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Cuatro historias de la represión israelí al pueblo palestino

Foto: Isabel Pérez

Isabel Pérez

Gaza (Palestina) —

El 29 de noviembre se celebra en todo el mundo el Día Internacional de Solidaridad con el Pueblo Palestino, un día que coincide con el aniversario de la Resolución de la ONU 181 de 1947. La resolución impuso la partición de la Palestina histórica y la creación del Estado de Israel. El Estado palestino nunca llegó a crearse y en la guerra de 1967 Israel ocupó Jerusalén Oriental, Cisjordania y Gaza.

Estas son algunas de las historias, personas con nombres y apellidos, que sufren las consecuencias de la ocupación y el bloqueo israelí.

La dificultad de visitar tu pueblo palestino en Israel

Om Mohammed está casada. Vive en la franja de Gaza, pero es natural de Baqa al-Gharbiyyah, un pueblo palestino en Israel. “Nací en Baqa y allí pasé toda mi vida hasta que me casé. Como mi marido vivía en Gaza vinimos a vivir aquí”, cuenta Om Mohammed.

Le separaban con su familia una hora y media de carretera. En esos años, Israel todavía permitía la libre circulación a través del paso fronterizo de Beit Hanún-Erez. En 1991 todo cambió.

“Con las restricciones en Erez ya no veía a mi familia en Baqa y tampoco ellos podían venir a Gaza”, continúa la mujer. “En 2004 mi padre cayó muy enfermo y presenté su certificado médico para pedir un permiso a las autoridades israelíes e ir a visitarle. Solo con ese certificado conseguí ir a verles”.

Dos años después, su padre falleció, pero Om Mohammed no pudo llegar a tiempo a darle el último adiós. “Conseguí salir de Gaza entregando su partida de defunción, no antes. No pude verle con vida, solo enterrado en el cementerio”.

Om Mohammed calla y baja la cabeza. Después de unos segundos añade: “Es una amargura. Tengo que justificar siempre por qué quiero ir a mi ciudad. Pasan las bodas familiares, las fiestas religiosas y no puedo estar con mi familia. Vivo a una hora de mi familia y no puedo verla”.

Gaza y Cisjordania, un matrimonio separado

A varios kilómetros al norte de la casa de Om Mohammed vive Samira. Ella tampoco es de Gaza sino de un campo de refugiados en Tulkarem, Cisjordania.

“Me comprometí con Hussein cuando él trabajaba en Cisjordania. Él es de Gaza pero yo no quería irme de Cisjordania. Un día, los israelíes un día lo detuvieron y lo deportaron a la franja”, aclara Samira. Para poder contraer nupcias, Samira tuvo que justificar que su comprometido estaba en Gaza y dejar atrás a su familia.

“Presentamos a las autoridades israelíes la invitación de matrimonio y el día que me permitieron ir a Gaza me puse el vestido blanco de la boda. Me acompañó todo el viaje una comitiva, cantando y tocando música. ¡Todo para convencerles de que iba a la franja a casarme!”, recuerda Samira echándose a reír.

Después de un año, Samira quiso ir de visita a Cisjordania pero el permiso fue rechazado, una y otra vez. “Cuando mi primer hijo tenía cuatro meses me dieron por fin un permiso”, recuerda Samira. “Fui a Cisjordania, pero me quedé atrapada sin poder volver a Gaza. No me dejaban volver y hablé con una organización de derechos humanos”.

Hussein entonces tuvo que operarse de cáncer y Samira comenzó a barajar todas las posibilidades para llegar hasta su marido enfermo en Gaza. “Decidí aventurarme. Entré a Jordania, luego a Egipto y de ahí a la franja de Gaza. Iba con mi hijo”, cuenta. “Ahora necesito ir a Cisjordania. Mi madre y mi hermana están enfermas. Necesito cuidar a mi madre, ella lo es todo, nos crió a todas sola porque estaba divorciada”.

Samira lleva desde mayo esperando un permiso israelí para viajar.

Los campos tras el muro

“Nos están robando nuestra tierra bajo el pretexto de seguridad”. Así de claro lo declara Sabah al-Qaddumi, un agricultor cuyos campos han quedado atrapados al otro lado del muro que Israel construyó en Qalqilia, Cisjordania.

“En 2002, los israelíes comenzaron el trabajo del muro y así confiscaron 11.800 dónums de tierra que son casi toda la tierra agrícola de nuestro pueblo, Yayus”, explica Sabah. Por protestar contra este muro, Sabah pasó cuatro años en la cárcel y ahora se ve obligado a seguir las normas israelíes a pesar de vivir bajo tierra ocupada.

“Estoy mirando mi tierra ahora mismo”, dice. “Me siento muy mal, ansioso. Imagínate. Plantas tu tierra, con todo tu esfuerzo y al final te la roban. Tenía un pozo detrás del muro y vendiendo el agua a otros campesinos obtenía 3.000 NIS al mes. He perdido el 90% de mis ingresos”.

Hoy en día, los campesinos que consiguen permisos israelíes para penetrar el muro y acceder a sus tierras son, principalmente ancianos. “Hay solidaridad entre nosotros y los que logran cruzar el muro riegan las tierras de los que no pueden entrar. Pero no se hace adecuadamente porque no dan permisos a los jóvenes que pueden trabajar y aguantar más”, apunta Sabah.

Pescadores de Gaza: bajo el umbral de la pobreza

En un apartamento de la ciudad de Gaza vive Mohammed Abu Watfa. En cada una de las cinco habitaciones viven cinco familias, la suya y las de sus hermanos. Hay un baño y una cocina, sin nevera ni ventana.

“Si los israelíes no hubieran bombardeado mi barca no estaríamos así ahora”, lamenta Mohammed. Una semana después de firmarse la tregua de 2014, la marina israelí atacó un grupo de barcas pesqueras.

“Habíamos salido a pescar y nos acercábamos a las 6 millas náuticas buscando pesca”, relata Mohammed. De repente, la marina israelí empezó a perseguirnos y yo conduje mi barca a toda velocidad hacia la costa de Gaza“.

Los otros cuatro pescadores saltaron al mar y nadaron justo antes de caer un obús israelí sobre la barca. “Yo estaba todavía conduciendo, quería salvar lo único que tenía para ganarme la vida. Y bombardearon. Estuve una semana en coma en el hospital”, recuerda con dolor.

La familia de pescadores está arruinada, endeudada y lo único que pueden vender es lo que pescan desde la playa. “Cada día podemos conseguir 50 NIS [10€], eso para 14 personas, niños y adultos. Pero la mayor parte es para pagar las deudas. Y así están la mayor parte de pescadores de Gaza”, asiente Mohammed.

El plan secreto israelí en el Negev

Las familias beduinas palestinas que viven en el Negev, Israel, están librando una casi silenciosa lucha. Attiyah al-'Azam, del Consejo Regional de Localidades No Reconocidas en el Naqab (Negev) cuenta que son alrededor de 46 pueblos beduinos que cada día se enfrentan a las políticas israelíes, mientras viven en completa negligencia como ciudadanos israelíes.

“Las autoridades tienen planes de eliminar nuestros pueblos, confiscar nuestra tierra y construir asentamientos”, afirma tajante Attiyah. “En nuestros pueblos no hay ningún tipo de servicio ni de salud ni de recogida de basura, o de canalización de agua usada”.

Sin carreteras asfaltadas, ni colegios, los habitantes originarios del Negev denuncian que hay planes secretos de limpieza étnica. “El ministro israelí de Agricultura, Uri Ariel, a parte del famoso Plan Prawer, tiene un nuevo plan: quiere confiscar nuestra tierra y darnos solo un 10 y 20%. Nos quiere echar”, clama Attiyah.

Las llamadas 'patrullas verdes', conocidas como patrullas negras entre los beduinos, se encargan de vigilar que no haya nuevas construcciones en el Negev, además de destruir casas o confiscar ganado.

Attiyah al-'Azamin es otro beduino palestino y su casa fue demolida el pasado 4 de agosto. “Vivo en la carretera entre Beersheva y Dimona. Somos un pueblo con papeles de propiedad desde la época de los otomanos”, asegura al-'Azamin. “El 10 de julio nos ordenaron evacuar la casa. No nos fuimos. El 4 de agosto llegaron a las 6 de la mañana cientos de policías armados y dos bulldozers”.

Las fuerzas israelíes sacaron violentamente a su mujer y sus diez hijos de la casa. Uno de sus hijos, de 10 años y sordo, arrastra trauma psicológico desde entonces.

“Cuando le echaron de la casa el niño solo gritaba '¡mi audífono, mi audífono!'. Desde entonces se orina en la cama por las noches y tiene pesadillas”. La familia volvió a vivir en ese mismo lugar bajo una tienda levantada por los propios vecinos.

“No queremos nada de Israel, no queremos sus servicios. Queremos vivir en nuestra tierra, con dignidad. ¿Qué ganan echándonos? ¡Solo ganan más enemigos! Los que nos hacen esto, no tendrán misericordia en la historia”, asevera el beduino.

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