Un retrato de la educación gitana
Samuel tiene trece años. Samantha diecisiete. Los dos estudian en institutos de Madrid. Él quiere ser abogado y ella aún no ha decidido si hará Arte Dramático o Magisterio. Ambos tienen algo en común: saben que la ESO, el Bachillerato y la universidad son asignaturas pendientes para la población gitana española, pero están dispuestos combatir las estadísticas a golpe de libro.
A día de hoy, solo dos de cada diez adolescentes gitanos que empiezan la Educación Secundaria Obligatoria consiguen terminarla. El problema, sin embargo, comienza mucho antes, en Primaria. “En esa etapa se ha avanzado mucho, la escolarización supera el 90%, pero el alto absentismo escolar provoca que tengan un nivel inferior al de sus compañeros, que van arrastrando hasta que llegan a Secundaria”, asegura Mónica Chamorro, responsable de Educación de la Fundación Secretariado Gitano (FSG). En Primaria, tres de cada diez alumnos no van todos los días a clase y más de la mitad (el 64%) tiene un nivel académico por debajo de la media de su grupo, según los datos de esta organización.
En Secundaria, la situación empeora. “A medida que avanza el curso se nota más en las aulas. En mi clase de primero de ESO, un cuarto de los alumnos ya ha dejado de venir intermitentemente”, cuenta Antonio Estrada, profesor de ESO y Bachillerato del instituto Domínguez Ortiz, del barrio de las Tres Mil Viviendas de Sevilla. “Si un alumno deja de venir tres días, cuando vuelve intentamos volver atrás. Somos dos profesores en el aula y uno le intenta explicar lo que se ha perdido pero termina yendo a un ritmo inferior y eso hace que cada vez le interese menos la clase, hasta que se aburre y deja de venir”.
Seis de cada diez alumnos de ESO han repetido curso al menos una vez, casi el doble que la media de la población no gitana. Durante esos años, el abandono escolar se da antes entre las adolescentes, que en muchos casos no llegan ni a matricularse. En primero de ESO, el porcentaje de alumnas es de un 39% frente al 60% de alumnos. “Los estudios demuestran que a las niñas le cuesta más el paso del colegio al instituto, aunque luego muestran mejores resultados”, precisa Mónica Chamorro. Samantha estuvo a punto de dejar los estudios al cumplir los 16; ahora los compagina con el cuidado de sus hermanos pequeños.
Sillas vacías
Un factor clave en las altas cifras de absentismo escolar es la falta de recursos de las familias, que obliga a niños y niñas a ayudar a sus padres, ya sea cuidando a sus hermanos o participando en el medio de vida de su familia (venta ambulante, recogida de residuos, trabajos agrícolas, etc.). “En muchos casos el problema es que los propios chavales no ven la escuela como algo importante porque piensan que hay otras formas de ganarse la vida, no perciben el potencial de la educación y en casa no tienen a nadie que incida en ese aspecto. La escuela realiza una labor educativa, pero también social, porque les ayuda a conocer una realidad que no perciben en su círculo familiar y de amistad”, señala Estrada.
Los padres de Samuel no terminaron la educación obligatoria. La madre de Samantha dejó los estudios en 3º de Primaria y el padre aprendió a leer hace pocos años. Todos ellos quieren hoy que sus hijos estudien y eso ya de por sí es un avance, porque el apoyo de la familia es imprescindible. “Hay que tener en cuenta que, en la gran mayoría de los casos, los padres no han estudiado y no conocen los hábitos de estudio. Los niños no cuentan con una disciplina, que empieza con cosas tan sencillas como tener un lugar en casa reservado para estudiar”, asegura Chamorro. El respaldo no se da siempre. “Hay veces en que quienes muestran su intención de seguir estudiando pueden encontrarse con cierto recelo por parte de su entorno, de ahí la necesidad de trabajar con las familias”.
La solución no es sencilla, pero lo que sí parece claro es que ha de ser integral. Datos de programas como Promociona demuestran que el éxito educativo debe afrontarse desde todos frentes. Este proyecto de la FSG cuenta con orientación educativa y familiar, a través de un acompañamiento individualizado al alumno y a sus familias, y aulas de refuerzo escolar. “En Promociona atendemos a aquellos que no faltan a más de un 20% de las clases, es importante impulsar a quienes muestran interés”, asegura Chamorro. “Hemos demostrado que, con las medidas adecuadas, el alumnado responde”. Desde su puesta en marcha en 2009, el 79,5% del alumnado con el que se ha trabajado ha logrado superar la ESO. De ellos, el 96% continúa los estudios postobligatorios.
Guetos educativos
A pesar de que en los últimos años han aumentado las políticas a favor de la inclusión social, continúan existiendo algunos centros educativos donde el porcentaje de alumnado gitano es muy elevado, lo que los convierte en centros gueto o escuelas segregadas, señala la FSG. “El problema es que si se junta a todos estos alumnos en un mismo instituto, nunca saldrán del círculo. En muchos casos, a los trece o catorce años hacen la pedida (de mano), algunos tienen hijos a los quince. Es lo que conocen. Si a ese mismo alumno, junto a dos o tres más, lo metes en otro instituto, con la necesaria atención y seguimiento sobre ellos, porque no se puede pretender que se integren el primer día, podrán percibir otras realidades y decidir la vida que quieren llevar”, asegura Antonio Estrada. Y añade, “no hay que olvidar que su inclusión no es algo que les interese solo a ellos; la integración de la población gitana le interesa a toda la sociedad”.
Y las dificultades no acaban en el instituto. “Aunque completes la educación secundaria obligatoria, a día de hoy sigues estando poco cualificado y las posibilidades de trabajo son muy reducidas. Menos educación significa también menos participación ciudadana, que es imprescindible en todo el proceso de inclusión social”, asegura Chamorro, que critica también la poca visibilidad que tiene la población gitana. “Cada vez hay más perfiles universitarios, pero son más desconocidos, en algunos casos porque son ellas y ellos los que deciden ocultarlo, pero en la mayor parte de las veces es porque no se asocia la formación universitaria con la idea de gitanos que tenemos en la cabeza. Es una realidad que no sale porque siempre nos quedamos en el contexto de la exclusión”.