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Xavier Aldekoa: “España utiliza la cooperación como una herramienta económica y política en África”

Xavier Aldekoa presenta su libro 'Océano África' // FOTO: Ediciones Península

Hugo Domínguez

El océano. Una vasta mancha azul, homogénea, sin imperfecciones. En cambio, si buceamos, la panorámica cambia radicalmente. Encontraremos desde corales, navíos hundidos o bancos de peces. Todo es diferente, salvo el entorno que comparten. Esta metáfora la utilizó el reconocido periodista polaco Ryszard Kapuściński para definir África. Y ese planteamiento, sintetizado, ha servido al también periodista Xavier Aldekoa para titular su libro. ‘Océano África’ –editado por Península Odisea- busca derribar los tópicos sobre este continente.

África. Más de 60 países. En torno a 900 millones de habitantes, el 14% de la población mundial. Cerca de 2.000 lenguas y otras tantas etnias. Realidades que a ojos de los occidentales muchas veces se reducen exclusivamente a las palabras: pobreza y guerras. Sin embargo, este corresponsal de La Vanguardia en África quiere ir más allá, acentuar la diversidad del continente. Sus armas: las historias anónimas de la gente recogidas durante sus viajes por Malí, República Democrática del Congo, Camerún, Angola, Sudáfrica, Botsuana, República Centroafricana, Togo, Kenia, Somalia, Nigeria, Sudán, Mozambique y Yibuti. Países que en su libro se transformen en capítulos, donde los protagonistas son las carreteras de tierra, autobuses destartalados o las lágrimas de un veterano de guerra en Sudán del Sur.

¿Cómo definirías África?

Me cuesta definirla. Son demasiadas cosas. Es un lugar donde vive tanta gente. Ellos son realmente los protagonistas, a los que pongo atención en mi libro.

En su libro se afana por demostrar que África es muy diversa, intentando derribar esa visión de que África más que un continente es un país uniforme.

Es muy diversa, incluso dentro de los propios países. Al final, los países africanos no tienen ningún sentido. En la Conferencia de Berlín de 1885 se dibujaron unas líneas para distribuirse cómo explotar los territorios, no con una intención de mejorar nada. Por tanto, las líneas fronterizas de los países no se rigen por algo determinado. Dentro de los países ves una variedad brutal: de tradiciones, de culturas, de etnias. De hecho el título del libro viene por eso, la sensación de que el océano si lo miras desde arriba ves una mancha de agua brutal inabarcable, que es toda igual; en cambio si te metes dentro hay gran variedad. Lo mismo pasa con África, lo vemos desde arriba como un país, pero cuanto empiezas a bucear es espectacular, es una cultura, variedad, vida, no solo guerra y abuso, sino lo más positivo de la humanidad. Es un continente súperhumano.

¿Cuál es el mayor problema que tiene ahora mismo África?

Creo que no hay solo uno. Son varios, pero probablemente no hay ninguno que no se pueda solucionar sin educación. Cuanta más educación, más capacidad tiene la gente de superar o no llegar a ellos. Si les damos herramientas para que sigan adelante, tienen mucho terreno avanzado.

Desde Europa, ¿qué imagen cree que tenemos del continente africano?

Vemos África con un cierto desdén, siempre de arriba a abajo. Con una cierta superficialidad, incluso vemos la imagen de la pobreza como una pobreza pornográfica. Nos quedamos en la superficie, evitando profundizar, conocernos más los unos a los otros.

¿Por qué?

Los medios de comunicación, creo, nos fijamos en lo que impacta e influye, que no quiere decir que sea lo más importante. Cuando Obama o Rajoy hablan es influyente pero puede que no sea importante. Sin embargo, eso no ocurre con África: no es influyente que mueran 200 personas en Sudán del Sur, pero sí es importante. Se va a lo impactante, relegando a África a un segundo lugar.

¿Le ocurre eso en primera persona?

Me ha pasado muchas veces. Depende de la situación puedes sentir más pena, frustración o rabia. Recuerdo que estaba en Centroáfrica y vi una situación complicada en la que había 3.000 personas escondidas en una iglesia para que no les matasen. Intentas colocarlo en el periódico pero es imposible. Y es que a lo mejor hay un partido de fútbol o que Obama ha dicho algo que a lo mejor no es tan importante, o ha cometido un gazapo.

Lo que cuenta queda muy bien reflejado en el caso del ébola. Parece que solo cuando nos afecta directamente miramos a África.

El ébola ha dejado en evidencia a España como país. Como sociedad hemos temido al ébola cuando nos ha rozado. No es comparable los infectados en España con la realidad en los países africanos. Eso nos deja en evidencia, solo nos preocupamos cuando nos toca. Y una vez que el ébola se ha ido del país, todo sigue igual, como si el virus no existiera. Hemos cerrado los ojos, desaprovechando la oportunidad de corregir errores. Tengo la sensación de que en un primer momento el error podía ser comprensible, aunque no justificable, pero ahora ya sabemos que la gente se muere, no porque no haya vacuna, sino porque no hay lejía, cloro desinfectante o camas.

A veces también nos fijamos intensamente en una noticia durante un tiempo y luego la olvidamos, como las niñas secuestradas por Boko Haram.

El secuestro empieza como algo nigeriano, luego se hace eco el mundo, y ahí tenemos un momento de esperanza puesto que el presidente del país en tres semanas no había dicho absolutamente nada. Lo normal es que no se hubiera hecho nada, como en otras ocasiones. Sin embargo, esa campaña da a las niñas una importancia, un peso, y claro, Nigeria y otros países acceden a ir a buscarlas y apoyarlas. Sin embargo, no se ha ido a la raíz del problema, lo que ha provocado que se haya eternizado –nueve meses- y lo que vemos es que esas chicas no solo no se han liberado sin que se han convertido en una herramienta política. Sin duda volveremos a oír sobre estas chicas, y más con las elecciones nigerianas cerca.

Entonces, toda la campaña mediática y las iniciativas en redes sociales, ¿han servido?

Han servido para decir a Nigeria que hay una parte de la sociedad detrás de ellos, y que están mirando lo que hacen o lo que no. Es verdad, eso sí, que a las chicas no se las ha liberado, y que su situación va a jugar un papel político. Están en medio de una lucha, son el último eslabón de la cadena. Lo refleja bien un refrán africano: cuando dos elefantes se pelean quien sufre es la hierba.

En España ¿hay interés por África?

Hay mucho interés en la gente. Lo noto en la acogida del libro. El interés se despierta, no nace de la nada. Hay más del que se refleja en los medios de comunicación. Lo importante como te decía antes atrae a la gente, más incluso que por lo que le parece influyente. Una forma distinta de actuar que la mayoría de medios, sobre todo los tradicionales.

¿Y a los políticos?

A los políticos les preocupa que la valla de Melilla esté suficientemente alta para que no haya más problemas. No me da la sensación de que haya mucho interés a nivel de continente. Fíjate: en la cooperación española dos de los países más beneficiados son Senegal y Mozambique, no porque sean los que más ayuda necesiten, sino porque hay interés de España allí. En Senegal la inmigración y en el otro la pesca. La cooperación se utiliza como una herramienta política-económica. Siempre nos miramos al ombligo antes que observar a los demás.

¿Hay solución para los problemas de África, o es una enfermedad crónica?

Existe solución. La primera sería que dejemos de abusar o de ponerles piedras en el camino. Pero no tengo la solución, el periodismo no es una varita mágica y con el libro no pretendo encontrarla. Pero sí es un punto de partida para que se cree una conciencia social mayor. Si conocemos más al otro, si entendemos por qué van mal las cosas en África y cuál es nuestra responsabilidad, podremos ir avanzando en cosas como el derecho de las mujeres, homosexuales, animales, temas ecológicos... No es que un día uno escriba un libro y diga que las mujeres tienen que votar y votan. La conciencia se crea desde el periodismo, desde el activismo, desde las familias explicando a sus hijos la realidad. Es necesario que en África cambien las cosas.

Y en segundo lugar también es importante dejar que ellos puedan hacer las cosas. No solo decirlo, y luego nuestras empresas esquilman sus recursos naturales. Nos va bien que haya un cierto caos para controlar la situación o ponemos a gobernantes que son fácilmente manejables o corruptos y con ellos es mucho más fácil hacer negocios.

¿Qué futuro le espera a África?

Estamos hablando de un continente con la mitad de la población menor de quince años. Se están dando más cuenta que nunca de sus derechos humanos y sociales, aunque no se puede generalizar. Está el ejemplo de Sudáfrica, donde la población estaba sometida y luego han podido ir mejorando sus vidas. Es un continente joven, está mejorando un poco la economía y hay oportunidades, aunque esto no quiere decir que todos los países vayan a conseguirlo, como ya ocurrió en Asia en los 80, cuando Singapur o Tailandia tiraron y otros se fueron para abajo. Algo similar pasará en África. Tienen dificultades países como Somalia, que no tiene unas buenas estructuras de Estado.

En el libro se refiere a África incluso como una enorme guardería del futuro.

Es que no somos conscientes de lo jóvenes que son. En 2050 su población se duplicará y al final del siglo se triplicará. Habrá más gente en África que en China e India juntas. Eso es un potencial, una oportunidad para aquellos países que sepan lidiarla con la fuerza de trabajo. Aunque también planteará retos ya que habrá que dar educación, mejorar la capacidad de los países, y problemas, puesto que esa gente si no tiene trabajo estará descontenta y generará un quebradero de cabeza enorme. Así que estamos delante de un siglo en África que será impresionante, con cambios muy importantes. Habrá gente que se desplaza y eso podrá generar otros conflictos donde no sean bienvenidos. Al tiempo eso nos va a afectar a nosotros por mucho que pensemos que África esta ahí abajo. Si no se les da herramientas para que ellos puedan acceder a un trabajo o servicio social, esa gente se querrá ir de allí.

En el libro hace mención al papel de China en África, ¿cómo actúa?

China está haciendo otra de las revoluciones de siglo. En varios factores. Por un lado, el económico: están entrando con más de 3.000 empresas que tienen más de un millón de chinos trabajando allí. Crece así exponencialmente el comercio de China, pero también el bilateral y eso es importante. La clave es que no solo han visto a África como la ven los europeos –tierra de minerales o cultivable- sino que han percibido cómo los africanos tienen capacidad para comprar, aunque esta sea pequeña.

Te pongo un ejemplo: en Sudáfrica vive un amigo en una chabola con su madre, que no sabe ni leer ni escribir. Pues bien, se acaba de comprar un coche, el primero de su vida, y el deseo es que su hijo vaya a la universidad. Esa persona tiene más capacidad de gastar que su madre, así que imagínate dentro de cincuenta años. Ahí ves una clara mejora, y si lo ves desde una mentalidad china te das cuenta de que delante tienes una oportunidad comercial.

Pero no solo soy positivo, porque China no es una hermanita de la caridad ni de broma. Pero a lo mejor lo hace con menos cinismo que Europa. Le importan una mierda los derechos humanos ya que ellos vienen a hacer negocios. En cambio, a los europeos nos interesan mucho los derechos humanos, y por ello no hacemos negocio con países como Sudán del Sur, porque es fácil quitarles las ayudas, sin embargo con otros países no se atreven. Defendemos los derechos humanos, pero por detrás ayudamos a que suban algunos dictadores que van bien a nuestra cuerda.

Y luego está el tema humano. Creo que China recoloca varias de sus empresas en África, del mismo modo que miles de chinos que están en África se van a quedar a vivir, porque han visto que el continente no es tan brutal, ni tan sucia como ellos pensaban. Pueden invertir lo que acaban de ganar y formar una nueva vida. A lo mejor dentro de cien años vemos a un presidente africano con rasgos asiáticos.

Hay dos países en los que ha estado y donde ha podido conocer de primera mano el desolador efecto de la guerra. Le propongo un ejercicio de descripción del antes y después. Empecemos por Malí.

Malí me da mucha pena, además fue el primer país que pisé. Es un país maravilloso, es uno de los que más me gustan. Pero el fanatismo, alimentado por la pobreza, por la incultura, el desdén del Gobierno hacia una parte de la población o la caída de Gadafi, pues ocupó el norte del país. Es una pena porque eso ha conllevado que a los locales fueran los primeros y los únicos a los que les quitaron los derechos, luego Francia actuó pero lo que hemos visto es que quien lo sufrió fue la gente.

Ahora parece que los yihadistas no controlan tanto la zona, pero sigue siendo una situación muy inestable. Se dio un golpe de estado a un país que era ejemplo de estabilidad, y al tiempo el desierto se convierte en un terreno de Al Qaeda y otros grupos yihadistas.

Y qué podemos decir de la República Centroafricana.

Pues es una pena porque es un país que está lleno de gente genial y ahora viven en una espiral de odio y violencia. Algo que viene de lejos, con ese germen de abuso o de olvido. Fue un territorio que a Francia no le interesaba económicamente porque no tiene mar, es difícil de mantener, y se lo da a unas empresas y que hagan lo que quieran, pero a costa de tener esclavos, que es muy beneficioso para las empresas. Eso es un abuso brutal que Francia permitió, moviendo de un lado a otro a las personas, las enfermedades campaban a sus anchas, y eso aún es un legado.

Cuando llega la independencia, Francia se va de allí sin problemas, y luego apoya a gobiernos corruptos y cleptómanos, sabiéndolo perfectamente. Cuando estaban en el Ejecutivo robaban para los suyos, y cuando se ponía otros hacían lo mismo, llegando al final a la conclusión de que el Ejercito cuanto más débil mejor porque si no llega el otro y se te subleva, terminando con el negocio.

Estamos hablando de países con una estructura de Estado muy pequeña, degenerando en lo que está ocurriendo ahora: aparecen mercenarios y entran en el poder y el botín es robar. Esto degenera en odio, y al final se acaba poniendo la etiqueta de que es un enfrentamiento entre musulmanes y cristianos, y eso no es solo así, va más allá. Lógicamente cuando hay una pelea cada uno se junta en la comunidad en la que se cree sentirse más a salvo. Puede ser la religión, como puede ser la etnia o el pueblo. Todos lo haríamos.

Se refiere varias veces en el libro y en sus crónicas al término ‘un campo de batalla’ para definir a la mujer en África.

Con eso quiero decir que el cuerpo de la mujer es un campo de batalla en algunos lugares, como en el Congo, donde se viola a muchas mujeres, dicen que 48 a hora, aunque es imposible saberlo. Además, no solo es una cuestión de rebeldes o de Ejército, sino de vecinos o padres, y hay bastante impunidad. Se utiliza a la mujer para atemorizar al enemigo o a la población.

Sin embargo, en el resto de África la mujer es el motor sin lugar a duda, es la pieza más fiable. No solo trabajando, y mucho, sino que si tú les das la oportunidad de que saquen adelante a los suyos no te van a fallar. La mujer siempre está ahí cuando hay una situación complicada. Hablando el otro día con un ginecólogo en el Congo me decía que ha visto a mujeres muy débiles después de ser violadas que renacían de sus cenizas y eran capaces de ponerse a luchar por los derechos de los demás. Es para quitarse el sombrero, y ojalá las mujeres tengan más poder en África y más respeto. Mejoraría seguro el continente.

En uno de los capítulos del libro explica la dote que uno de sus amigos tiene que ofrecer a la familia de su novia para poder contraer matrimonio. Al final, ¿acaba entendiendo esa costumbre a pesar de que en el mundo occidental se puede ver como una ofensa a la mujer?

La primera reacción cuando me ofrecen para ser uno de los negociadores de la dote en el matrimonio de uno de mis mejores amigos es de sensaciones contrapuestas: por un lado me apetece porque es mi amigo, pero por otro aparece el rechazo total al no estar de acuerdo con que se paguen vacas por una mujer. Aunque no es tanto que yo lo justifique, sino que intento entenderles...

¿Y les acaba entendiendo?

Pues sí, porque me explican que no solo es cuestión de pagar vacas por la mujer sino que con cada vaca se agradece a una de las personas que han ayudado a crecer a la niña y convertirla en una mujer. Y eso es una cuestión de respeto y lo más importante es que ella está de acuerdo y tiene el mando. Es una chica que trabaja en un banco, es moderna, que tiene un nivel educativo mayor que el de su futuro marido, y es ella la que decide. Que sea capaz de tomar la decisión es lo que me parece clave, siempre que, eso sí, se tenga un nivel educativo.

Leyendo las historias que encierra el libro, parece que ser periodista en África es muy fácil porque la gente tiene muchas ganas de contar lo que les ocurre.

Me he dado cuenta de que la gente me ha ayudado mucho, pero no solo con las historias. Crear lazos es clave para poder trabajar, llegar a la gente, crear un ecosistema, una empatía y poder transmitir las historias. Es fácil a nivel humano, la gente suele ser muy receptiva, te ayuda mucho, aunque hay algunas complicaciones que no son tan importantes.

Uno de esos problemas, ¿podrían ser los sobornos? Aparecen repetidamente en el libro, y usted no claudica.

Los sobornos son el día a día para muchísimos africanos. Al final el pequeño soborno que sufre el viajero o el periodista no es nada comparado con los autóctonos. Tienen que pagar diez céntimos por pasar un camino o dos dólares para cruzar la frontera y ver a unos familiares. Un dinero que al final a ellos les da la vida. El problema de la corrupción es que se filtra en la sociedad y que lo sufren los propios africanos. Intento evitarlo, no participar, para no contribuir con ese sistema que perjudica a la gente que es protagonista en las historias que narro. Hay que hacer las cosas de forma honesta y lo intento todo lo que puedo.

¿Cuál es la situación más gratificante que ha vivido en África?

Me han preguntado cuál es la más fea, pero nunca esta, es la primera vez que me la hacen y mira que me han hecho entrevistas. (Arquea los brazos sobre la cabeza, y piensa un buen raro la respuesta, hasta que el final responde con un cierto titubeo). Creo que la muestra de ayuda y de cariño que he visto en mucha gente hacia sus semejantes me parece fascinante. Conocí a un chico en Nigeria que era conductor de un autobús público que escondió a su vecino que era musulmán y estaba siendo perseguido, le querían matar. Cada día le picaban la puerta amenazando con matar a su familia si se enteraban de que estaba allí escondido. Eso a mí me emociona, me sirve de ejemplo. No sé si sería capaz de arriesgar mi vida por la de un vecino. Esto lo veo muchas veces en África.

Esto lo tenemos que aprender los españoles.

Al menos conocerlo porque parece que en África solo son salvajes. Deberíamos aprender la red social humana que hay en el continente y que es impresionante. Con el sida, ves cómo se ayudan entre los vecinos o las abuelas cuidando a sus nietos. En España se está perdiendo eso un poco, y aún tenemos que mejorar.

¿Ha cambiado mucho el periodista que con 20 años se fue a África al que ahora ha escrito un libro?

Intento que el cambio sea poco. Es importante que tenga curiosidad, ojalá la mantenga. Esa inocencia, esa ira que me genera una situación o alegría. Con eso puedo transmitir al máximo. El otro día estuve en Senegal en un concierto y se me ponía la piel de gallina al ver cómo disfrutan de la música, de la vida. Eso es lo que no tengo que perder.

¿Es importante la música en África?

Los artistas son una de las patas del continente. Son gente respetada, tienen una visión diferente, y no solo los que se dedican a la música, sino todas las artes. Al final las culturas se mezclan, como en los cuentacuentos, que explican historias y como han ido pasando de abuelos a nietos sin que la llegada de las religiones las haya hecho caer en el olvido. Hay un cariño por la tradición y eso es importante.

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