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Las torturas a saharauis en cárceles marroquíes, según el auto del juez Ruz

Campamento de refugiados saharuis en Dajla (Sáhara Occidental). / Juan Luis Sánchez.

Laura Olías

Quemaduras de cigarros, asfixia con toallas empapadas en lejía, golpes aplicados con ingenio con el único objetivo de hacer sufrir lo máximo posible a sus víctimas. El juez Pablo Ruz recoge en el auto en el que imputa a once altos cargos y militares marroquíes por un presunto delito de genocidio contra la población saharahui un manual del horror, con escenas con nombres y apellidos de las víctimas y los verdugos. Hechos con protagonistas como Hadram Abderrahman Bada y Mohamed-Buia Hosein, cuyos relatos han permitido este primer paso para juzgar a los responsables de los abusos que marcaron sus vidas.

El 15 de diciembre de 1975, Hadram Abderrahman Bada, de 25 años, estaba amamantando a su bebé en su casa, “cuando sobre las 15 horas soldados de las FAR marroquíes penetraron violentamente en la casa”, recoge el auto judicial. Llevaron a Hadram al Cuartel de Smara de las Fuerzas Armadas Reales (F.A.R.) marroquíes y de la Gendarmería Real, “cuyos máximos responsables eran desde finales de 1975 el Coronel Abdelhak Lemdaour, del Ejército marroquí, y el Teniente Driss Sbai, de la Gendarmería Real”.

En los tres meses en los que estuvo detenida, hasta que se la liberó sin ningún juicio previo y sin justificarle el motivo de su arresto, a Hadram “le pusieron una venda en los ojos de manera que no podía ver nada y a continuación le sentaron en una silla atada de pies y manos y le golpearon; también le sentaron en un banco en posturas dolorosas de tal manera que podían golpear las plantas de los pies y los tobillos con porras”. Es solo el inicio de una pormenorizala lista de abusos, entre los que se encuentran supenderla de una “barra atada del cuello y espalda mientras la golpeaban y balanceaban”, las quemaduras con cigarrillos, la bebida mezclada con orines y la comida aderezada con “trozos de cristales” y los abusos sexuales, entre otros.

La mujer recuperó la ansiada libertad después de sufrir todas esas prácticas, pero entonces no sabía que volvería a ser objeto de esta maquinaria del dolor. En 1976 los soldados marroquíes le destrozaran la barraca donde residía y en abril de 1979 “fue nuevamente detenida por los soldados de las FAR marroquíes y trasladada hasta el cuartel de Smara, donde fue sometida de nuevo a torturas”. Un mes después, volvió a ser liberada.

Su caso está dentro de los “hechos investigados en el presente sumario con autor conocido”. Hay otras experiencias, como los tiros que escuchó Abba Ali Said Daf, cuyos ejecutores carecen de rostro. La noche del 12 de febrero de 1976 quedó retratada con los gritos y las ráfagas que se cobraron la vida de “Bachir Salma Da (el primo de Abba Said, de 14 años); Salma Daf Sidi Salec (padre del anterior); Sidi Salec Salma; Salama Mohamed-Ali Sidahmed Elkarcha; Salama Mohamed y Sidahmed Segri Yumani”.

La identificación de estas seis personas, junto a la de los pastores Mohamed Mulud Mohamend Lamin Maimun y Mohamed Abdelahe Ramdan, por un equipo de investigación de la Universidad del País Vasco ha configurado una pieza clave –según el sumario de Ruz– para la investigación que ha sostenido la imputación de los responsables marroquíes.

Objetivo: destruir a los saharauis

Relatos como el que siguen permiten a Ruz afirmar que “desde noviembre de 1975 y hasta 1991, se produjo de una manera generalizada un ataque sistemático contra la población civil saharaui (...) debido precisamente a dicho origen con la finalidad de destruir total o parcialmente dicho grupo de población y para apoderarse del territorio del Sahara Occidental. Además de las detenciones, se produjeron encarcelamientos prolongados sin juicio, algunos durante muchos años, y torturas a personas saharauis por parte de funcionarios militares y policiales marroquíes en diversos centros oficiales de detención ubicados tanto en territorio del Sahara Occidental como en Marruecos”. La finalidad: “Ocupar el territorio del Sáhara Occidental y tomar posesión del mismo”.

El testimonio de Brahim Mohamed Salem Omar –detenido el 14 de abril de 1976, cuando tenía 22 años, y también el 17 de enero de 1977– da cuenta de una de las escenas más despiadadas del auto: “Durante el tiempo que estuvo en el cuartel de Smara (...) presenció como Mariam Mohamed Salem dio a luz en la cárcel y al recién nacido le cortaron los dedos y se los trajeron después a la madre entre la comida”.

Brahim también fue torturado y aportó la identidad de tres de sus maltratadores: el Coronel Lamarti, el Teniente de la Gendarmería Real Muley Ahmed Albourkadi y el funcionario Lehsan Chaf Yeudan. “El coronel ordenó que le ataran las extremidades del cuerpo con cuerdas y se las separaran, aplicándole este sistema de tortura. También le aplicaron descargas eléctricas en mejillas y lengua y fue sometido a golpes con cuerdas en una celda”.

Allí estuvo dos meses y trece días. En ese periodo, Brahim también vio cómo “prendieron fuego vivo a uno de los prisioneros, Mohamed Salem Bamousia, mayor de 70 años, al que envolvieron en unas mantas, lo rociaron con gasolina y lo quemaron; y a otro de los prisioneros le clavaron las manos y los pies a una mesa con hierros”.

Algunos lugares tomaron el nombre de su leyenda, fruto los testimonios que definían sus tácticas, como la “Cárcel Negra” de Smara, responsabilidad del Coronel Abdelhak Lemdaour y el Teniente Driss Sbai en El Aaiún.

Víctima de torturas hasta en tres ocasiones

Al igual que Hadram Abderrahman Bada, Mohamed-Buia Hosein tuvo que regresar a las cárceles del terror después de haber logrado salir con vida de sus muros. Fue detenido hasta en tres ocasiones. La primera, en 1977, estuvo en el cuartel de Bensergau en Agudir. Allí fue torturado “y durante algunos de tales interrogatorios estaba presente el gobernador de El Aaiun, Said Ouassou”. Dos años después, los marroquíes le volvieron a privar de libertad y las técnicas no habían cambiado.

“Allí fue torturado durante 11 días: le colocaban atado sobre una tabla con la cabeza suelta hacia arriba y le ponían en la boca un trapo mojado con lejía y sal, hasta que le provocaba la asfixia. También le ataron, con el cuerpo boca arriba, sobre una tabla con los pies atados fuertes con un alambre (para que la sangre se concentrara en dicha parte y los golpes dolieran más), golpeándole las plantas de los pies con una pieza de metal ('falaka')”.

En 1981, volvió a ser detenido y torturado. Esta vez, fue encarcelado en Kalaat Magouna hasta el 17 de julio de 1991, “10 años y 6 meses después de su detención sin haberse celebrado juicio ni ser informado de los motivos concretos de su detención salvo el hecho de ser saharaui”, recoge Ruz.

La madre de Mohamed Jalil Ayach “escuchó cómo torturaron a su hijo durante 8 días”, al igual que Aminatu Haidar, presas en la misma celda del antiguo Batallón de Instrucción de Reclutas español de la costa de El Aaiún. La madre escuchó los actos que le quitarían a su hijo para siempre: Mohamed Jalil Ayach “murió como consecuencia de ello, pues después de haberle golpeado duramente le dejaron en un habitáculo donde iban los prisioneros a hacer sus necesidades, lugar en el que estuvo varios días sin ser atendido de sus heridas, agonizando, hasta que finalmente falleció”. Dichas torturas, continúa el texto de la Audiencia Nacional, “fueron ordenadas personalmente por Hariz el Arbi, quien estaba en el cuartel”.

Por estos y otros hechos contenidos en el sumario, el magistrado exige además la “busca, detención e ingreso en prisión” del gobernador de la Administración Territorial del Ministerio del Interior hasta 1997, Abdelhafid Ben Hachem; el gobernador de Smara entre 1976 y 1978, Said Ouassou; el subgobernador de la provincia, Hassan Uychen; los inspectores de Policía en El Aaiún Brahim Ben Sami y Hariz El Arbi; el coronel de las Fuerzas Armadas Abdelhak Lemdaour y el teniente de la Gendermaría Real Driss Sbai.

Otras historias quedan en la oscuridad. Aquellas en las que no hubo un superviviviente como Aminatu Haidar para narrar cómo una madre escuchó los últimos días de su hijo, inundados por el dolor. Otros gritos quedaron ahogados, encerrados en la intimidad del preso y el interrogador.

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