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Destino Estados Unidos: los niños migrantes que no llegan

Un grupo de jóvenes alojados en el albergue del Programa de Menores Repatriados del centro de Desarrollo Integral de la Familia de Ciudad Juárez/ Javier Molina

Javier Molina

Ciudad de Juarez (México) —

Del lado sur del puente la calle está sucia y polvorienta. Los indigentes pululan a sus anchas. Los vendedores ambulantes luchan por encontrar clientes entre los escasos viandantes. En las farolas hay carteles que denuncian la desaparición de mujeres, la mayoría de ellas menores de edad. Las fachadas de los edificios se encuentran derruidas, a medio construir o reconstruir. El ambiente tercia entre lo desolador y lo siniestro. No hay ningún coche de policía a la vista, pero si numerosos vehículos negros con cristales tintados, que pasean con una lentitud sospechosa. Al otro lado del puente, en el norte, las calles lucen limpias, llenas de tiendas y restaurantes. Hay varios rascacielos y hoteles de arquitectura piramidal. Decenas de personas de todas las razas y colores transitan de un negocio a otro. Las patrullas de policía vigilan cada movimiento. El puente es la frontera que separa dos países, dos economías, dos culturas y dos urbes contrapuestas: la mexicana Ciudad Juárez y la estadounidense El Paso.

Por el pasadizo alambrado de la frontera camina un flujo interminable de familias mexicanas con la esperanza de llegar al sueño americano. En el “lado gringo”, como lo llaman los mexicanos, les espera la policía migratoria: horas de espera, preguntas capciosas y el requerimiento de un sinfín de documentos. “Es mucho más fácil contratar un coyote y pasar por el desierto de ilegal”, cuenta, guitarra en mano, una de las músicas ambulantes.

Juárez es una de las urbes más peligrosas de México, una de las plazas más disputadas por el narcotráfico y uno de los principales núcleos industriales. Desde que en los años sesenta empezaron a instalarse las maquiladoras (fábricas que importan materiales sin pagar aranceles) la ciudad experimentó un incremento poblacional paulatino que explosionó en los años ochenta. La población se duplicó hasta alcanzar el casi millón y medio que tiene ahora.

“La mayor motivación para cruzar la frontera es buscar trabajo y reunirse con sus familiares”, explica Fernando Loera García, coordinador del Programa de Menores Repatriados del centro de Desarrollo Integral de la familia (DIF) de Ciudad Juárez. “Pero cuando descubren lo difícil que es cruzar a los EE UU deciden quedarse a trabajar en las maquiladoras”. Cuando un menor es detenido en la frontera, el Instituto Nacional de Migración lo canaliza a uno de los albergues del Modulo de Menores Repatriados, donde se aloja hasta que los encargados localizan a su familia. “Solemos contactar con la policía de su ciudad o su país de origen y les enviamos en avión de vuelta a su ciudad.

Los gastos los paga el DIF. El año pasado 545 menores fueron repatriados a Ciudad Juárez y en lo que llevamos de año la cifra casi llega a 100“, cuenta Loera. Según el Instituto Nacional de Migración de México cada año casi 400.000 mexicanos son deportados y devueltos a México y se prevé que las repatriaciones de ilegales sigan incrementándose en el año 2014.

El hogar de los repatriados

El hogar de los repatriadosPara entrar en el albergue del DIF municipal de Juárez hay que atravesar tres verjas, un patio y un pasillo alambrado, acompañado por un guardia. Da la impresión de que uno está entrando en una cárcel. Esta urbe azotada por la violencia está llena de mansiones vigiladas por guardias armados, barrios circunvalados, calles privadas, edificios alambrados y urbanizaciones parapetadas. Parece una ciudad en estado de guerra. “Hay que tomar medidas de prevención. Estos jóvenes han vivido experiencias traumáticas”, explica el coordinador.

Para llegar hasta la frontera han tenido que vender todas sus pertenencias y viajar en las cajuelas de camiones o en los vagones del tren apodado La Bestia (que cruza el país desde el sur), un camino atestado de peligros, policía migratoria y pandillas de delincuentes. Una vez en Juárez los migrantes –llamados los pollos en la terminología del crimen organizado- tienen que contratar a un coyote o pollero, la persona encargada de ayudarles a cruzar la frontera a cambio de una suma que ronda de los 8.000 pesos (445 euros) hasta unos 100.000 (unos 5.500 euros).

En el camino muchos son estafados, agredidos, violados, robados y extorsionados por los narcotraficantes, que les obligan a cargar mochilas con veinte kilos droga y transportarlas a través del desierto durante noches enteras, hasta descargar la mercancía en territorio estadounidense. Los migrantes que cargan droga son conocidos como burreros, verdadero ejército de carga del narco. Cuando uno de ellos se escapa o es detenido y deportado, se convierte en un objetivo para el narco. Y su vida pende de un hilo muy fino.

-Eso explica las verjas y la vigilancia del centro –pregunto a Fernando Loera.

-Claro. Estos chicos vienen de recorrer una ruta complicada y lo que queremos es que se sientan bien y seguros.

-¿Se les permite salir del centro?

-No, están temporalmente bajo la custodia del DIF, pero aquí tienen espacio para hacer deporte y divertirse.

-¿De dónde suelen venir los inmigrantes expulsados?

-Las nacionalidades más frecuentes son guatemaltecos, ecuatorianos y hondureños. Los mexicanos suelen venir de Chihuahua, Chiapas, Zacatecas y el Estado de México.

-¿Qué ruta suelen recorrer?

-La mayoría asegura haber tomado varios autobuses hasta el norte de México, pero hay una cantidad relevante que refieren haber viajado en La Bestia.

En una de las salas del albergue siete jóvenes menores de veinte años juegan con fichas de colores. Sus gestos delatan un infinito aburrimiento. “No les hagas fotos a la cara”, indica Vilma Jáquez, responsable de comunicación del albergue, “si sale a la luz que están aquí alojados, sus vidas pueden correr peligro. Si uno de sus polleros les reconoce puede intentar entrar y raptarle”.

Vilma aparta a uno de los jóvenes, un chiapaneco de 17 años bajito, de piel cetrina, hombros anchos y varias cicatrices esparcidas por el rostro y por los puños. Su rostro refleja cansancio y desconfianza. Se muestra en todo momento muy reacio a hablar.

-¿Cómo conseguiste el dinero para pagar al pollero?

-No, no era un pollero. Era un hombre que me ayudó a cruzar… No puedo decir quién era. No puedo decir nada de esto.

-¿Qué es lo que más miedo te dio del viaje?

-Nunca tuve miedo.

-¿No hubo ningún momento en el que temieras por tu vida?

-Cruzar el desierto es lo que más miedo me dio. Pero no me dio miedo. Estuve tres días caminando y hacía mucho frío. Pero no sentí frío.

-¿Cómo te hiciste esas cicatrices en la cara y en los puños? ¿Tuviste que pelear?

-¿Qué cicatrices? Yo no tengo ninguna cicatriz.

-Sí. Esas. En los puños y en tu ceja y en tu frente.

-No. No tengo ninguna.

El caso de la niña Noemí

El caso de la niña NoemíEl miércoles 12 de marzo en el albergue La Esperanza (perteneciente al DIF de Ciudad Juárez) apareció el cadáver de Noemí Álvarez Astorga, una niña de doce años de origen ecuatoriano. El cuerpo fue encontrado colgado del tubo que sostenía la cortina del baño. La niña había sido internada cuando trataba de cruzar la frontera con la ayuda de un pollero al que había pagado 100.000 pesos. La policía arrestó al hombre y envió a la menor al albergue. El hallazgo del cadáver disparó muchas conjeturas. La necropsia apuntó que el cuerpo no presentaba síntomas de violencia, por lo que se trataría de un suicidio. Las autoridades cerraron el caso aludiendo que “no hay ningún delito que perseguir”. El día que apareció el cadáver, los periodistas y camarógrafos rodearon las puertas del albergue. Ninguno de los presentes a los que consulté creía la hipótesis del suicidio. El hermetismo de los funcionarios fue absoluto. Y lo sigue siendo.

-¿Cree que la muerte de Noemí Álvarez fue un suicidio? ¿Cuál es la versión del DIF? –pregunto a Fernando Loera.

- La información derivada del caso de la niña Noemí, no es una información de cual nosotros tenemos conocimiento, ya que la niña fue atendida por la Subprocuraduría del DIF Estatal y las autoridades estatales de carácter judicial. Por lo cual nosotros como instancia municipal no contamos con dicha información.

El abogado Héctor Molinar destaca la gravedad de este asunto, por la ausencia de autoridad, la falta de justicia y la deficiente intervención del DIF, del juez y de la policía: “¿Cuántas niñas y jovencitas andan así por nuestra frontera? ¿Hasta cuándo toleraremos la ineptitud y la falta de justicia? Por lo pronto, la sensación de esta impotencia ante la falta de impartición de la justicia nos invade y nos afecta emocionalmente. Nos hace menos dignos como personas”.

Muertos y más muertos

Tráfico de personas, narcotráfico, guerra entre cárteles, tiroteos, secuestros, desapariciones de mujeres… El día a día de Ciudad Juárez sigue teñido de rojo sangre, a pesar de que las cifras oficiales destacan la disminución de los asesinatos desde el año 2013. Juárez lideró la lista de las ciudades más peligrosas del mundo durante la guerra del narco en los años 2008, 2009 y 2010 hasta que los cárteles se replegaron y pactaron a partir de 2013. Según los datos oficiales el número de asesinatos ha disminuido muchísimo, pero los muertos siguen apareciendo.

Numerosos especialistas ponen en entredicho las cifras. La activista Norma Andrade, cofundadora de la organización Nuestras hijas de regreso a casa, encargada de denunciar el feminicidio en Juárez, asegura que la situación va de mal en peor.

Andrade, cuya hija Alejandra fue secuestrada y asesinada en 2001, fue amenazada en repetidas ocasiones. En diciembre de 2011 recibió cinco balazos que la dejaron paralizado el brazo izquierdo y dos meses después un individuo la rajó la cara y los brazos con una navaja en la puerta de su casa.

“Tuve que huir de Juárez, mi vida corría peligro”, cuenta desde su nueva casa en el Distrito Federal, “sé que parte de esas amenazas vienen del Gobierno que está involucrado en muchos de los crímenes. Ahora manipulan las cifras y dicen que el feminicidio terminó, pero la realidad es que ha aumentado. Desde el 2009 cada vez aparecen más cuerpos de mujeres asesinadas y un 10% de ellas son inmigrantes. Son las victimas más vulnerables, porque nadie las protege ni las reclama”.

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