Ecuador se enfrenta a la propagación de enfermedades una semana después del terremoto
La tarde del sábado pasado, un seísmo sacudía brutalmente las entrañas de la costa norte de Ecuador. Un terremoto de 7,8 grados y más de 650 réplicas posteriores han sumido la zona en escombros y miedo. Este sábado el balance es de 646 muertos y 12.492 heridos, según las últimas cifras oficiales. Además, las autoridades ecuatorianas han indicado igualmente que aún hay 130 personas desaparecidas, y cada vez hay menos esperanzas y probabilidades de encontrar vida entre las ruinas, por lo que los esfuerzos de las organizaciones humanitarias se concentran en la atención de los supervivientes y la mejorar la salubridad para evitar que las enfermedades, especialmente las causadas por el mosquito aedes.
Una semana después, las organizaciones humanitarias que se han desplazado hasta el terreno coinciden en dos cosas. La primera: la coordinación entre los equipos de las ONG y el Gobierno están funcionando bien y la ayuda está siendo efectiva. Y la segunda: aún queda mucho por hacer.
“Hubo un sonido muy fuerte y se derrumbó todo. Estábamos en el tercer piso. Cuando estábamos fuera, abajo, estábamos todos malheridos, no había quien nos auxiliase. Todo estaba apagado, nos ahogábamos de tanto polvo, no podíamos respirar. Esa desesperación es que trataba, tratemos de vivir y salir”, cuenta un superviviente a las cámaras de Unicef. Todavía suenan fragmentos que caen entre las ruinas. El hijo mira a su alrededor, todavía conmocionado. “Después de dos horas siquiera, de escarbar, de romper, gracias a Dios, pudimos salir. Fue algo que … no sé cómo ocurrió. Fue volver a vivir otra vez”, añade.
En Manta y Portoviejo aún se rebusca vida entre los escombros, pero las esperanzas de encontrar supervivientes siete días después casi han desvanecido. Las dos ciudades más afectadas por el seísmo han dejado a miles de personas sin casa, sin agua potable, sin alimentos y sin condiciones de higiene dignas. “Muchas familias están durmiendo en la calle, o en albergues con condiciones muy precarias. Necesitan refugio, agua y saneamiento urgente”, dice Bárbara Mineo, directora humanitaria de Oxfam.
La falta de agua potable y de condiciones de higiene necesarias agravan la situación de la emergencia en un terreno especialmente sensible a las enfermedades causadas por el mosquito aedes. “Es una zona que ya había registrado un número considerable de casos de zika, y unas condiciones insalubres como las que hay ahora pueden favorecer la propagación de casos de enfermedades causadas por este mosquito, que van desde diarreas fortísimas hasta el dengue o la chicungunya”, advierte la responsable de programas de cooperación y emergencia de Unicef, Blanca Carazo.
“Se respira angustia, tristeza excesiva y mucha ansiedad entre los adultos y miedo extremo entre los niños, que al mínimo temblor, salen corriendo. Cuando hablas con las personas te comentan que están desorientados, 'que todos los días parecen domingo', y es que dejaron de hacer su tareas cotidianas diarias”, cuenta desde la localidad de Muisne y Chamanga Concha Fernández, coordinadora de los equipos que Médicos Sin Fronteras ha desplazado desde Colombia a Ecuador.
Combatir el miedo a las réplicas
Los efectos de la devastación traspasan los daños materiales y físicos y calan también en la salud mental de muchos de los afectados. En algunas ciudades, más del 50% de las casas han sido destruidas, generando una situación de estrés que agrava el sufrimiento de los más vulnerables.
“Hay muchas familias que han perdido a seres queridos, y el número de heridos también es grande. Todo esto origina una conmoción grande que también hay que atender”, explica Marc Bosch, el responsable de operaciones para América Latina de Médicos Sin Fronteras. La ONG trata de reforzar la importancia de la atención a la salud mental en este tipo de situaciones. “El jueves hubo una réplica de 6,5 grados, y esta noche otra. Afortunadamente no han afectado a la provisión de ayuda ni a las operaciones que MSF está haciendo, pero sí que están creando un estrés adicional entre la población, porque vuelven a revivir todo”, explica.
Las réplicas se han sucedido a lo largo de toda la semana posterior al terremoto inicial. En total este viernes se habían sucedido más de 650. Ecuador ha intensificado sus esfuerzos para restablecer los servicios básicos y conseguir volver, dentro de lo posible, la normalidad, mediante la recuperación del suministro eléctrico y el transporte de carga y pasajeros en algunas de las ciudades más afectadas.
Frente a situaciones en las que ha destacado el caos y la falta de coordinación entre los actores implicados en las labores de emergencia, todas las ONG consultadas coinciden en que la coordinación entre los equipos humanitarios y el Gobierno de Ecuador está siendo efectiva. “La ventaja que hemos tenido en Ecuador ha sido precisamente la presencia que ya teníamos en el terreno, pero también creo que la coordinación entre las ONG y el Estado ecuatoriano ha sido excelente y está funcionando correctamente algo que, por ejemplo, en Nepal, no fue así desde el inicio”, cuenta Teresa Godoy, responsable de gestión de la respuesta a la emergencia tras el terremoto de Ayuda en Acción.
En los próximos días se cumplirá un año del terremoto de Nepal, que causó 8.700 víctimas mortales. Aunque este desastre es menor en los daños ocasionados, hay patrones que se repiten. “Por ejemplo que las zonas más vulnerables salen más tarde de estas situaciones”. Las regiones más empobrecidas sufren más la destrucción de estos fenómenos, como explicaba en esta entrevista Debarati Guha-Sapir, directora del Centro de Investigación sobre la Epidemiología de los Desastres.
Las buenas palabras de la respuesta en Ecuador también tienen un “pero”. En Ayuda en Acción recalcan que los esfuerzos se han centrado en las ciudades –donde el número de víctimas ha sido mayor– y hacen hincapié en la necesidad de llegar allí donde la ayuda tiende a quedar por el camino. “Nosotros actuamos una zona rural de la provincia de Esmeraldas, a tan solo 25 kilómetros del epicentro, donde precisamente la ayuda no llega. Es cierto que allí no ha habido víctimas mortales, porque al no tener edificios grandes era más difícil que se les derrumbasen escombros encima, pero esta gente está durmiendo prácticamente a la intemperie, en albergues construidos con palos y lonas. Se han quedado sin casas, sin agua, sin comida, sin nada”, explica Godoy.
A todas estas ausencias se suma, para muchos, la de la pérdida de sus familiares. Desde Unicef aúnan los esfuerzos para tratar de proteger a los más pequeños que se han visto en esa situación. Según sus cálculos hay 150.000 menores afectados por el seísmo. Unos 120.000 se han quedado sin escuela, y el miedo reina también entre los afortunados que han conservado sus casas. Muchos prefieren dormir afuera, en la propia calle, antes que permanecer bajo techo, por miedo a que las réplicas.
Algunos menores vagan por las calles solos, sin protección y expuestos a peligros en medio del caos. “Sobre los niños desaparecidos no tenemos datos oficiales, pero uno de nuestros compañeros nos hablaba de que habían localizado a 30 menores que estaban solos, y el número probablemente sea mayor. Estamos muy pendientes de todo esto, porque siempre que hay niños solos hay un riesgo de trata”, dice Carazo.