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Miles de refugiados atrapados en Grecia: “Duermo en la tienda con otras 150 personas”

Decenas de refugiados en el campo de Idomeni. | Alfonso Font

Alfonso Font

Idomeni – Grecia —

Fuaad, más que responder, quiere preguntar. Quiere saber cuántas personas han podido pasar al lado macedonio de la frontera, a cuántas han aceptado en Austria, qué se dice en Alemania sobre los sirios. En Idomeni todo el mundo tiene preguntas, pero hay muy pocas respuestas. La incertidumbre y la desesperación de los cerca de 11.000 refugiados que se agolpan en el campo de refugiados va en aumento.

Mientras observa cómo la policía griega cierra el pequeño pasillo rodeado de vallas, habilitado como paso fronterizo, este joven sirio procedente de la ciudad de Daraa se queja porque ya sabe que va a pasar una nueva noche en un campamento que no deja de crecer. Según Médicos Sin Fronteras (MSF), el número de personas en Idomeni ha aumentado en 6.000 desde el pasado viernes. “Llevo ya 11 días aquí. Y nada cambia –dice Fuaad–. He enfermado desde que duermo en la tienda con otras 150 personas. La vida en este campo es muy dura”.

“La población crece cada día. Las complicaciones y los retos son enormes para los trabajadores humanitarios y los refugiados”, explica por teléfono Stella Nanou, portavoz en Atenas de la agencia de refugiados de la ONU (ACNUR). “Esperamos que Grecia y la Unión Europea hagan algo para poder encontrar una solución”.

MSF asegura que si las personas en el campo “exceden los 12.000, la situación se puede ir de las manos”, en palabras de Antonis Rigas a la agencia de noticias Reuters. Por su parte, Macedonia defiende su actuación. “Nuestra admisión diaria de inmigrantes dependerá de cuántos sean aceptados en los países de la Unión Europea”, declaró este miércoles el ministro del Interior Oliver Spasovski.

El campamento de refugiados de Idomeni se expande de forma improvisada. La respuesta humanitaria original de grandes carpas y diversas infraestructuras para cubrir las necesidades básicas de alimentación y sanidad se ha quedado pequeña. Cada vez más y más tiendas de campaña se reparten por la llanura de la zona. Las ONG señalan que continuamente se compran y se traen nuevas tiendas para poder dar cobijo a todas las personas, aunque sea un cobijo precario y frío. Al atardecer muchas familias deciden encender hogueras para entrar en calor.

Hay largas colas para recoger la ración de comida, largas colas para visitar el médico y largas colas para registrarse en el campo. La presencia policial a ambos lados de la valla también ha aumentado durante las últimas semanas. En el lado macedonio, militares vigilan que nadie pueda cruzar de forma ilegal.

Idomeni, el punto de paso a territorio macedonio, es la primera parada de las miles de personas que continúan llegando a Grecia a través de la peligrosa travesía por el mar Egeo, más de 130.000 durante los dos primeros meses del año. Y para muchos se está convirtiendo también en la última. Macedonia ha endurecido recientemente su política de aceptación de refugiados. En primer lugar, los afganos ya no pueden cruzar la frontera. La restricción se extiende a personas procedentes de Sudán, Irán, Pakistán y de todos los países excepto Siria e Irak.

En segundo lugar, para que los sirios e iraquíes puedan cruzar necesitan tener toda la documentación consigo. Y muy pocos son los afortunados que finalmente consiguen pasar. Según las estimaciones de ACNUR: el miércoles, alrededor de 400; la jornada anterior, solo 30.

Es fácil imaginar entonces por qué se dispara la tensión en el momento de cruzar a Macedonia. Los refugiados tienen que hacer cola a través de una carpa, y esta solo avanza a cuentagotas. Empujones y voces son comunes, especialmente cuando las autoridades deciden cerrar por completo el paso. Poco a poco, los agentes de seguridad hacen retroceder a las personas avanzando con sus escudos.

“Mañana volverá a ser todo igual”, señala Fuaad. “Me he gastado todo mi dinero para acabar frente a esta valla. Mis padres, que siguen en Siria, ya no me pueden enviar más, y dependo totalmente de lo que me dan las organizaciones humanitarias. Todos mis amigos están en la misma situación”.

Fuaad cuenta que tuvo que pagar dos veces por subirse a una barcaza en las costas de Turquía. La Guardia Costera turca les detectó la primera vez, a él y a la decena de personas que iban en la embarcación, y les mandó al calabozo durante dos días. La Guardia Costera griega les detectó la segunda vez, después de que el motor de la barca dejara de funcionar, y les ayudó en su último esfuerzo hasta la costa europea.

La desesperanza de los afganos

La suerte de Fuaad en Idomeni quizá cambie pronto. MSF sostiene que la media de tiempo que los refugiados suelen pasar en Idomeni es de dos semanas. Otros no tienen ni esa esperanza. Khesrow sabe que no podrá hacerlo. Ni su mujer ni su hijo de tres años. Son afganos.

“Quiero que mi hijo pueda tener una educación en Europa”, explica el joven de 23 años en mitad de una estación de servicio a poca distancia de Idomeni. “En Afganistán no hay nada, ni educación, ni trabajo”.

Ante la perspectiva de que la situación de miles de personas como Khesrow o Fuaad pueda alargarse, el Gobierno griego trata de facilitar otras instalaciones en el norte del país donde los refugiados y los inmigrantes se puedan acomodar.

En las localidades de Diavata, Nea Kavala y Herso se han habilitado centros temporales en antiguos centros militares. No obstante, muchas de las personas que son enviadas allí los abandonan para acudir a Idomeni. La sensación de estar más cerca de la soñada meta y el poco encanto de unas viejas instalaciones castrenses son las razones a las que apuntan las organizaciones humanitarias para explicar por qué muchos prefieren el suelo de Idomeni a las camas de estas instalaciones.

A las nutridas columnas de personas que caminan hacia la frontera con Macedonia por la carretera o campo a través, se suman los cientos de refugiados e inmigrantes que cada día continúan llegando a las costas helenas. Y el ritual se repite sin cesar: taxis que llevan y traen personas y griegos que aparcan su coche para repartir comida entre las familias que avanzan cargadas de bultos y ropas de abrigo. Están a punto de llegar a Idomeni, donde les espera la primera valla que Europa ha levantado para protegerse de ellos.

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