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Cómo engañan las mafias turcas a los refugiados

Traficantes Izmir (Turquía) meten a una familia de refugiados en un taxi para llevarles a la playa desde la que salen los botes hacia Grecia / Foto: Alicia Armesto y Javier Romero.

Elena Herreros Rivas

Izmir, Turquía y Lesbos, Grecia —

Se ha convertido en la estampa habitual. Decenas de botes repletos de refugiados cruzan cada día desde Turquía hasta las costas de las islas griegas. El número de personas en su interior dobla lo permitido. En la mayoría viajan más de 40 y lo hacen de la mano de las mafias turcas, los grandes beneficiados de esta situación.

Las mafias en Izmir, el lado turco

En la localidad turca de Izmir se agolpan miles de migrantes. El punto de encuentro de los simsar (mafias) con los refugiados es la plaza Basmane. Pero no todos tienen la posibilidad de hacerlo. Algunos no cuentan con el dinero suficiente para pagar su salida en bote dirección Europa. Duermen en la calle y viven de la mendicidad a la espera de recibir una transferencia que les deje continuar el viaje. La policía patrulla la zona a diario la zona, ignorando o pretendiendo ignorar lo que allí ocurre.

El proceso para contactar con las mafias es el siguiente y se repite en todos los casos: los refugiados llaman al traficante ilegal y quedan en un punto. Allí acude el intermediario, una persona de confianza del contratista. Él será quien se encargue de llevar todo el proceso.

Las calles de Izmir contiguas a la plaza Basmane están llenas de hostales pequeños. Hay más de 15 en tan solo trescientos metros. Allí alojan los simsar a los migrantes la noche antes de partir. El objetivo es claro: vigilar que no se echen atrás en su decisión de subir al bote. Es mucho dinero el que paga cada persona por el trayecto y los traficantes no quieren perderlo. Los precios oscilan. Si las condiciones meteorológicas son óptimas suelen pagar entre 1.500 euros y 2.200 euros, una cantidad que se reduce a la mitad en el caso de lluvia, viento o fuertes mareas, como nos comenta Mahmud, un hombre iraquí que tras 3 horas de viaje con su hija pequeña y su mujer llega a Lesbos exhausto. Todavía no se cree que hayan salido los 3 sanos y salvos del trayecto:

“Hemos pagado 2.000 dólares, y la niña como es pequeña paga la mitad. Es muy caro para nosotros, ¿entiendes? ¡Muy caro! Porque el salario de una persona normal es entorno a los 500 dólares. Por lo que 2.000 es muy caro. Cuando ya has hablado con ellos no hay opción de echarse atrás. Si llegamos a saber como era esto nos hubiéramos quedado en Líbano. Llevábamos allí 3 años, pero las condiciones de vida eran imposibles”.

“Nos mienten, nos dejan sin capitán: es salvarse o morir”

En Izmir, Turquía, el intermediario recoge a los migrantes en el hostal donde han dormido y los lleva a comprar los chalecos salvavidas, algo fácil teniendo en cuenta que todas las tiendas de la calle contigua a la plaza los venden independientemente del objeto de su comercio.

Los móviles son los grandes protagonistas en la plaza Basmane. Personas que andan de un lado a otro de la plaza teléfono en mano. Llaman o esperan una llamada. El nerviosismo se palpa en el ambiente de un lugar turbio que alberga traficantes ilegales que se insertan en redes muchos más amplias controladas desde Estambul. Son muchos los que mantienen el primer contacto con la mafia en esa ciudad. Es el caso de Omar, un joven sirio de 22 años que con decisión se acerca a nosotros al bajar de la lancha en Lesbos:

“Que lo sepa todo el mundo, se tiene que saber. Nos engañan al negociar con ellos. Tienes muchas opciones para elegir. Te ofrecen distintos trayectos, pero todo es mentira. Te dicen que vas a viajar un bote grande y seguro, y dicen que uno de ellos irá con nosotros como capitán, controlando la embarcación… y en el momento de la verdad no es así. Uno de nosotros tiene que capitanear el bote. Este es el gran engaño. Nos dan una lancha, nos meten en él y luego adiós. Es tú y tu suerte. Salvarte o morir”.

“Nos disparan y deshinchan el bote”

Se cuentas por miles los que llegan cada día a las costas de las islas griegas. Un goteo constante que no tiene visos de terminar pronto. Las nacionalidades de los refugiados varían. Si antes la mayoría venían de Siria, en los últimos días se ha incrementado la llegada de afganos, pakistaníes e iraníes. Huyen de guerras, de grupos terroristas que han tomado sus ciudades y de la vulneración sistemática de los derechos humanos en los países de procedencia.

Así nos lo cuenta Mohamed, un chaval libio de tan solo 18 años que tras bajar del bote con la ayuda de los socorristas españoles de PROACTIVA se acerca a nosotros llorando:

“Han matado a toda mi familia. Iba a cruzar con mi madre, éramos los únicos que quedábamos vivos de la familia. Pero al tratar de huir de Libia nos atracaron. Iban con chillos y pistolas. A mi madre la degollaron, y a mi lo intentaron pero puse el brazo entre el cuchillo y mi cuello. He tenido que cruzar solo. Tengo miedo porque me he quedado sin nadie. Además las mafias nos engañan y nos amenazan. En la playa de en frente la situación es malísima. Te obligan a subir al bote hombres violentos, con kalashnikov y una vez arriba, te apuntan a la cabeza y te piden el dinero. Te dicen: el dinero o tu vida. Y no hay otra opción”.

Desde la costa de Skala Sikamineas, la zona en la isla griega de Lesbos a la que llegan el 90% de las lanchas, se escuchan tiros en ocasiones. Sobre todo por las noches. El sonido llega desde la costa turca, como nos cuenta Mohamed nada más pisar Lesbos:

“Hay veces que subimos a la balsa y cuando ya hemos pagado y nos han soltado al mar capitaneando la lancha uno de nosotros, se acercan con otro bote, nos disparan, y lo deshinchan. Quieren que nos ahoguemos y quedarse con el motor para ponerlo en la siguiente barca. La zona turca es lo peor. Para mi una pesadilla. Gracias a Dios que estamos aquí”.

Se abrazan y besan entre ellos cuando pisan suelo europeo. Se siente a salvo y fuera de peligro. Sacan todos el móvil. Lo primero es avisar a la familia, decirles que han llegado bien y que por fin ha terminado la pesadilla de la mafia. Pero por delante les queda aún todo un periplo y más dificultades.

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