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De jefe de una pandilla a cocinero: “Ahora estaría en la cárcel o bajo tierra”

Alumnos de la Escuela de Hostelería Cesal escuchando la explicación del profesor, Chema de Isidro | Alejandro Vélez Martínez

Antonio Pampliega

Tatuajes en los antebrazos. Pañoleta roja anudada en la cabeza. Pendientes que quieren imitar los brillantes que lucen los futbolistas. Un fino bigotito que enmarca sus gruesos labios. Más de metro noventa de altura. Corpulento. Andares desgarbados. Mirada dura y desafiante. Su aspecto intimida. De encontrarse con él por la calle muchos no dudarían en cambiarse de acerca para evitar posibles problemas.

“Si la cocina no hubiese aparecido en mi vida, estaría en la cárcel, cumpliendo 30 años de condena, o bajo tierra, como alguno de mis amigos”, confiesa Rafita, antiguo jefe de Los Trinitarios y hoy reconvertido en cocinero.

“Pertenecía a rollos de bandas latinas, eso me generó muchísimos problemas y me desvié. Mi vida era muy rápida e iba a terminar mal porque iba con gente mala y chunga”, comenta mientras se ata el mandil a la espalda.

“Decidí dejar todo ese mundo cuando asesinaron a uno de mis compañeros en un enfrentamiento con una banda rival. En ese momento me di cuenta que el muerto podría haber sido yo… Sigo teniendo problemas porque hay enemigos que me buscan para hacerme pagar cosas que he hecho”, afirma este antiguo pandillero que está esperando su primer hijo y tiene una meta en su vida. “Sólo quiero salir de la calle y por eso estoy estudiando cocina. La vida te quita oportunidades pero también te las da”.

Rafita escucha, en absoluto silencio y con una concentración máxima, las explicaciones del cocinero Chema De Isidro durante la clase de cocina en la Escuela CESAL de Hostelería. El joven dominicano, de 21 años, asiente con la cabeza cada vez que el chef pregunta a los alumnos si han entendido sus indicaciones.

“Yo soy cocinero y no quiero saber absolutamente nada de mi anterior vida. Que haya pertenecido a una banda latina no significa que sea mala persona”, sentencia Rafita quien en se ve, en diez años, montando su propio restaurante y alejado de las malas influencias que apunto han estado de costarle la vida.

“Rafita debe ser un ejemplo para muchos chavales. Si quieren salir de la calle se puede, cuesta pero con esfuerzo se puede lograr una vida alejada de las calles y de la violencia”, afirma el cocinero Chema De Isidro quien, desde hace cinco años, da clases de cocina a chavales en riesgo de exclusión social.

La cocina como alternativa

“Esto no es un curso de cocina. Esto es el inicio de un futuro laboral”, define De Isidro estos cuatro meses de clases en los que tratará de enseñar, a la veintena de alumnos que acuden a la escuela de hostelería, el oficio de cocinero. “Aquí les enseño disciplina, motivación, convivencia, trabajo en equipo, educación. Les subo la autoestima, que la tienen por los suelos, y les ayudo a madurar. Y los resultados saltan a la vista”.

Esta es la 11ª promoción que pasa por las manos de este reconocido cocinero madrileño que ha logrado un 82% de inserción laboral entre sus alumnos. “Tengo cuatro chavales que actualmente son jefes de cocina… y ahora son los restaurantes quienes me llaman para que les envíe a los mejores. Son chavales brillantes que tienen historias muy duras a la espalda. Aquí no los juzgo ni los estigmatizo, de eso ya se encarga la sociedad, aquí sólo les hago ver que no son tan malos y que sirven para algo”, comenta De Isidro orgulloso de ver como antiguos pandilleros, narcotraficantes, chavales con problemas de agresividad o que han sido objeto de trata de seres humanos acaban convertidos en maestros de la cocina.

Harina, una pizca de sal, un par de huevos... Fernando, 22 años, mezcla todos los ingredientes en un bol de cristal y los bate con un tenedor para ir dando forma a la masa con la que preparará pasta fresca. Espolvorea un poco de harina sobre la mesa metálica para evitar que la pasa se le quede pegada cuando la extienda con el rodillo.

“Lo más difícil es perdonarme a mí mismo”

A primera vista parece uno más. Joven, 22 años, poco hablador, introvertido, risueño, con ganas de aprender un oficio... Pero Fernando tiene a la espalda una pesada mochila. “Lo más difícil es perdóname a mí mismo. Vivir con todo lo malo que he hecho… Sigo con mi lucha interior conmigo mismo; tengo pesadillas porque, por la noche, se me viene todo a la mente. Vivo con mis fantasmas”, afirma este joven colombiano en un discurso firme, articulado y sincero. “Si no hubiera salido de la banda estaría muerto o en la cárcel”.

Fernando llegó a España con 12 años y a los 14 ya era el líder de una de las bandas latinas más importantes de Madrid, de la que no quiere dar el nombre. “Luché por territorios, conseguí dinero a través del narcotráfico para financiar a la banda, recluté nuevos soldados, expulsé a bandas rivales para… He logrado dejar todo ese mundo atrás. Tardé varios años pero ahora estoy en paz conmigo mismo porque ya no hago daño a la gente”, afirma este antiguo pandillero quien lleva un par de años alejado de todo ese mundo y desde octubre sin consumir cocaína.

“Llegué a esnifar hasta 10 gramos diarios… El día que mi padre me echó de casa me cambió el chip”.

Hoy, Fernando se ha reconciliado con la sociedad. Participa en proyectos solidarios y vuelve a tener contacto con su padre. “Ahora se siente orgulloso de mí y del cambio que he dado a mí vida. Tengo por delante un futuro muy bonito y lucharé por convertirme en un gran cocinero”, finaliza mientras pasa la yema de sus dedos por la cruz que lleva tatuada en la muñeca izquierda.

El esfuerzo como condimento

La risa de Alejo es contagiosa. El joven, de 25 años, no pasa desapercibido por sus compañeros. Bromea y vacila con ellos. Prepara un plato de spaghettis que luego dará a probar al resto. Es meticuloso. Calcula hasta el más mínimo detalle. “Me gusta mucho la cocina pero sé que tengo mis limitaciones”, se sincera.

Este chaval, con síndrome de asperger –un trastorno del espectro autista–, acude puntualmente a clase todos los días cargado de motivación y de ganas por aprender un oficio. “Antes de venir al curso me pasaba el día en casa tratando de encontrar un trabajo”, confiesa Alejo quien reconoce que sus padres están muy contentos “al verme disfrutar y cuando les cocino en casa todo lo que he aprendido con Chema”.

“Alejo tiene una gran habilidad en las manos pero tiene dificultad en el habla y, en ocasiones, se le olvidan cosas, como es normal. Pero yo alucino con la acogida que ha tenido por parte de sus compañeros de promoción. En otro entorno sufriría bullying y sería marginado pero aquí lo han acogido como a uno más. Lo que demuestra que la sociedad está podrida”, se lamenta Chema De Isidro.

“Huí de la mafia y ahora quiero aprender a cocinar”

No lejos de Alejo está Tawa. Sus trenzas de colores y su desparpajo la convierten en centro de atención. Ríe entre dientes mientras chapurrea español con sus compañeros. Su plato de pasta fresca con un toque nigeriano –su país de origen– ha triunfado entre sus compañeros quienes no han dejado absolutamente nada.

Esta mujer, de 27 años y madre de un hijo de ocho, fue captada por red de trata de seres humanos en Nigeria y trasladada a España donde fue obligada a ejercer la prostitución. “Contraje una deuda de 50,000 euros con la mafia y durante meses tuve que prostituirme para poder abonar ese dinero. Sólo conseguí reunir 8,000 euros en los seis meses que estuve haciendo la calle y decidí huir”, confiesa mientras muestra los cortes que le ocasionó en la nuca el proxeneta para quien trabajaba.

Soñaba con dar un futuro mejor a su hijo y con huir de la pobreza que asuela su país pero sus sueños se convirtieron en su peor pesadilla. “Me pegaba, me torturaba, me amenazaba con matar a mi hijo en Nigeria”, relata sin poder contener las lágrimas de la emoción.

“Pasé muchísimo miedo porque no sabía qué hacer”, comenta de manera algo más pausada y relajada. Le cuesta relatar su historia; aún dolorosa y reciente. “Ahora lo único que quiero hacer es aprender a cocinar con Chema y a poder tener un futuro mejor y alejado de las calles y de la prostitución”, se sincera.

“Son héroes. Estos son los verdaderos héroes y modelos que tenemos que seguir”, confiesa Chema De Isidro orgulloso de sus alumnos.

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