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El veto al fútbol femenino en Somalia: “Al enemigo, Al Shabab, no le gusta que hagamos deporte”

Jugadoras de baloncesto de Somalia entrenan en el estadio Hamar Jajab en Mogadiscio, Somalia. Imagen de archivo de 2012.

Víctor David López

En Somalia hay una regla no escrita: las mujeres no pueden jugar a fútbol. No jugaban antes de la cruel guerra civil que destruyó el país en los noventa, por la creencia social de que es “algo propio de hombres”. Tampoco lo hacen ahora, cuando ponen su vida en riesgo si los combatientes del grupo terrorista Al Shabab las descubren jugando un partido o entrenando.

En canchas privadas en recintos cerrados a cal y canto, con público pero casi en la clandestinidad, las jugadoras de baloncesto pueden hacer mayor frente a estas amenazas. El baloncesto es un deporte “más discreto” que permite a las mujeres sortear el categórico rechazo a que practiquen fútbol. También es una disciplina con tradición en este país del Cuerno de África: antes del conflicto, y a diferencia del fútbol, el baloncesto femenino existía y avanzaba lentamente pero con dignidad.

A las jugadoras del Hidigta Tabga, el equipo somalí de netball –un primo lejano del baloncesto– que lideraba Sulenkha Ismail Hussein, les habían prometido que iban a comenzar a jugar torneos internacionales, pero no pudo ser. Sulenkha recuerda con tristeza a algunas compañeras: Asha, Zeinabu, Maryan, Shamsa.

“Eran los años ochenta”, cuenta la jugadora en una entrevista con eldiario.es. “Y en el colegio también practicábamos atletismo, mi vida era el deporte. Pero todo ha cambiado ya. El mundo, para nosotras, ha ido hacia atrás”, lamenta. “Lanzaba desde muy lejos y siempre entraba. Un día jugábamos la final del campeonato y me lesioné. Todo mi equipo se puso a llorar, me pedían que jugara como fuera”, relata desde su exilio en España.

Pocas mujeres lideran ahora equipos como el viejo Hidigta Tabga en Somalia. Las ayudas económicas llegan de determinados países árabes que imponen sus reglas, con una interpretación restrictiva de la religión que recorta la libertad de las mujeres. Sin embargo, el deporte femenino somalí se aferra al baloncesto como esperanza ante la nula presencia de otras disciplinas como el fútbol.

“Cada día me dicen que, o dejo de jugar, o me matarán”

El documental Rajada Dalka (La esperanza de la nación), de la directora somalí Hana Mire quiere inmortalizar y dar difusión a esta “esperanza” en el baloncesto, con la atención puesta en la selección nacional femenina. “Al enemigo, Al Shabab, no le gusta que hagamos deporte”, comenta una de las protagonistas en el vídeo que verá la luz en 2018. “Me llaman cada día para decirme que o dejo de jugar al baloncesto o me matarán”, sentencia.

“La comunidad de baloncesto femenino es fantástica y las mujeres que la forman son geniales, pero son objeto de la violencia extremista, y necesitamos trabajar con grandes medidas de seguridad. Eso lo hace todo más complicado y más caro”, explica el productor, Andreas Rocksén, de la compañía sueca Laika Film, en una conversación con este medio.

Entre la escasísima representación somalí en los Juegos Panárabes que se disputaron en 2011 en Doha (Catar), sobresalió la cuarta posición en baloncesto femenino en una liguilla con seis participantes. Se trata de un deporte antiguo para las mujeres: antes de la guerra, Somalia organizó la edición de 1979 del Afrobasket Femenino (Campeonato de África de Baloncesto) y participó en la de 1968, disputado en El Cairo.

Otra disciplina puntera, el atletismo, debería también empujar poco a poco al resto de deportes femeninos en Somalia. No en vano, las últimas representaciones femeninas en los Juegos Olímpicos han sido atletas. También lo han sido en otros grandes acontecimientos como los Juegos de la Solidaridad Islámica, donde las deportistas somalíes no tenían muchas más alternativas que estar atentas a la pista de tartán.

Son nombres propios como los de las corredoras Maryan Nuh Muse y Samia Yusuf Omar, que se hizo famosa en todo el mundo por una meritoria –a la vez que estrambótica– actuación olímpica. Poco después murió en las aguas del Mediterráneo, como tantos miles y miles de personas, huyendo de las amenazas de Al Shabab.

El fútbol femenino, vetado

En Somalia no hay, sin embargo, ni rastro del fútbol femenino. Este desafío será mayúsculo. En Mogadiscio, la capital, se encuentra la sede del Somali Women Studies Center. Shukria Dini es su fundadora y directora, y una de las principales referentes del feminismo en su país. “Debido a la inestabilidad y a la falta de lugares seguros, las mujeres no practican fútbol en Somalia”, explica en una entrevista con eldiario.es.

“Además, los deportes están asociados a los chicos, particularmente el fútbol, y debido a estas creencias sociales y culturales se piensa que las mujeres no deberían jugar”, continúa. En las escuelas, las niñas entran en contacto con algún que otro deporte, pero no pueden acercarse al más popular de todos ellos. El Somali Women Studies Center consigue y gestiona fondos económicos para sufragar la escolarización de niñas de las zonas más empobrecidas del país.

Este veto es corroborado desde la Federación Somalí de Fútbol por Shafi'i Abokar, uno de los responsables de la institución. “Por el momento el fútbol femenino no tiene actividad en el país. Esperamos que tenga actividad en un futuro próximo cuando consigamos salir de la actual situación y mejore la seguridad”, asevera.

Aunque también conlleva dificultades, el baloncesto femenino tiene menos restricciones. “El baloncesto es muy diferente. Los milicianos ni se enteran de si las mujeres juegan o no”, dice el responsable de la federeción. “El fútbol es más popular. Hace 30 años, cuando Somalia era un lugar pacífico, las chicas tampoco jugaban al fútbol. Ahora tenemos que empezar lentamente. Primero necesitamos mujeres entrenadoras y después arrancar con el fútbol para niñas en las escuelas y continuar desde allí. Nos hace falta algo de tiempo”, argumenta.

Los combatientes de Al Shabab no perdonan a las mujeres que se saltan su reglamento. Y es cierto. Es más rápido y “más discreto” organizar un campeonato regional de baloncesto femenino: se celebran casi a escondidas en pistas privadas en recintos cerrados y con poco público. Jugar un partido de fútbol entre mujeres en uno de los pocos estadios que existen es, sin embargo, todo un riesgo.

“El 90% de las somalíes son deportistas por naturaleza”

Sulenkha, desde su exilio, reclama que la igualdad en Somalia empiece en la escuela.“Casi el 90% de las chicas somalíes son deportistas por naturaleza. Tienen que aprender a competir desde pequeñas, colegios contra colegios”, señala. Antes de recalar en España, la exjugadora vivió durante seis meses con sus siete hijos en el campo de refugiados de Dadaab (Kenia). Amal Hussein es una de sus hijas. Viven juntas al sur de la Comunidad de Madrid, donde Amal ha practicado varios deportes, sobre todo atletismo.

“La diáspora somalí es muy importante”, comenta. “Ahora con las redes sociales las jóvenes somalíes ven que las chicas de su edad hacen cosas que a ellas no les dejan”. Según Amal, el respeto a las personas mayores en Somalia hace que las tradiciones restrictivas “pasen de generación en generación”. Cuando su madre corría y jugaba al netball, no era fácil ver a chicas en pantalón en Somalia. Ahora, menos todavía.

A día de hoy, la lucha por los derechos de las mujeres, perturbados más aún por el extremismo de Al-Shabab, es una tarea de gigantes tanto para las que trabajan desde dentro del país como para las que ayudan desde fuera, como Sulenkha. El entramado de ayudas procedentes del exterior, como las asociaciones de emigrantes o las organizaciones humanitarias, es fundamental en este momento para que las mujeres somalíes puedan romper estas barreras machistas.

“Las agencias de ayuda internacional, incluyendo la ONU, se orientan hacia las infraestructuras, incluyendo la rehabilitación de estadios de fútbol, lo cual beneficia a los chicos, no a las chicas”, matiza Dini, del Somali Women Studies Center.

La investigadora subraya al mismo tiempo otra de las barreras de las jóvenes somalíes: la división machista de las tareas. “Muchas están retenidas en los trabajos domésticos. Más del 70% de los hogares de Somalia depende de los ingresos de las mujeres, y muchas madres que se han convertido en el principal sostén de sus familias dependen en gran medida de sus hijas para cuidar a los más jóvenes”, asegura.

Sulenkha Ismail Hussein luchó por el deporte desde dentro y ahora lo hace desde fuera. Trabaja, como su hija, en una asociación que brinda apoyo a la población migrante. La exjugadora sueña con ayudar a las mujeres de Somalia, de cualquier manera, a pesar de los miles de kilómetros de distancia. “Si otros países árabes han dado el paso, Somalia puede hacerlo perfectamente. Pero primero necesitamos la estabilidad del país”, concluye.

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