Refugiados en Hungría: “¿Qué hace la Unión Europea? ¿Cuándo decide sobre nosotros?”
Han llegado hasta aquí tras cruzar un mar y varias fronteras y no van a dar marcha atrás. En sus miradas se adivinan las tragedias de las que huyen, el cansancio, la perplejidad. Muchos son sirios, pero también hay iraquíes, afganos, eritreos o incluso argelinos.
“Escapamos del infierno”, nos dice Samira, una joven siria que nos coge de la mano para contarnos su historia. En sus brazos lleva un bebé que no ha cumplido aún tres meses. Con él aguarda su turno para usar los escasos cinco baños móviles instalados en uno de los laterales de la plaza de la estación de tren Keleti. En torno a las letrinas se ha formado un enorme charco de agua mezclada con orines, a causa de una avería que las autoridades no se han preocupado de reparar.
“Estamos completamente desasistidos”, protesta Mohamed, un iraquí entrado en años que huye de la violencia sectaria desatada en su país desde hace tiempo.
La “marcha de la esperanza”
Aún así, los refugiados no se rinden y por eso este viernes iniciaron una marcha a pie bautizada como la marcha de la esperanza, que arrancó desde Budapest y cuyo objetivo final es llegar hasta la frontera austriaca. A lo largo de su primer día de camino cientos de húngaros se han unido a ellos, asistiéndoles con agua, con comida, con ropa.
“Este es un hermoso gesto pacífico que explica por sí solo la lógica del ser humano buscando un lugar seguro para vivir; y todo lo demás, las políticas que se niegan a afrontar la realidad y a buscar respuestas cívicas, quedan absolutamente ridiculizadas y al descubierto ante algo tan contundente y tan humano como esta marcha”, ha explicado a eldiario.es un voluntario de la organización Migration Aid, de las pocas que asiste a los refugiados.
Horas después de que cientos de personas iniciaran el recorrido, ya entrada la madrugada fue desalojado el campamento de la estación de tren de Budapest, donde otros cientos permanecían. Las autoridades húngaras han trasladado a los refugiados hasta la frontera austriaca. Tanto Austria como Alemania han dado luz verde a su llegada y su paso.
En la mañana del viernes, el gobierno húngaro aprobaba una ley que declara delito cruzar la frontera a partir del 15 de septiembre, con penas de hasta tres años de cárcel. “Ya hemos visto el horror, esto no nos detendrán en nuestro camino hacia Alemania”, comenta un grupo de refugiados en la estación de Budapest.
Hungría es un caldo idóneo para instrumentalizar, al servicio de la xenofobia, el mayor drama humanitario registrado en Europa desde la II Guerra Mundial. Los ingredientes para ello se perciben a simple vista en este país.
Aquí en Budapest contrastan las hermosas edificaciones a orillas del Danubio, trufadas de terrazas románticas, con la enorme presencia de grupos de ultras que no tienen reparo en mostrar en público su rechazo y desprecio hacia los refugiados. Y con el absoluto abandono que sufren los refugiados por parte del gobierno húngaro, cuyo primer ministro, Víktor Orbán, integrante del Partido Popular Europeo, pretende erigirse como el salvador de “la identidad europea” frente a lo que presenta como la amenaza musulmana.
Tras engañar a cientos de refugiados para llevarlos a un campo en vez de a Austria, las autoridades procedieron anoche a desalojar de la estación de Bicske, a 40 kilómetros de Budapest, a los refugiados que permanecían allí reclamando una respuesta sensata a su situación.
Ultras buscan enfrentamiento con los refugiados
A media tarde de este viernes se desató la tensión en la estación de tren de Budapest, Keleti, de donde siguen sin salir trenes con destino a Austria o Alemania: varios ultraderechistas se acercaron a un grupo de refugiados y lanzaron dos bombas de sonido. Unos jóvenes húngaros, con una camiseta negra que los identifica como hinchas del equipo de fútbol húngaro, lanzaron improperios a los refugiados, gesticulando con ademanes provocadores. Uno de ellos lanzó una botella de cerveza que estalló en pedazos al chocar contra un joven sirio y contra varios periodistas que presenciábamos la escena.
Dicho altercado es una constatación más de lo insostenible de esta situación, en la que la solidaridad de muchos húngaros contrasta con unas políticas xenófobas y con un abandono gubernamental buscado y provocado para sumir este improvisado campo de refugiados urbano en un espacio insalubre, sucio y desatendido. Ya en la noche del viernes las autoridades cerraron la estación de metro de Keleti, antes de lo habitual, para intentar evitar sorpresas.
“Esta noche puede ser movida”, advertía un integrante de la organización Migration Aid, cuyos miembros son pequeños héroes anónimos que se encargan de repartir agua, comida y ropa a los refugiados. Se refería a la elevada presencia de ultras en la ciudad, con motivo del partido de fútbol que enfrenta a Hungría con Rumanía. “Algunos ultras han llamado a atacar a los refugiados”, nos explica otra joven húngara que acude a diario a echar una mano en la estación. “No tememos tanto por lo que pueda pasar aquí en Keleti, pero no sería la primera vez que los ultras apalearan a inmigrantes. Por eso estamos aconsejándoles que solo salgan a pasear en grandes grupos”.
En una terraza cercana a la estación varios sirios toman té mientras conversan sobre sus posibilidades de llegar a Alemania. Explican que su ciudad de origen, Hasaka, está asediada por el Daesh y que llevaban tiempo queriendo huir. “¿Tenéis alguna novedad? ¿Qué ha dicho la Unión Europea? ¿Cuándo deciden sobre nosotros?”, nos preguntan. La respuesta no podemos dársela aún.