Porteadoras en Ceuta: la economía levantada sobre un espinazo doblado
El espinazo doblado de estas mujeres en fila levanta fardos de 70 kilos y una economía atípica, sustentada también en una disputa geopolítica: Marruecos no reconoce como frontera comercial el paso de Ceuta. Así que lo que en otro lugar transportarían los camiones, aquí lo cargan miles de mujeres que marchan en hilera y se desloman cada día ejerciendo el contrabando tolerado a través del estrecho paso de El Biutz. Las esperan al otro lado y cada viaje se paga con hasta diez euros. El tránsito de bultos ha consolidado una economía sui generis a ambos lados de la frontera, sostenida sobre el eslabón más frágil de la cadena: mujeres de tez tostada y curtida que reciben porrazos y pagan sobornos para cargar de un lado al otro bultos que rondan su propio peso.
Calcetines, calzoncillos, pañales. Mantas y zapatillas de segunda mano. Zumos, galletas, arroz y chucherías de todo tipo. También neumáticos usados y chatarra. En los fardos de las porteadoras cabe cualquier cosa. Pero en los últimos años gana el textil con origen en China y parada en el polígono Cobo Calleja, en Fuenlabrada (Madrid). Al llegar a Ceuta la ropa se almacena en consignas, naves en el polígono de El Tarajal o en la barriada de El Príncipe que se alquilan a bajo coste y no tienen actividad comercial salvo servir de estación de tránsito. El único impuesto que se abona por el intercambio de estos bienes es el IPSI, el tributo alternativo al IVA para las importaciones a Ceuta y Melilla. El tipo común, sensiblemente más bajo que el IVA, es del 10%. De modo que también la economía de Ceuta descansa sobre el comercio atípico con Marruecos. En los presupuestos para 2014, 64 de los 251 millones de ingresos de la ciudad autónoma (una cuarta parte) provienen del IPSI a las importaciones, gran parte de las cuales abandonan la ciudad por El Biutz. “Si Marruecos cierra la frontera un mes, nos vamos todos a la mierda”, comenta el encargado de una tienda. Aunque no existe una cifra cerrada, la Asociación por los Derechos Humanos de Andalucía (ADPHA) estima que el negocio en torno a los portes en las fronteras de Ceuta y Melilla genera unos 1.400 millones de euros cada año.
El contrabando por el paso de El Biutz ha producido también un espectacular cambio demográfico en los pueblos marroquíes más próximos. Castillejos es hoy una ciudad que no reconocen muchos ceutíes viejos. Hasta que en noviembre de 2012 se firmó el acuerdo de exención general, solo los residentes en las provincias de Tetuán y Nador estaban exentos de solicitar el visado para entrar a España. Muchos sureños de zonas rurales se empadronaron en las provincias del norte atraídos por el precio de los portes. La entrada de mercancías les proporciona un medio de vida, pero merma las arcas del Reino, que deja de ingresar los aranceles que obtendría si esa mercancía entrara por el moderno puerto de Tánger. Así que con una mano el reino alauita tolera el flujo comercial por El Biutz, mientras que con la otra cierra el paso de forma arbitraria y no ataja los sobornos y los episodios de malos tratos en la aduana.
Cuatro empresarios consultados se quejan de que la Guardia Civil y la Policía restringen el tránsito y la tolerancia en las inspecciones de los vehículos al dictado del reino marroquí. “La Guardia Civil busca excusas para multar y echar un cable a Marruecos. Mira este coche. Si lo para y le pone una multa, mañana no carga. Y así lo que consiguen es que las cosas entren directamente por Tánger”, comenta el encargado de un almacén, que pide el anonimato. Un agente de la Guardia Civil confirma la tesis del encargado, y revela cierto hartazgo en el cuerpo ante esta situación: “Estamos hartos de chuparle el culo a Marruecos”. También la policía ha denunciado la pasividad de la gendarmería marroquí y la aparente sumisión de las autoridades españolas. La mañana del pasado 15 de julio, unos 3.000 porteadores que intentaban entrar en territorio español fueron bloqueados en el lado marroquí para evitar las posibles avalanchas en el polígono de El Tarajal. Según la Policía Nacional, 28 agentes quedaron heridos por las pedradas recibidas desde el país vecino. Dos días después del incidente, la Unión Federal de la Policía pidió al Gobierno que exija de Marruecos mayor colaboración y denunció que el Reino alauita solo colabora en los saltos masivos de subsaharianos, “que es donde Europa y España sueltan la manteca”, según asegura el comunicado del sindicato policial.
Sin embargo, muchas veces el cierre no es suficiente para evitar el tumulto, y las porteadoras corren, gritan y buscan su hueco a empellones. Dice Abdelkader, un operario del polígono, que la turba asusta cuando está de frente: “Los ves venir, hay tres policías, y da miedo, y hay que darles para que se ordenen o te aplastan”. “¿Ves esta valla? Llevamos una semana poniéndola”, dice mientras hace como que la zarandea; “te digo que no dura ni 10 días”. En mayo de 2009, dos mujeres murieron aplastadas por la muchedumbre en el paso del Biutz. En abril de 2012, cerca de una treintena de organizaciones firmaron la Declaración de Tetuán, en la que pidieron soluciones para que el tránsito de mercancías se realice de forma “que no perjudique tan gravemente la salud de estas mujeres” y un cambio en las estructura de los pasos “para evitar situaciones trágicas”. El documento también denunciaba “abusos policiales incompatibles con un estado de derecho: violencia, golpes, abusos, sobornos, medidas arbitrarias, requisamiento de mercancías sin motivo”. El número de porteadoras ha crecido en los últimos años en varios miles (no existe una cifra oficial), y la frontera sigue igual. Marruecos no termina las obras de El Tarajal II y la escalera que en el lado español comunicaba el paso peatonal de El Biutz con la carretera fue inhabilitada.
“¡Un solo bulto! Si os lo van a quitar cuando paséis…”
“¡Un solo bulto! Si os lo van a quitar cuando paséis…”En el interior del polígono, los agentes de la Unidad de Intervención Rápida de la Policía Nacional se encargan de ordenar el tránsito de las porteadoras hasta el paso del Biutz. El policía sujeta una porra con su mano derecha. Cuando ve algo que no le gusta, golpea sobre el fardo: “¡Un solo bulto! Si os lo van a quitar cuando paséis…”. Porrazo sobre el fardo. La mujer que lo carga es joven, delgada y está apurada. Vuelve al almacén. Descarga, mira de reojo al policía y vuelve a cargar los mismos fardos con ayuda de un muchacho, que ata los bultos a la mujer pasando una de las cintas de plástico alrededor de su cuello. La espalda de la chica se dobla. Diez minutos después está en la fila. Lleva los dos bultos e intenta correr cuesta arriba, hasta el paso de El Biutz, que une Ceuta y Marruecos. Compite con otras mujeres, que se empujan y se gritan mientras tratan de ganar posiciones.
El uso de la porra es continuo: casi siempre, sobre los fardos. Pero no siempre, así que la presencia del periodista no es bienvenida. “Yo tengo familia. Esto es un tema político, y usted lo sabe”, dice uno de los agentes encargados de ordenar la fila. “Es que llevan ustedes dos horas mirando, y aquí no se puede estar ni tomar notas”, comenta otro. Poco después, el mando se explica: “Yo llevo ya unos cuantos servicios, y este es un trabajo muy desagradable”.
“Yo haría lo mismo que ellas: tienen que dar de comer a una familia… Tratamos de ponerlas en fila de a uno, ordenarlas…”, comenta luego, mientras una de las porteadoras pide permiso para sentarse sobre su fardo en doble fila; “pero es difícil; la semana pasada arrollaron a una mujer embarazada”. Este policía cuenta que ha cortado la cinta con la que las mujeres sujetan el bulto al cuello en muchas ocasiones: “Se caen hacia atrás y se ahogan”. Al lado pasa una mujer: carga un gran fardo en la parte de atrás de su silla de ruedas.