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Gritos, mascarillas “contra el vómito” y despliegue policial en un avión

Agentes de la Policía Nacional trasladan hasta el avión a un grupo de inmigrantes desde Melilla a la península (imagen de archivo).

Gabriela Sánchez

La tensión comenzó a vivirse cuando algunos de los internos del Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE) de Madrid recibieron las primeras notificaciones de expulsión. Aseguran que faltaban unas horas para la imposición del punto y final de su estancia en España, a pesar de que la normativa exige que deben ser advertidos 24 horas antes. Era el 12 de septiembre de 2014. El vuelo secreto de deportación organizado por el Ministerio del Interior –a través de la compañía Air Europa– salió a las 21.15 horas con destino a Dakar (Senegal) y escala en Bamako (Mali). Babacar se encontraba en el interior del avión. Desde Senegal detalla su versión de lo ocurrido aquel día.

“Yo no puse resistencia. Es muy difícil. No lo hice porque, al final, no ganas nada. Son muchos, muchos, muchos policías”, reconoce Babacar en un perfecto castellano. Sus estimaciones indican que al menos 60 agentes custodiaron el vuelo. Tanto el testimonio de Babacar como el de Mor, otro hombre senegalés expulsado en el mismo vuelo, coinciden: la Policía empleó la fuerza en el interior del avión para mermar los intentos de resistencia de las personas deportadas.

Babacar menciona el empleo de mascarillas para “frenar” el vómito que se había provocado una de las personas deportadas, así como para evitar los gritos de los tripulantes forzados del vuelo. También señala la incapacidad de los deportados para reclamar el extravío de sus pertenencias tras el aterrizaje en su país de destino. El Ministerio del Interior no ofrece información sobre este tipo de repatriaciones, pues entiende que se trata de operativos policiales.

El grupo de senegaleses y malienses fue trasladado a un autobús que les llevaría al aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas. Las manos de prácticamente todos ellos estaban engrilladas con cuerdas negras, describe. Los primeros signos de resistencia comenzaron en aquel momento y, según Babacar, fueron reprimidos por los agentes que les acompañaban.

“Cuando estábamos en el autobús, un chico al que aún no les había dado tiempo a atarle las manos comenzó a resistir. Entonces, un policía puso sus rodillas encima de él, sobre el asiento. A una chica le pusieron las rodillas encima del cuello. Ella gritaba: 'Me estoy haciendo daño, me estoy haciendo daño', recuerda Babacar ya desde su país de origen. ”Gritaba y gritaba: 'Dejadme, me voy a portar bien“.

En el momento de ser trasladados al avión, algunas personas “se soltaron” e intentaron huir. Babacar prosigue su relato: “Los policías fueron a por ellos. Cada uno llevaba una cuerda negra que ataba sus manos. Entonces, empezaron a ponernos unas esposas de metal”.

“Uno se había vuelto loco. No paraba... Otra persona que estaba a mi lado empezó a resistir, y la pusieron en el suelo. Estaba muy mal, continuó así durante gran parte del viaje. Le subieron al avión a la fuerza”, relata Babacar, unas semanas después de regresar de forma forzosa a su país de origen, tras pasar ocho años en España.

El senegalés recuerda las manos ensangrentadas de otro compatriota. “Se llamaba como yo, Babacar. Llevaba las manos heridas. Debió de hacerse daño mientras resistía, con los bloqueos de la fuerza de la Policía. ”Mientras el avión despegaba, gritaba, gritaba que tenía depresión“.

“Estaba muy nervioso e intentaba vomitar. Los agentes le tapaban la boca. Cerca de ocho policías estaban delante de él, para controlarle”, describe Babacar. “Como empezó a devolver, le pusieron una especie de mascarilla. Él gritaba, y le mandaban callar. 'Cállate, hombre', le decían”.

Uno de los policías llamó al médico para que mirase sus heridas, señala el senegalés. “Él gritaba que le quitasen las esposas, que le pusiesen la cuerda negra. Él gritaba mientras intentaba vomitar. Las manos sangraban; pero no le retiraban los grilletes”.

El infierno continuó. “Consiguió que se deshiciesen de la mascarilla y siguió vomitando y gritando para que sustituyesen los metales por la cuerda”.

No era el único que mostraba su desesperación en el interior del avión. “Un maliense estuvo gritando durante casi todo el trayecto. Cerca de seis policías lo rodeaban. Él no hablaba español, porque era 'nuevo'. No sé qué decía, le tapaban la boca. Al final le cubrieron los ojos, imagino que para que se tranquilizase. 15 o 20 minutos después se quedó dormido”, describe el senegalés.

“Yo no puse resistencia. Si ves lo mal que lo pasa el resto de tus compañeros, te das cuenta de que no merece la pena. Antes decían que, si una persona se oponía, el vuelo se cancelaba o no se subían en él. Pero, por lo que he visto, eso ya ha acabado. Son muchos, muchos, muchos policías. No puedes hacer nada”.

Devolución de objetos personales

Tras el aterrizaje, los agentes que custodiaban el vuelo repartieron un paquete con las pertenencias de cada uno, aquellas que les habían requisado durante su internamiento en el CIE de Madrid: cartera, móviles, llaves, etc. De esta forma se controla también la realización de fotografías en el interior del vuelo.

Sin embargo, Babacar asegura que nadie le entregó su paquete. “Yo tenía dos móviles, uno de ellos era de una buena marca, y no me los devolvieron. Al resto, sí, pero a mí no. Le pregunté a la Policía, y no me hacían mucho caso. Me dijeron que quizá estaba en mi maleta. Pensé que quizá me lo habían metido ellos. Pero no, no estaba”, denuncia.

—¿No había forma de reclamar?

—[Risas]

—Ahí no puedes, no puedes... No puedes protestar. No te dejan.

La llegada

Babacar vive en una ciudad alejada de la capital, Dakar, destino del vuelo. A su llegada no sabía dónde iba a pasar la noche. “No quería que mi familia se enterase de que estaba en el CIE, así que no les avisé de que volvía”, reconoce. A su llegada conoció a un chico que le ofreció ayuda: “Me dejó dormir en su casa, me ayudó mucho”.

Unos días después regresó a su casa. “No he querido dar muchos detalles. No cuento mucho. Me duele. También me alegro mucho de volver a verlos... Es difícil”, afirma el senegalés. Llevaba siete años en España, desde su llegada en patera a Canarias. Viajó junto a 97 personas. “Cuatro de ellas murieron en el viaje”, recuerda. Trabajó de agricultor durante tres años. Hasta que llegó la crisis. “En 2009 empezó a haber más control, entraba la Guardia Civil con los caballos para pedir los papeles de los empleados. La multa era muy alta y los dueños no querían arriesgarse”. Durante los años siguientes continuó su búsqueda de empleo, esta vez en Zaragoza.

“Ahora he vuelto sin nada. Estoy en la misma situación por la que arriesgué mi vida por llegar a España. Pero he vuelto con la cabeza alta y con experiencias de otros países”, concluye desde Senegal.

148 vuelos en 2013

Los vuelos de deportación que parten de territorio español pueden ser de dos tipos: los fletados por el Ministerio del Interior en solitario –como la repatriación del 12 de septiembre– o los efectuados en colaboración con la Agencia Europea de Control de la Frontera Exterior (FRONTEX).

En la actualidad, la única institución que proporciona datos sobre este asunto es el Mecanismo Nacional de Prevención de la Tortura (MNP), es decir, el Defensor del Pueblo. Según su último informe, España fletó en solitario o en coordinación con Frontex 148 vuelos de repatriación el año pasado con los que se deportó a 3.111 inmigrantes, según informa Europa Press.

Frontex participó en 18 vuelos conjuntos organizados por distintos países de Frontex con los que deportó a 445 personas a destinos como Lagos (Nigeria), Islamabad (Pakistán), Tirana (Albania), Tiflis (Georgia), Quito (Ecuador), Bogotá (Colombia) o Kiev (Ucrania).

Asimismo, España fletó mediante la Comisaría General de Extranjería y Fronteras 15 vuelos internacionales en solitario, que llevaron a 648 inmigrantes a Nigeria, Senegal, Ghana, Mauritania, Colombia, Ecuador y República Dominicana en distintas fechas del año pasado. Todos salieron de Madrid y siete hicieron escala en Tenerife, Las Palmas y Málaga.

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