Huir de un país en guerra para ser perseguido por neonazis en Alemania
Cindy y su hija Jasmina han salido hoy de casa con medio cuarto a cuestas. “Mi hija tiene tantos juguetes, y estas personas aquí no tienen nada”. Se refiere a los solicitantes de asilo que desde el lunes se han mudado a vivir a un albergue improvisado en una antigua escuela en el barrio berlinés de Marzahn-Hellersdorf, al sureste de la ciudad.
Meses antes de que el centro entrase en funcionamiento, varios vecinos comenzaron a manifestarse en contra del mismo. En una charla organizada en julio por una iniciativa ciudadana en contra del albergue a la que asistieron unas 800 personas, varios líderes del partido de extrema derecha NPD fueron aplaudidos por los vecinos. Muchos de ellos llevaban camisetas con el eslogan “no al asilo” impreso en el torso.
Aumenta la tensión con la llegada de los primeros asilados
Ya el mismo lunes, cuando llegaron los primeros solicitantes de asilo, en su mayoría procedentes de países con conflictos armados como Siria y Afghanistán, varias decenas de vecinos se habían concentrado en la calle, unos para protestar y los otros para oponerse a la protesta. Los primeros asilados que llegaron, al ver el panorama, decidieron marcharse de allí nada más llegar. Por el camino hasta el metro, sujetos de la extrema derecha les lanzaron botellas de cerveza. Uno de los presentes realizó el saludo hitleriano, siendo aplaudido por unos, abucheado por otros y detenido por la policía.
Al día siguiente, la información corrió por las redes sociales y unas 800 personas se presentaron por la tarde frente al asilo para manifestarse en contra de los neonazis del NPD, que trataron de organizar una concentración a las seis de la tarde. La protesta duró hasta bien entrada la madrugada.
Los refugiados no tienen nada que decir
En la puerta de la antigua escuela, un viejo edificio construido en tiempos de la antigua República Democrática Alemana, dos personas se encargan de la seguridad del edificio. “Ayer los asilados estaban muertos de miedo, no sabían si toda esa gente estaba aquí para manifestarse en su contra. Nosotros les tranquilizamos y les íbamos diciendo quienes son los buenos y quienes los malos”, explica uno de los porteros.
Dos pasos más allá se encuentra el campamento que han montado varios ciudadanos de forma espontánea “para proteger a los refugiados, para informar y para que no vuelvan a manifestarse en su contra”, explica una joven que prefiere no dar su nombre a la prensa. Sobre el campamento, una gran pancarta con el lema “el racismo mata”.
Entre ambos se encuentran dos furgonetas llenas de policías antidisturbios. Desde hace cuatro días vigilan el edificio. El martes fueron hasta 250 los policías que trataban de separar a los manifestantes de los neonazis del NPD. Sin embargo, alguno de ellos resultó herido leve en las confrontaciones. Once personas fueron detenidas.
El miércoles la cuestión del asilo en el este berlinés llegaba a las altas esferas de la política alemana y el ministerio del interior ha convocado una reunión de urgencia. El alcalde de Berlín, del partido socialdemócrata SPD, Klaus Wowereit, explicaba a la prensa que “Berlín es una ciudad abierta al mundo y esta apertura implica presentar una disposición de ayuda frente a los refugiados”.
Con un clima de estas características, los refugiados no se atreven a salir del asilo. Algunos miran entre los visillos de las cortinas a la prensa que se agolpa a la entrada. Ya son más de cien personas concentradas en el edificio, con capacidad para 400. Solamente uno de ellos ha hablado con la prensa, un joven paquistaní, refugiado político que había estudiado ciencias económicas en su país y que tenía un negocio. Lo contaba el diario local BZ con el título “¿Qué tenéis en mi contra?”.
El sistema de asilos, muy criticado
Preguntando a los vecinos se llega a la conclusión de que tanto ellos como los activistas que defienden a los refugiados están en contra de albergues de estas características. Lars (nombre ficticio) opina que “cada vez hay más solicitantes de asilo porque en sus países se montan guerras en parte programadas y azuzadas desde los centros de poder como Alemania”. Una vez las personas llegan al país y se les da el asilo que manda la ley internacional “no se les puede tratar de este modo y meterlos en centros como éste donde no pueden integrarse en la sociedad”.
Por toda Alemania se encuentran instalaciones como la que acaban de abrir en Berlín. En la mayoría de los casos se trata de viejas casetas militares o de edificios abandonados en los que las organizaciones no gubernamentales denuncian desde hace décadas las penosas condiciones en que se aloja a los refugiados. Varios medios han publicado reportajes explicando que, al contrario de lo que podría esperarse, una plaza en dichos centros resulta más cara que alojarlos en viviendas normales. Todo un negocio gira alrededor de los centros, destartalados, con problemas de humedad, ratas, muebles rotos. La prensa tiene prohibido el paso a estos asilos, a no ser que lo pidan por escrito. En ese caso se les permite solamente la entrada a los asilos que presentan mejores condiciones, o a las partes de los centros que no están tan desastrosas.
Por otro lado, los albergues se ubican en muchos casos a las afueras de las ciudades, por lo que los refugiados permanecen aislados de la sociedad alemana. “Que no lo pongan en un centro urbano donde viven las personas”, pedía un vecino del albergue berlinés a la televisión pública el lunes durante la protesta.
Por todo esto, y por varias leyes que impiden a los solicitantes de asilo moverse del estado en el que realizan la solicitud, y trabajar durante el tiempo en el que están esperando a que la misma se resuelva, miles de refugiados están llevando a cabo protestas por toda Alemania ya desde 2012.
El detonante fue el suicidio de un asilado iraní en Wurzburgo. A partir de ahí, los refugiados organizaron una marcha a pie por todo el país que llegó a Berlín, donde mantuvieron un campamento de protesta que en invierno se trasladó a una antigua escuela, donde continúa. Por otro lado, han sido numerosas las huelgas de hambre. En Bitterfeld son cinco refugiados en este momento que no toman nada desde el día 8 y amenazan con dejar de beber agua también.