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La Parota ya cayó

Los murales celebrando la victoria de las comunidades contra la presa de La Parota son omnipresentes en el territorio del Cecop. / Foto: Emma Gascó.

Martín Cúneo / Emma Gascó

La parota es un árbol tropical que puede llegar a medir 45 metros. Pero los empleados de la Comisión Federal de Electricidad (CFE) no llegaron al cauce del río Papagayo para proponer un área natural que protegiese la selva caducifolia de la zona, a escasos kilómetros de Acapulco. Su idea era, más bien, construir una presa que sepultaría bajo el agua miles y miles de hectáreas de tierras que los pobladores poseían desde la Revolución mexicana.

A mediados de 2003, sin avisar a las comunidades, ya habían cavado dos túneles profundos y talado árboles frutales y sembradíos de maíz. Había unas 400 personas trabajando en una obra que se intuía enorme. Tras meses de coordinación y dudas, las comunidades de Garrapatas, Arroyo Verde y San José tomaron una resolución: pararla hasta que hubiera información. La mañana del lunes 28 de julio de 2003, cuando los ingenieros volvían de Acapulco de “reventarse” en los locales nocturnos, se encontraron con 120 personas que habían bajado del cerro de madrugada. Bien despiertas los estaban esperando con su herramienta de trabajo, el machete, en la mano.

“Ese día detuvimos dieciséis camionetas, tres maquinarias pesadas y seis vehículos particulares”, cuenta Felipe Flores Hernández, comunero de Garrapatas y ahora vocero de la organización que se creó a raíz de esos primeros días de confrontación: el Consejo de Ejidos y Comunidades Opositores a La Parota (Cecop). En ese paraje, conocido como El Fraile, se mantuvo el plantón durante diez días. Los trabajadores tuvieron que irse y se llevaron la maquinaria con ellos.

Para impedir el acceso a la obra, las comunidades llegaron a mantener en los siguientes años hasta seis plantones simultáneos. Unos estaban cerca de los pueblos, otros se situaban junto al río o en los cerros. Las comunidades afectadas se turnaban. Eran unas treinta personas en cada plantón, los hombres de noche, las mujeres de día.

–¡Las vamos a violar! –les gritaron un día los conductores de las camionetas.

–¡Bájense, hijos de su chingada madre! –dijeron ellas, machete en mano.

“La lucha es por el agua”

Según datos del Tribunal Latinoamericano del Agua, el proyecto tenía previsto sumergir el territorio no ya de tres, sino de 36 comunidades. Habría unas 25.000 personas afectadas directas cortina arriba y unas 70.000 afectadas cortina abajo y en los alrededores. Como si fuera poco, según denunciaron desde el Cecop, la compañía pretendía expropiar sus tierras pagando 70 centavos de peso el metro cuadrado, el equivalente a cuatro céntimos de euro. Con esa suma les quedaban dos opciones: emigrar o trabajar de vendedores ambulantes en Acapulco.

Poco a poco fueron saliendo a flote más y más datos que la CFE había omitido: de cortina para abajo quedaría la sequía y no podrían seguir bebiendo el agua del Papagayo “tal como viene”. Tampoco podrían, al contrario de lo que se les había dicho, pescar en esas aguas. Y comprobaron que su caso no era excepcional. En México, 167.000 personas han sido desplazadas por la construcción de represas, según datos de la ONG International Rivers. Muchas otras han conseguido hasta la fecha paralizar los proyectos, como en el caso de la presa Paso de la Reina (Oaxaca) y del Zapotillo (Jalisco).

Los taxistas del Anticristo

Para aparentar legalidad, entre 2003 y 2011 la CFE celebró once consultas comunitarias, siempre envueltas en irregularidades, tal como luego reconoció la justicia: se celebraban en otro municipio o sin respetar los plazos, acudían taxistas pagados para hacerse pasar por comuneros y ejidatarios, o se impedía la votación de los opositores al proyecto. En la primera consulta de 2004 había 600 firmas falsificadas.

En agosto de 2005, en otra consulta amañada, 5.000 personas opuestas a La Parota se enfrentaron a un millar de policías. “El pueblo se cansa de tanta pinche tranza” es uno de los lemas mexicanos por excelencia. Y ese día se cansó de verdad. Entraron al lugar de la asamblea con machetes, piedras, resortes [tirachinas] y arrasaron. La puntería de las mujeres con los resortes quedó registrada en la memoria colectiva.

Pero en menos de quince días ya se había convocado una nueva —y muy lejana— asamblea. Los agentes de policía que custodiaban la consulta, enfundados en sus hombreras negras y capeadas, parecían un ejército de armadillos. Cuando los comuneros consiguieron atravesar los retenes que habían detenido sus buses, se encontraron con el recinto vallado y que la asamblea ya había terminado. ¡Había terminado 30 minutos después de empezar! La rabia volcó las vallas. Entre ambas asambleas hubo decenas de heridos. “El Gobierno es el Anticristo, porque está vendiendo la tierra de los campesinos”, resumía un comunero.

Para Rodolfo Chávez, uno de los portavoces del Cecop, estas semanas fueron clave para el movimiento. “Hubo un cambio en la correlación de fuerzas”, porque más allá de rebasar las vallas, se rebasó a los comisariados comunales vinculados con el PRI, “que estaban todos maiceados”, comprados, según un esquema ya histórico de clientelismo político.

“Era la mera mera”

“Era la mera mera”En el patio central de su casa, Flora cuenta que el nombre de su comunidad, Salsipuedes, tiene un origen preventivo, para espantar a potenciales ladrones. “Cerramos aquí [el sistema de bombeo de] Papagayo II cuando a un compañero lo echaron preso. Y aquí estuvimos dos días y dos noches en un plantón para que lo liberen”, recuerda Flora. Sentados junto a ella, su esposo, Margarito, Rodolfo Chávez, Lina Ramírez Dorantes y Marciano Cruz asienten. Las albercas, los hoteles, los campos de golf y 700.000 personas de Acapulco se quedaron sin agua. Hasta que el compañero fue liberado. Según cuentan, la policía no entró porque Salsipuedes sólo tiene una salida.

En los juicios celebrados entre 2006 y 2011, el Tribunal Unitario Agrario declaró nulas las cinco asambleas que la CFE había intentado hacer pasar por válidas, la última ya en 2010. Todavía en los muros de una y otra comunidad se lee “cinco victorias del Cecop”. Otra pintada cercana resume el final de esta historia: “La Parota ya cayó”.

En el patio, la conversación salta a la 'comandanta Mago'.

–Había una señora en Aguascalientes, se llamaba doña Margarita. Ella fue la que nos insistía –cuenta Flora.

–Del plantón se iba a su casa, donde daba de comer, pero estaba pendiente, cuando le venían personas desde la entrada a avisarle que venía una máquina, decía: “Vénganse, mujeres, pónganse las pilas” –recuerda Lina.

–Pero no lo decía tan bonito lo de la máquina –precisa Rodolfo. Todos se ríen–. Doña Margarita ya estaba grande. Ella era la comandanta. Decía: “¡Órale, pinche, viejas huevonas, párense ya, que ya llegó la maquinaria!”. No llamaba a todos, llamaba a las mujeres. Y cruzaba una cadena pesada de lado a lado del camino. Y les decía a los conductores: “¡Lárgate, ándale, hijo de la chingada!, ¡hijo de la verga!”. Margarita tenía entonces 80 años, pero era la mera mera.

–No tenía esposo ni nada. Ella sola se mandaba y se desmandaba –añade Lina.

Poco antes de morir, Margarita Mendoza Solís, la 'comandanta Mago', considerada símbolo de la resistencia de La Parota, le dijo al marido de Lina: “No dejen de luchar”. Y eso hicieron. En agosto de 2012, después de todas las sentencias a su favor y casi una década de resistencia, se daba un paso fundamental para la cancelación definitiva de La Parota. A través de la firma de los Acuerdos de Cacahuatepec, el estado de Guerrero se comprometía a respetar la decisión de las comunidades. La firma de los acuerdos era la confirmación: habían ganado.

“Dicen que las tierras no son fértiles”, se ríe Flora. Ésa fue una de las excusas para ofrecer tan poco dinero por metro cuadrado. “Para quien que no las sabe sembrar no son fértiles”, añade. Pasado el patio, Flora tiene plantada flor de Jamaica. Explica que el tallo se corta en diagonal con el machete. De otra forma, resulta imposible. Detrás de las flores, hay árboles grandes y un cactus de unos siete metros. Más allá cae el cerro. Y abajo, donde hubiera estado la represa, sigue corriendo el río Papagayo.

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