¿Y quién lo está haciendo bien con los refugiados?
- Este reportaje forma parte de la revista Refugiados, un nuevo monográfico de eldiario.es
No es todo negro, nunca lo es, pero el panorama es tan oscuro que las luces más que brillar, titilan. Haría falta coger todas y cada una de esas bombillas para componer un tejido eléctrico decente. Lo que es lo mismo, habría que sumar las prácticas aisladas de los distintos países para poder reconocer un sistema de asilo justo, eficiente y eficaz. La comunidad internacional involucrada ha conseguido reasentar 81.000 sirios de los 480.000 que, según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), necesitan un Estado urgentemente. Son 81.000. Entre más de 140 países.
Cuesta encontrar uno solo donde el derecho de asilo ocupe sobre el papel y en la práctica un lugar fundamental. Siempre hay una puerta trasera y políticas a veces contradictorias que dificultan el acceso de quienes emprenden una huida a encontrar un Estado que les proteja.
Sin embargo, hay países que han dado pasos al frente en momentos críticos y han mantenido buenos niveles, según los estándares de las ONG, en las distintas ramas del derecho al asilo: el acceso al procedimiento, la tramitación, el reconocimiento y concesión, la protección social y la integración de los refugiados. Los gobiernos que no las aplican pueden vender a su público que estas buenas prácticas son como los unicornios, muy bonitos pero que no existen; pero que otros las ejecuten prueba que, al menos, factibles son.
Acceso al procedimiento: tocar la bandera
En el acceso al procedimiento, que no es más que garantizar vías seguras para que cualquiera pueda pedir protección, hay que distinguir entre quienes abren caminos a posibles refugiados para que lleguen por su propio pie y quienes optan por ir a buscarles. También hay países con ambas compuertas abiertas pero tienen matices, como Estados Unidos. Hasta la crisis siria encabezaba el ranking mundial de solicitudes de asilo y ha reasentado a 101.494 personas entre 2014 y 2015, pero exige pisar su territorio para pedir protección, lo que sacrifica vidas por el camino.
Australia, por su parte, ha reasentado a 11.373 personas en los mismos dos años, aunque envía a centros de detención en lugares como Nauru a quienes llegan por su cuenta, niños incluidos.
En Europa destaca el caso de Alemania, que en 2014 recibió 173.000 peticiones de asilo y otras 441.800 en 2015. La sociedad gobernada por Angela Merkel fue de las primeras en presionar para responder a la emergencia en Siria. Ante la multitud de gente que llegaba al país, el Ejecutivo adoptó una decisión histórica: suspender el reglamento de Dublín, que obliga a devolver al solicitante de asilo al primer país europeo que pisó. En su caso, habrían sido Italia, Grecia y probablemente, España. Con la idea que tiene Europa del “efecto llamada”, cabría esperar que a estas alturas su economía ya se hubiese desestabilizado. Pero ahí sigue.
Sobre los visados, llama la atención el caso de Brasil que, imbuido en sus propios problemas, parece ajeno a la crisis mundial y, sin embargo, es el primer país de Latinoamérica en acogida porque desde 2014 reconoce como refugiado a todo el que pruebe ser sirio y solicite protección. Más de 2.000 personas se han beneficiado así de permisos para viajar hasta allí, en una política que prevé ampliar dos años más.
En cuanto al reasentamiento de personas, el paradigma hoy es Canadá, un país con 35,1 millones de habitantes que entre diciembre de 2014 y febrero de 2015 ha trasladado a su territorio a 25.000 refugiados por un compromiso electoral de su primer ministro, Justin Trudeau, que ofreció generosidad en lugar de mano dura. Sí, es un país enorme, pero las personas acogidas viven en los mismos núcleos urbanos que los canadienses. Su objetivo es acoger a 44.800 en total y lo gestionará con un partenariado entre el sistema público y entidades privadas para multiplicar las plazas disponibles.
No hay que olvidar, no obstante, a países que vienen trabajando el reasentamiento, como Reino Unido, que ha desplazado a su territorio a 2.396 refugiados en dos años, durante los que recibió 71.585 solicitudes de asilo. Alemania encabeza también esta clasificación en el ámbito europeo, con 5.564 personas; en Noruega han sido 3.408; un total de 3.620 en Suecia; y en Finlandia, 1.975. De hecho, la Comisión Europea programó en 2015 el reasentamiento en dos años de 22.504 junto al reparto de 160.000 que ya están en la UE. Era una luz, pero está tardando en encenderse.
Los expertos de Acnur siempre hablan en este capítulo de la solidaridad de los países limítrofes a Siria, que absorben la gran mayoría de los huidos de guerra llevando al límite sus propios sistemas. Dejando al margen las condiciones de vida de los 4,8 millones de refugiados que están en Líbano, Jordania y Turquía, país cuya conducta en frontera han denunciado reiteradamente Amnistía Internacional y Human Right Watch, el hecho es que los tres pudieron levantar vallas o emprender deportaciones masivas y no lo hicieron.
Jordania es sede del segundo campo de refugiados más grande del mundo, Zaatari, que se ha convertido en la tercera “ciudad” más poblada del país. En Líbano, aunque en equilibrio precario, uno de cada cuatro habitantes es un refugiado.
Tramitación: cuando el viaje merece la pena
Sobre la eficacia, justicia y efectividad con que los distintos países tramitan las peticiones de asilo hay pocos estudios comparativos. Son los datos de Eurostat los que dan una pista, como el porcentaje de admisión a trámite y concesión respecto de las denegaciones y el número de expedientes en espera de resolución. Constan más de 1,3 millones en toda la UE. No, en celeridad no hay muchos unicornios.
En la foto de los 28 el más guapo es Bulgaria, que admite el 91% de solicitudes que recibe. Le siguen Malta, Dinamarca y Holanda, todos por encima del 80%. En Alemania, la tasa de admisión está en el 60%, el doble que en España. Con todo, la cosa cambia con la decisión final: es Italia el país más generoso, el único de la UE que concede protección en más del 80% de los casos que examina.
La integración: última pantalla
Si hay un tema crucial para un refugiado en el país de acogida es su integración, entendida esta como la libertad y sobre todo, la oportunidad de rehacer su vida por sus propios medios, sin depender de ayudas ni tutelas públicas. El derecho de asilo implica la obligación del estado de proporcionar el trampolín para que estas personas puedan retomar las riendas. Esto supone techo, comida, sanidad y escolarización pero también idiomas, acompañamiento psicosocial, orientación al mercado de trabajo y sensibilización para prevenir la discriminación en la sociedad de acogida.
Es quizá el mayor esfuerzo que se asume cuando se acogen grupos de población pero también el más beneficioso, tanto en términos de riqueza como en estabilidad y seguridad. Cuando el sistema no es suficientemente garantista o no cumple los mínimos de la UE, la capacidad de atracción decae y tras una primera acogida esas personas se marchan. Es lo que ha convertido a unos países en lugares de tránsito y a otros, como Alemania o Suecia, en principal destino.
En un estudio en 2013, la Comisión Europea identificó algunas de estas buenas prácticas en un afán por instar al resto de Estados miembros a tomar nota, como de los partenariados entre distintas instituciones y entidades que se despliegan en Bélgica y en Alemania para gestionar la acogida; los tres años de programa de integración que ofrecen Dinamarca y Finlandia, donde además al cabo de dos años los refugiados pueden votar en elecciones municipales; o los cursos que Portugal ofrece a quienes contratan a estas personas.
Luces sin tendido eléctrico
Pero al final, cada país brilla por su cuenta. Unos salen al rescate, otros abren las puertas, otros son generosos a la hora de aceptar motivos de huida difíciles de probar y otros tejen una red de la que el refugiado no pueda caerse.
En un universo de más de 140 firmantes de la Convención de Ginebra y en un momento en que hay más de 21,3 millones de refugiados, son pocas luces y no iluminan suficiente. Si todas esas buenas prácticas se dieran en un sólo estado, se podría describir un sistema de asilo justo, eficaz y eficiente.
Para ver algo así, todo el mundo tendría que conformar un solo país y ese, probablemente, sería un lugar del que nadie necesitaría escaparse.
Eso sí es un unicornio.