréin y sus alianzas”, explica. Hace casi dos meses conocimos un nuevo acuerdo con el Gobierno de España para la importación y exportación de armas con su país.
¿Qué pedían los manifestantes en febrero de 2011 y qué piden hoy?
Aunque la población chií ha sido discriminada durante décadas, las proclamas en 2011 no consistían en reclamar más derechos para los chiíes. Se pedía que el rey –Hamad bin Isa Al Jalifa– cumpliese sus promesas. Cuando las autoridades dispararon contra manifestantes desarmados, comenzamos a pedir que fuese derrocado. En las calles había gente de todas las confesiones y de todas las comunidades. Hoy la demanda principal sigue siendo la misma: el derecho a la autodeterminación, que es universal, el de los pueblos de poder elegir a sus representantes.
¿Cree que las reivindicaciones bahreiníes no han sido presentadas así internacionalmente?
En absoluto. Por un lado, se destaca siempre el papel de Irán, como si la población de Bahréin no pudiese reaccionar por sí sola a las injusticias que sufre, como si estuviésemos al servicio de la agenda de Irán. Y, curiosamente, no se suele hablar del papel de Arabia Saudí, que ha sido clave en al apoyo a la monarquía de los Jalifa. En 2011, cientos de saudíes entraron en Bahréin para reprimir las manifestaciones, y eso apenas ha tenido eco.
Además, los medios internacionales plantean todo lo que ocurre en el país en base a filtros sectarios. Parecen incapaces de hablar de Bahréin, o de la región en general, sin etiquetar a la gente como sunnita o chiíta. Incluso a mí me etiquetan como “activista chiíta”, cosa que detesto, en vez de activista por los derechos humanos. Etiquetar a los manifestantes como chiíes o suníes ha afectado al contenido de las protestas, avivando un sectarismo que no existía en las manifestaciones iniciales. Una profecía autocumplida que los gobiernos de la región promueven, desde Bahréin hasta Siria.
Pero es cierto que la discriminación de los chiíes por parte de la monarquía de los Jalifa es un aspecto clave de las protestas.
Desde luego, pero no es una cuestión sectaria, sino de derechos humanos. En 2011, en reacción a las protestas, se despidió a cientos de personas de sus puestos de trabajo, se demolieron decenas de mezquitas chiítas, algunas históricas y patrimonio del país. La represión fue sectaria para contribuir a crear un discurso sectario. Se enviaba un mensaje claro a la minoría suní: “O estás con nosotros o con ellos”. Uno de los hijos del monarca llegó a decir: “Esta es una isla, no hay adónde huir, así que o estás con nosotros o te hundirás”.
Documentos filtrados sobre Bahréin demuestran que el gobierno lleva años creando células sectarias para aumentar las divisiones en el país. La unión del pueblo bahreiní contra el gobierno es un peligro para la monarquía, así que se fomenta la división. Divide y vencerás, es la estrategia consistente en la región, como lo vemos también por parte del régimen de Asad en Siria. Por desgracia, funciona.
¿Cómo se ha mantenido esta estructura de privilegiados y desfavorecidos durante años, con un porcentaje tan pequeño de la población imponiéndose sobre el resto?
Mediante una estrategia de segregación que ha ido en aumento. Últimamente se han puesto barreras entre ciudades, aislándolas para que suníes y chiíes no se comuniquen. Además, hay leyes no escritas que impiden el acceso de la mayoría a ciertos puestos de trabajo. Por llamarte Mehdi (nombre que se asocia con la confesión chií), por ejemplo, será difícil que te contraten para ciertos puestos. Es algo muy maquinado que se reforzó en 2011 para contrarrestar las protestas.
Al mismo tiempo, ha habido un proceso de naturalización con el objetivo de cambiar la distribución demográfica. Algo que pocos saben de Bahréin es que la mayor parte de miembros de la Policía y el Ejército del país no es bahreiní. En los últimos años, se ha otorgado la nacionalidad bahreiní a personas de confesión suní procedentes de países como Pakistán, Yemen, Jordania, Irak... a los que se les entrega la ciudadanía, un trabajo en el Ejército o la Policía, casa y coche al llegar al país. Sólo a suníes.
Así se busca que los chiíes se conviertan gradualmente en minoría. Además de cambiar la demografía del país, esto crea una brecha entre las autoridades y los manifestantes, que ni siquiera pueden comunicarse. Coreamos “selmia” (no violencia) en las protestas, y el policía que nos dispara no entiende lo que decimos.
En estos momentos está implicada en una campaña de concienciación por los detenidos en Bahréin. ¿Cree que lograrán avivar la solidaridad internacional?
Intentamos que estos abusos sean visibles para que no queden impunes. Las protestas de Bahréin no han tenido el eco que han recibido las de otros países. Creo que tiene mucho que ver con el papel de Bahréin y sus alianzas. No tanto por el petróleo como por pertenecer al Consejo de Cooperación del Golfo, junto con Catar, Arabia Saudí, etc. Esto lo coloca en un lugar económico y geoestratégico que ha hecho que muchas potencias se guarden sus críticas y ha acallado la solidaridad internacional.
¿Cree que liberarán pronto a Zeinab?
Espero que sí, y a mi padre. Quiero verlos, y también a Nabeel Rajab (director del Centro de Bahréin por los Derechos Humanos), y al resto de prisioneros políticos. Pero su liberación no es el único objetivo. Zeinab puede ser liberada mañana pero no hay garantías de que no vuelva a ser arrestada, como todos los demás. Lo que queremos es cambiar la estructura que permite estas detenciones, esta impunidad. En Bahréin hay que cambiar el sistema y poner en su lugar uno en el que se respete a las personas, y los derechos humanos.