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ENTREVISTA | Martín Durán

“El Gobierno mexicano consiguió que todo un país pensara que si mataban a un periodista, es porque se lo merecía”

Martín Duran periodista mexicano refugiado en Barcelona.

Sandra Vicente

Martín Durán sale de la estación de metro entornando los ojos y ajustándose la bufanda. Lleva dos semanas en Barcelona y aún no se ha acostumbrado al frío. Él es originario de Culiacán, Sinaloa, y aquello es una “pura sartén”. Después de 31 años en su tierra natal, hace seis meses se fue a Ciudad de México, zona mucho más fría en invierno, donde cogió una tos de la que aún no se ha librado. No se fue al DF por vacaciones. Ni por un ascenso. Es un periodista desplazado.

Durán era compañero y amigo de Javier Valdez, reportero asesinado el 15 de mayo de este año en Sinaloa. Era el sexto periodista asesinado en México en 2017. Lista que en noviembre ya sube hasta 11. Son muchos los que, como él, deciden salirse de sus regiones para refugiarse en la Ciudad de México y lo hacen de la mano del Mecanismo de Protección para Personas Defensoras de los Derechos Humanos y Periodistas. Es un sistema gubernamental creado a instancia de la ONU, preocupada por la violencia que sufren estos colectivos en México.

Pero esta protección proporcionada por el Estado es “insuficiente” y además viene de la mano de un “agente en connivencia con el crimen organizado”. Por eso, incluso lejos de su ciudad natal, Durán se seguía sintiendo demasiado cercano a una violencia que ya había naturalizado. Por eso se presentó a un programa de refugio temporal que la organización catalana Taula per Mèxic estrena este año. Se trata de una iniciativa para sacar de México a un periodista o defensor de los derechos humanos durante tres meses para darles un periodo de calma.

“Necesito alejarme de la tormenta, hablar del cerco de silencio que impera entre los periodistas en muchas regiones del país y tender la mano a otros compañeros, de manera internacional, para denunciar lo que sucede. También necesitaba volver a tener ganas de escribir”.

Empieza su actividad como periodista en la llamada nota roja, que aquí sería conocida como sucesos. Que se llame nota roja ya evidencia la violencia de la situación.

Ni siquiera esperaba ser periodista. Yo era corrector de estilo y me aburría, así que me enviaron a la nota roja o policíaca. Era lo que vendía el periódico, sucesos, sangre... y en Culiacán estos hechos eran muy frecuentes. Una cultura de la muerte muy arraigada. Quería aprender el oficio, quería escribir, porque vengo de los estudios de lengua y literatura hispánica. Quería vivir estas historias que me transportaban a mi afición por la novela negra. Entré al periodismo por motivos egoístas, quería narrar esta vorágine violenta. No era un asunto de denuncia.

Se encuentra en medio de esta novela negra; el reinado del Cártel de Sinaloa.

A la mayoría de los reporteros no les gusta este tema porque lo consideran riesgoso. De cuarenta reporteros que podemos ser en Culiacán, solo el cinco por ciento estábamos metidos en temas de violencia. Se dedicaban a temas de sociedad, política o corrupción.

Pero sí es cierto que la corrupción en México muchas veces liga con el crimen organizado

Sí, pero si nos encontrábamos en este caso, muchas veces el tema no se publicaba.

No podemos dejar de hablar de la autocensura de los periodistas en México.

Cuando yo empecé, lo hice bajo la autocensura. Era 2008 y estábamos en una guerra debido a la connivencia entre el Estado y el narco que se evidenció durante la primera gran fractura en el Cártel de Sinaloa que lo cambió todo: se empezaron a dar atentados de sangre entre los miembros de las familias del cártel. Ellos dicen que hay códigos. Yo digo que no hay honor en la vida del criminal, pero sí es cierto que hasta entonces se habían respetado a las familias.  Empieza la guerra total y con ella, la militarización de Sinaloa.

Cuando empieza la guerra, ¿la violencia se dispara y el oficio de reportero cambia?

Nosotros sabíamos en la redacción quiénes eran los autores de las balaceras y los asesinatos. No queríamos publicar, aunque muchas veces lo sabíamos, que había sido el Cártel de Sinaloa. Uno se aterra simplemente con escribir ciertos nombres propios en una nota. No sé si esto también les pasa a ustedes, pero nosotros nos cagamos imaginando cómo lo van a leer ellos.

No, a nosotros no nos pasa.

Bueno, al final acabas por naturalizar esa violencia que nos tocaba estando en medio de fuego cruzado. Por ejemplo, en noviembre de 2008, a medianoche, arrojaron dos granadas al periódico donde yo trabajaba. Aquello era ‘calentar la plasta’: simplemente un aviso a aquellos que están diciendo cosas que no se deben. Y, aunque nosotros sabíamos quiénes habían sido, porque lo grabó todo la cámara de seguridad, no lo publicamos.

¿Por qué?

Porque los dueños de los periódicos tienen su negocio y no quieren que se lo arruinen. Así que a los reporteros nos mandan callar.

¿Son los reporteros los primeros que naturalizan la violencia?

Es una especie de defensa psicológica para poder dormir. Si no, te vuelves loco, tienes que pensar que al que están matando es por algo, porque algo debía. Así es la sociedad mexicana, con tendencia a criminalizar. En este sentido, el Gobierno ha hecho muy buen trabajo social para controlar militar y psicosocialmente a la población y ha logrado que toda la sociedad sienta que si matan a un periodista es porque se lo merecía.

¿Y cómo lo sienten los reporteros?

Los que trabajamos estos temas siempre tenemos la conciencia de que algún día nos van a matar. En todos estos años he estado entrenándome para cuando llegara, aunque nunca se llega a asumir totalmente. Debido a la desprotección ligada a las grandes empresas mediáticas, me salí de ese circuito y creé, junto a algunos compañeros, el diario La Pared, donde empezamos a publicar temas muy ceñudos, apuntando directamente al cártel, tanto que pensaba, ‘si nos pelan, es normal’. Cuando llaman a tu puerta para obligarte a quitar una nota del portal no quieres hacer escándalo sobre el tema y lo asumes como gajes del oficio.

¿Cuándo notan que la situación se empieza a poner muy peligrosa?

En setiembre de 2016, muchos meses antes de que le mataran, Javier Valdez ya empezó a alertarme de que la situación se estaba poniendo muy cabrona. Ese mes se dio un ataque indiscriminado a miembros del Ejército, que acusó directamente a los hijos del Chapo Guzmán, después de la tercera captura del Chapo. Y estos ‘chavos’ empezaron una campaña de presión mediática, victimizándose. A nosotros esto nos cagó mucho, porque empezaron a descubrir que la manipulación mediática les iba bien. Ellos eran uno de los dos bandos de una guerra en que se luchaba por el mando del cártel, contra Dámaso López, a quien El Chapo había designado como sucesor.

Y fue usted, con La Pared, y Javier Valdez, de la mano del diario Riodoce, los que llevaron la delantera publicando sobre esta guerra.

Y esto nos trajo más presiones. Me ofrecieron dinero, ambos bandos, para que dejáramos de hablar sobre este conflicto. Sí que es cierto que bajamos mucho el perfil, pero en un momento dado, los hijos del Chapo envían una carta a los medios con una declaración formal de guerra diciendo que Dámaso López había intentado matarlos. Nosotros sabíamos que era mentira. Todos los medios publicaron la versión de los Chapitos de manera acrítica y entonces a Javier y a mí nos contacta un testaferro de Dámaso para ofrecernos una entrevista con él.

Yo no tenía muy claro si iba a sacar esta entrevista, de hecho, no había escrito nada todavía pero el domingo Riodoce la publicó en portada. Así que anunciamos la publicación de la entrevista en nuestras redes para la semana que entraba.

¿Y cuáles fueron las repercusiones?

Nos compraron todos los periódicos. A ambos. Yo solía repartir mis propios ejemplares porque no teníamos para repartidores y el día que publicamos esta entrevista me encontré con unos jóvenes, visiblemente drogados, con radios y gorras con el emblema del Chapo, el 701, que es el puesto que se le dio en la lista de los más ricos en la revista Forbes.

No querían que el periódico saliera a la venta, pero no me los quisieron comprar a mí, sino que me siguieron durante toda la jornada, puesto tras puesto, comprándolos todos, porque cuando retiraron los periódicos de Riodoce, la semana anterior, se hizo escándalo porque los vendedores no habían sacado beneficio. Fueron bien buena onda, pero también fue muy tenso tenerlos todo el día siguiéndome. Luego supe que ellos no sabían que yo era quien había escrito la entrevista.

Más tarde aquella noche me vi con Javier y le regalé uno de los periódicos que había logrado esconder. Entonces me dijo que la cosa se iba a poner mucho peor: publicar aquella entrevista fue un error porque luego se empezó a hacer chisme diciendo que estábamos a sueldo de Dámaso. Javier y yo sabíamos que aquello era el principio de muchos hostigamientos. Me dijo que no me matarían pero que nunca me dejarían en paz, porque no buscaban quién se la debía, sino quién se la pagaría.

¿Y es entonces cuando empieza a plantearse salir de Sinaloa?

Sí, Javier me insistió mucho en que debía dejar Culiacán, pero teníamos el problema de que no había trabajo en Ciudad de México. Él no paraba de decirme que debía irme y que no podía volver hasta que las cosas se calmaran, que su situación estaba tranquila y que podía ayudarme con dinero o contactos. Pero las cosas cambiaron el 7 de mayo, cuando Riodoce publica una portada cuando detuvieron a Dámaso, titulando “La Fiesta de los Chapitos”. Yo me asusté muchísimo, porque sabía que no podían darse el lujo de publicar estos titulares.

De hecho, la semana siguiente asesinaron a Javier Valdez.

Sí, yo aquel día estaba empezando en un trabajo y fui a repartir periódicos. Era un lunes temprano, como cualquier otro, y nos reunimos con los compañeros en un café del centro. Y entonces empezamos a recibir llamadas que nos informan de que había habido una balacera en la esquina de la redacción de Riodoce. Decían que habían matado a un hombre, y decían que era Javier. Yo no me lo quería creer, pensaba que no podía ser él, pero en acercarme y ver su sombrero tirado en el suelo junto a él ya me quedé helado.

Entonces mucha gente me empezó a hablar pidiéndome que me saliera de Sinaloa, mientras esperábamos que recogieran el cuerpo de Javier. Pero yo no me quería ir. Fue la responsable de Reporteros Sin Fronteras en México, Balbina Flores, la que gestionó todo lo necesario para que me fuera de Sinaloa inmediatamente rumbo a Ciudad de México.

Y entonces se acoge al Mecanismo de Protección. ¿Cómo fue esa salida inmediata?

Pues en el Mecanismo recién llegas te llevan a un hotel, porque no tienen absolutamente nada previsto. Yo estuve en una habitación durante 20 días. No te dan dinero, simplemente te pagan dietas. Por fortuna yo conservaba un trabajo de edición en un periódico que me ayudaba a salir adelante.

Para lo único que sirve el Mecanismo es para sacarte y es extremadamente burocrático. No es un sistema de protección sino de extracción: te instalan en Ciudad de México, donde supuestamente estamos seguros, pero no hay absolutamente nada de contención. Nadie fue a verme en mis primeros días y muchos de nosotros llegamos sin trabajo, con depresión y estrés postraumático y, a veces, con familias a las que cuidar.

Y además mucha gente no se quiere unir al Mecanismo porque es un proyecto gubernamental y muchos de los periodistas amenazados saben que quien está detrás es el mismo Gobierno en connivencia con el crimen.

Exacto. Yo mismo tuve mis dudas, pero hablé con Reporteros Sin Fronteras y me dijeron que evidentemente nosotros no podíamos financiarnos la estancia. Y que, además, el Gobierno se tiene que hacer responsable de si algo nos llega a suceder; si nos salimos por nuestra cuenta y nos pasa algo, no se puede responsabilizar al Estado.

Luego viene un proceso de victimización enorme, durante una peregrinación burocrática sin fin: hay una serie de apoyos que nos deberían dar, pero es imposible conseguirlos. No conozco a ningún periodista que esté accediendo al fondo especial para periodistas y activistas que han sido víctimas de amenazas. La gente se cansa y deja de insistir. Este sistema fue diseñado para fastidiar a la gente y que renuncie a lo que se merece.

Creo que el Mecanismo tiene una buena intención, pero la burocratización victimiza a todos los que estamos en él. Para ser un buen sistema, la protección debería ser integral y que vieran cómo los periodistas que nos salimos de nuestra tierra podemos volver. Siento que falta mucha voluntad política para garantizar nuestra seguridad. Si el Estado realmente quisiera protegernos, muchas historias, como la de Javier, habrían acabado de forma muy distinta.

Ahora está acogido en Barcelona en el marco de un programa de refugio temporal, con la Taula per Mèxic, que durará tres meses. ¿Cómo plantea su regreso?

Pues yo a Sinaloa no me voy a regresar. A trabajar, al menos de periodista, no regreso. No porque sepa que me estarán esperando, sino porque sé que si vuelvo como periodista será bajo ciertas condiciones que yo no estoy dispuesto a asumir.

Es la condición del silencio en Sinaloa. El asesinato de Javier cambió muchas cosas, cambió la manera de hacer periodismo. Difícilmente nos recuperaremos del golpe: porque lo mataron para callarnos al resto. No es una frase trillada, es cierto: matando a un periodista acabas con su familia, golpeas a su equipo y acallas a sus compañeros.

¿Qué le pasó por la cabeza después del asesinato de Javier? Escribían sobre lo mismo, pero fue él quien acabó recibiendo la bala.

Me sentía culpable. Yo era el que traía estas broncas, porque entiendo que a Javier nunca le llegaron a ofrecer dinero desde el cártel, como sí me pasó a mí. Aunque no puedo saber con quién hablaba Javier, no podemos culpabilizarnos.

Le conté tantas cosas durante aquellos meses. Le mostré lo que yo era en ese momento y no me juzgó y no me dijo que la cagué publicando la entrevista a Dámaso ni siguiendo al cártel. Javier siempre me tendió la mano: “Lo que ocupes, contra estos cabrones”, me decía. Era el único con el que me entendía entonces.  Muchos me dijeron que la cagué y les doy la razón, pero ya está hecho y lo entendí y dejé de publicar. Javier cometió el mismo error, pero aquel error era parte de lo que somos. Somos periodistas.

Todavía ando derrotado por aquello y siento que tampoco tengo mucho que decir porque no soy ningún héroe, simplemente sobreviví. En aquel momento no podía dejar de pensar que se habían equivocado, que no podían, no debían, haber matado a Javier. Todavía no sabemos quién y por qué le mató. Y tampoco queremos meternos mucho en eso, porque si ya le mataron preferimos dejarlo en manos de las autoridades, que tienen la obligación constitucional de investigar.

¿Cree que lo harán?

No. Por supuesto que no.

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