El delirio de Eduardo Galeano, el defensor de 'los nadies'
Deliraba, lo admitía. Como no tenía el mundo que quería, Eduardo Galeano adivinaba el que soñaba. Lo imaginaba exigiendo. Cada una de sus denuncias esconde uno de sus “delirios”. Su forma de entender al ser humano, sus gritos sobre “los nadies”, su petición de responsabilidades, aspiraban a alcanzar eso que algunos llaman utopía: el estricto cumplimiento de los derechos humanos y de la justicia social.
Galeano soñaba con los pies en el suelo. Sus libros, ensayos y poemas construyen un jarro de agua fría de realidad, un espejo de incoherencias a nivel global. “Naciones Unidas han proclamado extensas listas de derechos humanos pero la inmensa mayoría de la humanidad no tienen más derecho que ver, oír y callar”, sentencia uno de sus textos más conocidos. Precisamente, el que habla de soñar. Arranca de ese mundo, “ese mundo chambón y jodido”, para empezar a exigir.
“¿Qué tal si empezamos a ejercer el jamás proclamado derecho a soñar? ¿Qué tal si deliramos por un ratito?”.
“Tienes un ojo en el microscopio y otro ojo en el telescopio”, relataba entre risas Galeano en una vieja entrevista. Admitía sentirse representado por esta descripción, con la que un periodista le había retratatado. “Por lo menos refleja muy bien mis intenciones”, corrió a aclarar su humildad.
Eso intentaba: “Ser capaz de mirar lo que no se mira, pero que merece ser mirado. Las historias de la gente anónima, que los intelectuales suelen despreciar. Ese micromundo que alienta la grandeza del universo. Y, al mismo tiempo, ser capaz de contemplar el universo desde el ojo de la cerradura. De las cosas chiquitas a asomarme a los grandes misterios de la vida, de la humana persistencia de pelear por un mundo que sea la casa de muchos; y no, la casa de poquitos y el infierno de la mayoría”, aclaró el maestro.
En esa primera parte, en esa primera mirilla de la cerradura mundial, aparecen ellos: 'Los nadies'.
Las víctimas, los olvidados, los que dan sentido a su denuncia social. Aquellos “que no son, aunque sean”, “que no son seres humanos, sino recursos humanos”, “que no tienen nombre, sino número”, “que no tienen cara, sino brazos”... “Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata”.
La sordera selectiva: 'Muros'
Los migrantes también recibieron buena parte de su atención a lo largo de su trayectoria: “Esa gente que aspira ser tratada como se trata al dinero”, solía reflexionar. También se fijó en parte de la infraestructura que se lo impedía, los muros, tan desiguales entre ellos.
“¿Por qué será que hay muros tan altisonantes y muros tan mudos? ¿Será por los muros de la incomunicación, que los grandes medios de comunicación construyen cada día?”, se preguntaba el uruguayo en uno de sus textos. “Por fin, ese muro, que merecía caer, cayó. Pero otros muros han brotado, siguen brotando, en el mundo, y aunque son mucho más grandes que el de Berlín, de ellos se habla poco o nada”.
Sáhara, Cisjordania, las vallas de Ceuta y Melilla, México... Su indignación se aceleraba mientras mencionaba a todos ellos pero, en su poema 'Muros', desliza especial sensibilidad por aquel levantado por Marruecos para dividir los territorios ocupados de los liberados del Sáhara Occidental, el segundo más largo del mundo. 60 veces más grande que el de Berlin. Habla de sordera simulada.
Increpó a España y a todos aquellos países que, decía, parecían no escuchar a pesar de tener mucho que decir. Sobre todo, como en muchos de sus ensayos, puso el foco en la dejadez de la comunidad internacional. “Mil y una resoluciones de las Naciones Unidas han confirmado el derecho a la autodeterminación del pueblo saharaui. ¿De qué han servido esas resoluciones?”. Como de costumbre, se responde a sí mismo: “El patriotismo es, hoy por hoy, un privilegio de las naciones dominantes. Cuando lo practican las naciones dominadas, el patriotismo se hace sospechoso de populismo o terrorismo, o simplemente no merece la menor atención”.
¿Qué es eso de 'subdesarrollo'?
Desde ese micromundo de pequeñas barbaries rastrea las causas de la desigualdad y la injusticia. Apunta a los supuestos responsables para “adivinar otro mundo posible”. Toma su telescopio, y retorna al pasado para encontrarlos.
“El subdesarrollo no es una etapa en el camino del desarrollo, no estamos viviendo la infancia del desarrollo, el subdesarrollo es el resultado histórico del desarrollo ajeno, una historia que para América Latina tiene cinco siglos de edad”, reiteró una y otra vez Galeano en otro de sus conocidos poemas. Su tierra estaba clavada en su mente, como ejemplo del expolio de los recursos ajenos, de esa “riqueza que nunca es inocente porque de algún modo —añade el uruguayo— todas las riquezas han resultado de un proceso histórico de estafa colosal. Los ricos dicen a los pobres: 'si se portan bien, serán como nosotros”.
Su libro estrella, 'Las venas abiertas de América Latina' (1971), denominado por muchos seguidores como la 'Biblia Latinoamericana', se sumerge en el “saqueo” de los recursos naturales de la región por parte de los imperios coloniales y los Estados imperialistas. Un recorrido por su historia desde el siglo XVI hasta el XIX para ahondar, desde su microscopio, por qué el Sur estaba como estaba.
También recibió críticas, encabezadas por su propia autoexigencia: “No tenía conocimientos de economía ni de política cuando lo escribí”, reconoció el escirtor durante las décadas posteriores. “No sería capaz de leer el libro de nuevo. Esa prosa de izquierda tradicional es pesadísima”.
Dos años después de su publicación, tuvo lugar el golpe de Estado en su país, Uruguay, que cayó en manos de la dictadura de Juan María Bordaberry Arocena. Su obra forzó a Galeano al exilio.
En sus años como exiliado mantuvo su intención de acudir al encuentro de los “culpables” escondidos tras ese orden mundial que, consideraba, permanece “patas arriba”: “Se busca a los secuestradores de países, se busca a los estranguladores de salarios y a los exterminadores de empleos. Se busca a los violadores de la tierra, a los envenenadores del agua y a los ladrones del aire. Se busca a los traficantes del miedo”.
Y mientras Galeano apuntaba, continuaba su camino hacia el delirio. A la captura de “ese otro mundo posible”. “Quizá este en la barriga de este que no es muy alentador. Pero sí existe otro mundo en la barriga de este mundo, esperando. No es fácil que nazca, pero hay otro mundo que puede ser latiendo en este mundo que es”, reflexionó tras pasear por las acampadas del Movimiento 15-M en Madrid y Barcelona, donde reconoció un ápice de ese universo en incubación. “Este mundo de mierda está embarazado de otro”.
¿Para qué sirve la utopía que le movía? El poeta recibió una pregunta similar en una charla impartida en una universidad de Colombia junto al director de cine argentino Fernando Birri, quién regaló a los alumnos una respuesta que el escritor uruguayo repitió hasta la saciedad.
—“La utopía está en el horizonte, yo sé que no la alcanzaré. Si yo camino diez pasos, se alejará diez pasos. Cuanto más la busque, menos la encontraré. Porque se aleja a medida que yo me acerco”.
—“Buena pregunta entonces, ¿no?” —añadía Galeano con una sonrisa pícara.
—¿Que para qué sirve? Pues la utopía sirve para eso, para caminar.
Y caminó. Hasta el 13 de abril de 2015. Fue entonces cuando muchos callaron.
[Eduardo Galeano, tras la muerte de su amigo, el poeta Mario Benedetti, a las puertas del tanatorio, se quedó en silencio frente a la prensa, hasta que pudo decir: “El dolor se dice callando”].