¿Una educación que combate la pobreza y la desigualdad?
“Yo no fui ni un día a la escuela (….) Yo sufro porque no sé leer ni escribir, sólo sé hablar, me daba cuenta de lo importante que es ir a la escuela, porque en ella se aprenden muchas cosas. Por eso ahora mando a mis hijas e hijos a la escuela, ellos aprenden a leer y escribir en los dos idiomas y en castilla (español), para que no les pase lo que me sucede a mí”. Ana Victoria Luis de Cruz, Guatemala.
Como Ana Victoria, 58 millones de niños y niñas no van a la escuela. Son 250 millones los niños, niñas y jóvenes que ven vulnerado su derecho a recibir una educación de calidad bien porque no tienen acceso, bien porque abandonan la escuela tempranamente, o bien porque, a pesar de haber estado matriculados en la escuela, la calidad de su educación es tan deficiente que no aprenden los conocimientos básicos para desenvolverse en la vida.
En Entreculturas conocemos los rostros e historias de miles de niños, niñas y jóvenes pertenecientes a los grupos y colectivos más vulnerables que no reciben una educación de calidad y que, en consecuencia, se ven abocados a continuar con una vida de pobreza y marginación, sin posibilidades de un futuro digno. Son los niños y, sobre todo las niñas, que viven en zonas rurales remotas, en países en conflicto, que pertenecen a minorías étnicas, que tienen algún tipo de discapacidad, están en situación de refugio, desplazamiento y migración o con otros factores de exclusión.
Cuando uno o más factores de exclusión se juntan, es decir, si eres niña, indígena y migrante, como Ana Victoria, la exclusión, también la educativa, se multiplica. Por eso, desde Entreculturas hemos lanzado este año la campaña La Silla Roja para concienciar de la importancia de una educación para todos y todas sin ninguna discriminación y exclusión.
Esta situación educativa es un reflejo de la situación de pobreza y desigualdad de un mundo, en el que el 8% de la población más rica tiene el 50% de los recursos y el 92%- la inmensa mayoría- el 50% restante y en el que más de 1300 millones de personas viven con menos de un dólar al día. Las consecuencias de la desigualdad en la educación son también devastadoras: tal y como alerta UNESCO, hay 175 millones de jóvenes de países de ingresos bajos y medio bajos que son incapaces de leer una frase o parte de ella.
Estamos convencidos del potencial transformador de la educación. La educación es la herramienta más poderosa para mejorar las vidas de las personas, multiplicar oportunidades y transformar el mundo. Pero para ello, es necesario que la educación sea de calidad e inclusiva, que no perpetúe las desigualdades existentes, sino que contribuya a crear un modelo social más equitativo y justo. Y es que, detrás de un modelo educativo, hay un modelo de sociedad. Avanzar en el camino de la educación inclusiva supone promover una sociedad en la que las desigualdades sean cada vez menores, pacífica y respetuosa con las diferencias para enriquecerse con ellas.
Pero ¿a qué nos referimos al hablar de educación inclusiva? Una educación inclusiva implica valorar la diversidad y considerarla como una riqueza. Supone que sea el sistema educativo el que se adapte a las necesidades de niños y niñas. Esto, que parece de cajón, no es la regla general. La realidad es que en la mayoría de los casos, son los niños y niñas los que tienen que adaptarse a sistemas educativos estandarizados que no tienen en cuenta sus necesidades específicas. Los niños y niñas desfavorecidos simplemente son expulsados, en la práctica, por un sistema que no les tiene en cuenta. Ese sistema educativo contribuye a perpetuar y a aumentar las desigualdades existentes. Pero en la educación inclusiva, se cambia el foco: “el problema” no es el niño o niña que no se adapta, sino el sistema educativo que no le ofrece la posibilidad de desarrollar su potencial. La educación inclusiva promueve oportunidades y ofrece las condiciones necesarias para que esas oportunidades se hagan efectivas.
Para promover sistemas de educación inclusivos, hay que concienciar y sensibilizar sobre la riqueza que supone la diversidad, promover sistemas que promuevan la equidad. La escuela tiene que ser un lugar accesible y seguro, en el que las niñas puedan acudir sin temor a ser violentadas; en el que los niños y niñas con discapacidades no encuentren barreras- físicas o de otro tipo-; en el que niños y niñas pertenecientes a minorías étnicas o migrantes se sientan acogidos.
Es importante asegurar la gratuidad de la enseñanza, eliminando no sólo los costes de la matrícula, sino también los indirectos, como uniformes o materiales, que suponen obstáculos insalvables para las familias pobres. Los currículos deben ser flexibles y adaptados a las necesidades específicas en cuanto a horario, lengua, etc.
El profesorado es pieza clave. Debe haber profesorado en número suficiente, motivado, adecuadamente remunerado, y con la formación y las herramientas necesarias para afrontar exitosamente la diversidad en el aula. La participación de la comunidad educativa y el protagonismo del alumnado son también rasgos inherentes a la educación inclusiva. El camino hacia la educación inclusiva implica a muchos actores, como señala Malala Yousafzai: “El camino hacia la educación, la paz y la igualdad es largo, pero lo lograremos si lo recorremos juntos”.