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Entierro y desentierro de la Primavera Árabe

The Arab Spring: portada alternativa para The Economist, por Tarek Amr

Leila Nachawati

La portada de The Economist del mes de julio muestra las ramas de un árbol seco en medio del desierto. Sentado frente a él, envuelto en una túnica y turbante blancos, un hombre sostiene un arma con la mano derecha. A su izquierda, una regadera de color rojo destaca sobre la nada que se extiende a su alrededor. En lo alto brilla la luna creciente, símbolo del Islam. “¿Ha fracasado la Primavera Árabe?”, es el título del reportaje.

Desde el comienzo de los levantamientos en Oriente Medio y Norte de África a finales de 2010, hemos visto enterrar y desenterrar mediáticamente un proceso histórico que ha sacudido toda un región y que ha tenido ecos imprevisibles en el norte del mediterráneo y en el resto del mundo. Algo que responde, en palabras de Jillian York, de la Fundación Frontera Electrónica, para eldiario.es, “a un problema de déficit de atención promovido por un ciclo informativo que lleva a demandar cambios cada vez más rápidos, a pesar de que es obvio que los procesos revolucionarios requieren décadas, no meses.”

La euforia mediática

La euforia mediáticaLa ciudadanía tunecina llevaba semanas concentrándose en protesta contra el gobierno de Ben Ali cuando los primeros medios internacionales comenzaron a acudir a la plaza Kasbah, tras la inmolación del vendedor de verduras Bouazizi, al que las autoridades arrebataron su única forma de vida. Imágenes que los manifestantes grababan y difundían se compartían y se volvían virales, generando una solidaridad ciudadana internacional que se extendía a través de internet y que precedió a la llegada de la prensa internacional. Con la eclosión que supuso la caída de Ben Ali primero y de Mubarak poco después, comenzaron a sucederse en todo el mundo titulares que se hacían eco de la esperanza de los pueblos de la región, y se vieron indicios de un cambio en el acercamiento internacional a estas sociedades, retratadas durante años a través de imágenes de extremismo, violencia y visiones estereotipadas.

El propio término Primavera Árabe, que debe mucho más a esa euforia mediática y a la categorización occidental que a la propia ciudadanía de la región, parecía una muestra de ese cambio en el acercamiento al Otro.

Tardaron poco en llegar otros titulares que exprimían al máximo los juegos de palabras estacionales que el término ponía en bandeja. El otoño árabe, el invierno que se avecinaba, el invierno islamista, e incluso la Pascua de la región han llenado portadas, y cuesta encontrar un medio que no haya recurrido a estas metáforas, ya manidas al poco de comenzar a usarse. Estas etiquetas reduccionistas suelen preceder a la caída de la agenda mediática del movimiento en cuestión, como ha sucedido con el levantamiento sirio o el yemení. Al tiempo que se entierran unas revoluciones, se acuñan otras primaveras, como la turca, para encumbrarlas y y abandonarlas también poco después, en ese ciclo informativo que demanda cambios cada vez más rápidos.

Con el mismo entusiasmo con el que se elevó a hombros el deseo de cambio de la ciudadanía, se lo entierra cada día, en una sucesión que parece requerir cambios instantáneos, victorias o fracasos inmediatos, decisivos y, sobre todo, fotogénicos. Hasta llegar a reportajes como los de The Economist.

La portada ha despertado reacciones tanto de irritación como de burla entre lectores de la región, que han creado sus propios diseños emulando el de The Economist, como el del activista Tarek Amr que ilustra este artículo, y han llegado a acuñar la etiqueta #jourientalism (mezcla del término periodismo y orientalismo) en twitter. Responden con sarcasmo a un retrato de Oriente Medio y Norte de África que dista de la diversidad y heterogeneidad de los países y sociedades árabes y supone un cúmulo de estereotipos y prejuicios.

Aunque el artículo ahonda en la complejidad de los procesos y los diversos frentes abiertos, la portada presenta una visión del Otro que no se corresponde con esa heterogeneidad que los movimientos surgidos desde 2011 hicieron repensar. El regreso a esa visión homogénea, estereotipada y plana sí supone un fracaso, una decepción y un retorno al invierno para quienes creyeron ver en los medios occidentales un interés real, por primera vez en décadas, por las realidades árabes. Además, el reportaje parte de una pregunta recurrente que se oye a diario en medios de todo tipo y que sólo puede llevar a un análisis simplista: ¿ha fracasado la Primavera Árabe?

¿Ha fracasado la Primavera Árabe?

¿Ha fracasado la Primavera Árabe?Los flujos de cambio en el contexto convulso de la región no pueden analizarse desde un acercamiento a la Primavera Árabe como todo un bloque que debe producir una respuesta positiva o negativa en dos años. No pueden entenderse sin tener en cuenta hasta qué punto estaban oprimidas las sociedades de Oriente Medio y Norte de África antes de los levantamientos populares y el enorme salto que supone pasar del estancamiento y el terror a la redefinición desde la base de los sistemas políticos, sociales y económicos.

En palabras del activista Nasser Weddady en entrevista con Eldiario.es, “a los árabes les llevará décadas canalizar sus recién encontradas libertades hacia sistemas políticos funcionales. Esperar que un legado de tiranía de décadas, si no de siglos, pueda deshacerse en dos o tres años es ingenuo e irresponsable.”

Dentro de unos movimientos enormemente complejos, a las que se suman intereses geoestratégicos también complejos, se producen logros, tensiones, luchas de poder, avances y retrocesos en distintos ámbitos, todos propios de procesos revolucionarios que se alejan del estancamiento propio de las últimas décadas.

La ciudadanía tenía motivos para la euforia al levantarse contra dictaduras enquistadas y legitimadas por la comunidad internacional, pero eso no significa que no fuera evidente que el camino no iba a ser fácil. No sólo estamos asistiendo a un cambio que implica deshacerse de los gobiernos-mafia que han dominado estos países, sino a la propia redefinición del orden de Sykes-Picot y de los conflictos inherentes a la fragmentación de la zona promovida por las potencias europeas.

Deshacerse de ese legado y redefinir la región no será, sin duda, un proceso de meses, ni de unos pocos años. Del mismo modo que no es realista pensar que se pueda pasar de la noche a la mañana de dictaduras que han expoliado y aterrorizado a sus poblaciones a un final feliz que satisfaga a todos los actores implicados, no lo es tampoco pretender etiquetar esos procesos de cambio como un todo monolítico, con una palabra que sintetice un veredicto: victoria o fracaso.

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