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Lo que no ven los peregrinos y turistas en Semana Santa en Jerusalén

Miles de personas conmemoran en Jerusalén el Domingo de Ramos. Imagen de archivo de 2015.

Ana Garralda

Jerusalén —

Jerusalén volverá a ser esta Semana Santa lugar de fervor y culto para los cristianos de todo el mundo. Las fiestas atraerán a la ciudad a unos 160.000 visitantes, según datos del Ministerio de Turismo israelí. Además de la connotación místico-religiosa que lo inunda todo y la llegada de decenas de miles de visitantes, llama la atención el despliegue de las fuerzas de seguridad israelíes. Unos 3.500 agentes vigilarán las calles jerosolimitanas, según datos del Ayuntamiento de la ciudad.

Los policías son fácilmente identificables por sus uniformes y armas, pero resultan invisibles a ojos de los turistas si van vestidos de paisano, ya trabajen en el sector público o el privado. Agentes encubiertos que, en cambio, sí son detectados al vuelo por los residentes locales de la ciudad, acostumbrados a la presencia policial en la parte oriental.

Según reconoce la comunidad internacional, Jerusalén Este se encuentra bajo ocupación militar desde hace 50 años. Sin embargo, desde el gobierno israelí se prefiere el término “liberación” (junto a la de “Judea, Samaria y los Altos del Golán”) en relación al control militar que Israel ejerció sobre estas áreas tras su victoria en la Guerra de los Seis Días.

El despliegue es constante pero se ha multiplicado tras los incidentes ocurridos a primeros de abril, cuando las fuerzas de seguridad cerraron los accesos a la Ciudad Vieja, después de que un joven palestino apuñalase a dos ultraortodoxos judíos, saliese huyendo y muriera tiroteado por un policía al que también hirió. “El objetivo es garantizar la libertad de culto para los creyentes de las tres religiones y su seguridad”, rezaba un comunicado difundido estos días por la portavocía de la policía israelí, cita la agencia EFE.

Sin embargo, los residentes palestinos locales piensan que tanta presencia policial, especialmente la de los agentes que van de paisano, persigue otro objetivo. “Es una forma de intimidarnos, de decirnos que nos vigilan, mientras protegen a los colonos que se apropian de nuestras casas”, comenta Ahmed, dueño de una pequeña tienda de pañuelos en el barrio musulmán.

“Los turistas no ven a los agentes encubiertos, pero nosotros sí”, añade el comerciante en lo que él define como una estrategia más para consolidar la ocupación. “Con los policías que están a ojos de todo el mundo el mensaje es claro también para los extranjeros: los israelíes tenemos el control y todo esto que veis es nuestro”, apostilla con sarcasmo.

El pasado Domingo de Ramos, los agentes de policía israelíes arrebataron las banderas palestinas que portaban los grupos de peregrinos cristianos procedentes de Cisjordania, Gaza o Jerusalén Este cuando se aproximaban a la puerta de los Leones -uno de los siete accesos a la Ciudad Vieja-, lugar por donde acostumbra a entrar la procesión para llegar hasta la Iglesia de Santa Ana, donde termina.

“Nosotros lo vimos y la verdad es que resultó bastante bochornoso”, explica el gallego José Pazos cuando es preguntado al respecto mientras compra unos rosarios en las tiendas aledañas al Santo Sepulcro. “Aquí venimos a disfrutar, en familia. Deberían respetar a la gente y más en estos días”, remarca molesto.

Los agentes israelíes requisaron las banderas palestinas en la entrada al barrio cristiano, donde en cambio sí ondean (al igual que en el barrio musulmán) insignias israelíes, colocadas en tejados y terrazas por los cientos de colonos judíos que han ido ocupando o comprando decenas de viviendas en esa parte de la ciudad. Estos estandartes se erigen sobre las cabezas de los viandantes foráneos que, ajenos a la realidad que se levanta sobre sus cervices, recorren con fervor la Vía Dolorosa.

Permisos escasos para los palestinos cristianos

De los 50.000 cristianos que residen en Cisjordania, según datos de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), solo entre 10.000 y 15.000 han recibido permisos de las autoridades israelíes para desplazarse a Jerusalén y celebrar aquí la Semana Santa jerosolimitana.

En Gaza, los agraciados fueron unos 500, para los alrededor 3000 cristianos, mayoritariamente del rito ortodoxo, que quedan en la Franja. “A veces les dan permiso solo a algunos miembros de la familia, quedándose otros fuera, con lo que al final la familia al completo decide no venir”, explica a este diario Jamal al Jader, rector del seminario del Patriarcado Latino en Beit jala, en el distrito de Belén.

Los escasos permisos aprobados provocan las críticas de los representantes de las principales Iglesias cristianas de Tierra Santa, que denuncian la discriminación sufrida por los cristianos locales respecto de los judíos por parte de las autoridades hebreas a la hora de acceder a sus lugares de culto

“Israel sí se asegura de que decenas de miles de judíos puedan entrar este jueves al Muro de las Lamentaciones para celebrar su fiesta de Pascua, pero para los cristianos son todo restricciones”, explica Al Jader. “Hay palestinos cristianos de Belén que nunca han podido visitar el Santo Sepulcro en Jerusalén porque los israelíes no les dan los permisos”, denuncia por su parte Artemio Vítores, superior de Belén. “¡Y estando ambas ciudades, que son hermanas, a menos de diez kilómetros de distancia!”, exclama el franciscano en la Plaza del Pesebre.

Estas restricciones también afectan a los que llegan de fuera, como los cientos de cristianos de rito ortodoxo –procedentes mayoritariamente de Europa del Este y Rusia– que este sábado no podrán acceder a la Basílica del Santo Sepulcro donde anualmente celebran la ceremonia del fuego, con la que conmemoran la resurrección de Cristo de acuerdo a su tradición.

Solo unos 200 podrán entrar este año frente a los 4.000 que accedían hace menos de un lustro. Una desagradable sorpresa con la que no cuentan muchos de los que llegan.

Mengua el número de cristianos locales

El territorio formado por Cisjordania, Jerusalén Oriental y la Franja de Gaza (según las fronteras anteriores a la guerra de 1967) contaba con una importante presencia cristiana a principios del siglo XX, siendo mayoría en ciudades importantes como Belén y Ramala. La secuencia de guerras de la segunda mitad del siglo anterior, junto al estallido de las dos intifadas, provocaron una importante corriente migratoria, sobre todo hacia América Latina (Chile por ejemplo cuenta con la presencia de unos 500.000 residentes de origen palestino).

Hoy los cristianos apenas llegan al 5% de los residentes en los Territorios, un porcentaje que cae vertiginosamente en la Ciudad Vieja donde quedan poco más de 5000. Allí su número disminuye, mientras aumenta el de musulmanes y judíos. En mejor situación se encuentran en cambio los que residen (unos 125000) en el territorio reconocido de Israel, de mayoría ortodoxa, y el único grupo cuyo número se ha mantenido estable en los últimos años.

“Lo que ocurre en Jerusalén es muy triste”, explica Jose Enrique de Castro Manglano, español residente en la ciudad y recién ordenado sacerdote. “Aquí los cristianos locales son cada vez menos porque encuentran más dificultades, menos motivos para quedarse”, lamenta el religioso.

En un informe sobre los efectos perniciosos de los cincuenta años de ocupación de Jerusalén Este y Cisjordania, la OLP denuncia que Israel “erradica la cultura y patrimonio palestino de Jerusalén, cristiano y musulmán, dañando no sólo las vidas y el tejido social de la población, sino el propio espíritu de la ciudad”.

Hace 50 años, explica Jamal al Jader, rector del seminario del Patriarcado Latino en Beit Jala, “todas las parroquias de cristianos palestinos se congregaban unidas el Domingo de Ramos”, comenta. “Entonces los extranjeros eran más bien pocos, pero hoy ya ve usted, ocurre justo al revés”, se queja.

Una realidad que resulta invisible para gran parte de los visitantes que se desplazan hasta Tierra Santa durante las celebraciones de Pascua. Extranjeros que, guiados o no por el fervor religioso, pasarán de lado por el “ahora” de enclaves milenarios como Jerusalén. Una “ciudad de paz”, según la traducción de su nombre en hebreo que, sin embargo, suele ser motivo de guerra.

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