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De Jerusalén a Hebrón: ocupación, violencia y más control

Un checkpoint en pleno acceso a la Ciudad Vieja, Jerusalén / Ana Garralda

Ana Garralda

Jerusalén —

Bajar las escaleras que conducen a la Puerta de Damasco, el principal acceso al barrio musulmán de la ciudad vieja de Jerusalén, es un ejercicio cargado de rigideces. El arco de entrada sigue vigilado a ambos lados por agentes de la policía de fronteras (Magav), también presente en la parte superior de la grada tras unas vallas metálicas. Allí interceptan a cualquiera que pueda parecerles sospechoso, casi siempre palestinos. No en vano la Puerta de Damasco ha sido escenario de varios apuñalamientos (o intentos).

“Desde que el pasado día 3 de octubre un acuchillaran a dos colonos en la calle que lleva al Muro de las Lamentaciones y a la Explanada de las Mezquitas vivimos en una especie de estado de sitio”, comenta el cooperante mallorquín Enric Gonyalons, que reside en un piso adyacente.

“La situación ha ido mejorando paulatinamente y ahora está todo mucho más tranquilo, pero durante los primeros días tenía que cruzar tres checkpoints para llegar a mi casa, en un trayecto que no tiene más de cien metros”, añade.

Según Gonyalons, que trabaja como responsable de proyectos de ayuda humanitaria y desarrollo de la ONG vasca Mundubat en Jerusalén, “precisamente la Explanada de las Mezquitas ha sido uno de los focos de tensión en la crisis actual porque el Gobierno de Israel permitió allí visitas de grupos de ultraderecha, lo que fue considerado como una provocación por parte de los palestinos”.

Según el acuerdo firmado entre Israel y Jordania en 1967 - al término de la Guerra de los Seis Días- el entonces Ministro de Defensa hebreo, Moshe Dayan, y el Waqf (autoridad islámica jordana) acordaron que ésta sería la entidad que administraría los accesos a la Explanada, donde se permitiría exclusivamente el culto musulmán y las visitas de turistas cinco días por semana.

Despliegue policial en la Ciudad Vieja

Desde el pasado mes de octubre y como medida sin precedentes, la policía israelí no solo colocó vallas o desplegó a cientos de agentes por todas las entradas al casco antiguo de Jerusalén, sino que además instaló detectores de metales en las calles del interior de la ciudad amurallada. Uno de ellos sigue en pie –aunque en estos momentos desconectado– a pocos metros de la entrada a la casa de Enric Gonyalons .

“Lo colocaron a principios del mes pasado cuando además cerraron la calle restringiendo el acceso de los palestinos para celebrar una vigilia de una semana en memoria de los fallecidos”, agrega el mallorquín, que remarca la diferencia de comportamiento entre colonos y ultraortodoxos, ambos colectivos visitantes habituales del Muro de las Lamentaciones (Kotel).

“Yo he pasado muchas horas observando el panorama”, continúa Gonyalons desde su terraza que presenta unas vistas privilegiadas de la Puerta de Damasco, “y he visto cómo los ultraortodoxos en general no van armados y no molestan a los palestinos, sino que se limitan a ir a rezar al Muro y luego vuelven a sus barrios de residencia”. El problema radica en los colonos, “especialmente aquellos que viven aquí en la ciudad vieja o en otros barrios de Jerusalén Este, que suelen ir armados y provocan fricciones con la población local”, concluye.

Precisamente una organización que promueve la colonización judía de la parte oriental de Jerusalén, Ataret Cohanim, ha solicitado a las autoridades el cierre y confiscación de un par de tiendas palestinas como castigo a sus dueños, acusándolos de no ofrecer auxilio inmediato a los dos colonos que fueron asesinados.

“En las horas posteriores al ataque vino incluso un empleado del ayuntamiento, escoltado por soldados, imponiendo multas de 5000 shequels (unos 1200 euros) a los comerciantes de la calle por cosas tan surrealistas como que incitaban a la violencia por colocar como souvenir la típica Kufiya (pañuelo tradicional palestino) en el exterior de sus tiendas”, explica el cooperante.

Nuevo epicentro de la violencia

La ciudad cisjordana de Hebrón –dividida desde el Acuerdo de Retirada de 1997 que el propio Netanyahu firmó en el marco del que fuera su primer mandato como primer ministro– es desde hace más de dos semanas el nuevo epicentro de la violencia. De los 77 palestinos muertos desde el pasado 3 de octubre -la mitad de ellos presuntos atacantes- una veintena procedía del área autónoma de Hebrón.

Igualmente, el 40% del más del millar de detenciones de palestinos practicadas por las fuerzas de seguridad israelíes en este mismo intervalo de tiempo han tenido lugar en la ciudad más poblada de Cisjordania.

Con Jerusalén Este conserva un denominador común: en ambas zonas residen varios cientos de colonos armados, protegidos por el ejército, en medio de una población de cientos de miles de palestinos, lo que multiplica exponencialmente el riesgo de fricciones.

Según la interpretación de algunos analistas israelíes a partir de olas de violencia previas, esta ciudad del sur de Cisjordania tarda más que el resto en entrar en confrontación, pero cuando lo hace es con una mayor intensidad y tarda más en calmarse. El conocido activista palestino Issa Amro comparte esa opinión. “Hebrón es una ciudad diferente a las demás áreas autónomas de Cisjordania, pues a diferencia del resto una parte sigue ocupada por el ejército y por los colonos”, argumenta.

“Esto hace que la tensión entre ambas comunidades sea mayor, y que en ocasiones se registren ejecuciones extrajudiciales o torturas”, agrega Amro, para quien la muerte de la joven universitaria Hadil al-Hashlamon, el pasado 22 de septiembre, fue el verdadero precursor de esta nueva espiral de violencia en Hebrón. 

“La ejecución a sangre de esta joven de 18 años a manos de un grupo de soldados en un check-point de entrada a H2 (la parte de Hebrón controlada por Israel) es la causa de todo” asegura Amro, quien dirige la organización Youth Against Settlements que se dedica a documentar las violaciones de derechos humanos perpetradas por colonos y soldados y que fue recientemente asaltada por el ejército.

“Se presentaron aquí a las 5 de la madrugada, nos metieron a un activista alemán, a un periodista italiano y a mí en una habitación, confiscaron gran parte de nuestro material fotográfico y audiovisual, causándonos daños por valor de casi 10.000 dólares”, se lamenta.

“Saben que no nos pueden cerrar, pues somos pacifistas y practicamos la resistencia no-violenta, pero lo que hacen es confiscar nuestro material y destruir nuestros equipos”, denuncia este palestino. 

La ocupación de Hebrón

En cambio el portavoz de la comunidad judía de Hebrón, el rabino Yishai Fleischer, niega que el origen de la violencia en Hebrón fuera la muerte de esta estudiante.“Todo es fruto de la incitación al odio que emana a diario de la mezquita que está dentro de la Cueva de los Patriarcas, en la que se conmina a la gente a salir a matar judíos”.

Fleischer, que ha sustituido recientemente al portavoz histórico de la comunidad David Wilder, lamenta que “siendo Abraham el tronco común que comparten judíos y musulmanes nos encontremos en esta situación de confrontación”.

Para este rabino, lo que ocurre hoy en Hebrón y antes en Jerusalén es producto de una sola cosa: “quieren echarnos, pero no lo conseguirán. Lucharemos contra esta plaga de yihad, o Estados Unidos si hace falta, la Unión Europa, contra cualquiera que quiera echarnos”, concluye.

  Tras los incidentes ocurridos el pasado fin de semana en que dos israelíes fueron heridos por disparos en el casco antiguo de la ciudad, el ejército ha levantado controles en el norte, sur y este de la ciudad en busca de los responsables del ataque y como una “medida de castigo colectivo”, denunciada como tal por organizaciones de derechos humanos. En la parte vieja los accesos utilizados por los palestinos permanecen cerrados, excepto para los residentes de la calle Shuhada y del barrio de Tel Rumeida, ambas áreas hoy bajo control israelí.

Según el acuerdo de Hebrón, un protocolo firmado en 1997 entre el entonces Presidente de la OLP, Yaser Arafat, y el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, la ciudad quedó dividida en dos zonas: la H1, bajo  control de la Autoridad Palestina (con alrededor de 160.000 residentes) y la H2, bajo control militar israelí, donde habitan 35.000 palestinos y 800 colonos repartidos en varios asentamientos y protegidos día y noche por centenares de soldados israelíes.

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