El hallazgo de diez fosas comunes y nuevas masacres apuntan a posibles crímenes de guerra en Congo
Pobres y olvidadas, pero hasta el pasado verano en paz, la provincia congoleña de Kasai Central y otras tres provincias vecinas viven desde entonces sumidas en una guerra desigual que ya ha causado al menos 400 muertos y forzado a la huida a 216.000 personas. Esta guerra enfrenta al Ejército y la policía de la República Democrática del Congo con la milicia Kamuina Nsapu, formada por grupos de campesinos, desheredados y menores de edad armados con machetes, palos y, solo a veces, con viejos kalashnikov robados a la policía.
En julio de 2016 esta milicia empezó a atacar comisarías, iglesias y edificios oficiales, los símbolos de la autoridad y del Estado. Fue el principio de una guerra que ahora se sabe que tiene más muertos de esos 400 contabilizados.
Son los que están en las diez fosas comunes cuyo hallazgo ha confirmado Naciones Unidas. Un registro macabro al que este martes se sumaron tres nombres: los de Michael J. Sharp, coordinador del Grupo de Expertos de la ONU para Congo, su colega sueca Zaida Catalán y el intérprete del equipo, Betu Thsintela, todos hallados muertos en un agujero de poca profundidad cerca de Ngombe, en Kasai Central, el escenario del conflicto.
Los tres, junto con otros tres acompañantes congoleños de los que no se sabe nada, desaparecieron el 12 de marzo cuando se dirigían a Tshimbulu, el pueblo en el que se encuentran tres de los enterramientos documentados por el organismo internacional.
Las otras siete fosas comunes están en el cercano territorio de Demba, explicó el 22 de marzo en una rueda de prensa en Kinshasa Barbara Matasconi, de la Oficina Conjunta de Naciones Unidas para los Derechos Humanos (UNJHRO) en Congo. Esta funcionaria precisó además que “existen serias alegaciones” de la existencia de otros siete enterramientos clandestinos que la organización internacional está tratando de confirmar.
Tres días antes de esta confirmación de Naciones Unidas, dos periodistas de la agencia Reuters y de la emisora francesa Radio France Internationale (RFI), respectivamente, habían denunciado la existencia no ya de tres fosas, sino de ocho en Tshimbulu. En una de ellas, huesos humanos habían aflorado de la tierra. No muy lejos, un jirón de tela roja fotografiado por los periodistas yacía entre la hierba. Los Kamuina Nsapu ciñen su frente con una banda de tela de ese color.
Las ocho fosas las han descubierto desde el mes de enero los habitantes del pueblo. Un día, al volver de su trabajo en los campos, los lugareños se toparon con una zona de tierra removida donde afloraban brazos, piernas e incluso cadáveres enteros de hombres, mujeres y niños. Una mujer que vive cerca había visto un camión militar en ese mismo lugar pocas noches antes. Este testimonio fue corroborado por otros testigos que aseguraron haber visto hombres de uniforme junto a la carretera.
En un conflicto en el que, como ha documentado Naciones Unidas, el Ejército congoleño incluso ha utilizado ametralladoras contra jóvenes armados con lanzas, los milicianos y simples civiles sospechosos de simpatizar con el grupo armado se han llevado la peor parte de la violencia. Incluso antes de hallar las fosas comunes, la ONU había calificado la respuesta del Estado congoleño ante esta rebelión de “desproporcionada”.
De acuerdo con los datos de la propia organización internacional, las tres fosas comunes documentadas en Tshimbulu datan de febrero, el mismo mes en que su oficina de derechos humanos en Congo recibió informes que alertaban de la muerte de 50 milicianos a manos del Ejército en Kasai Central entre los días 6 y 8.
Otros 101 congoleños perecieron en enfrentamientos entre miembros del grupo armado y militares en los cuatro días que siguieron, entre el 9 y el 13 de febrero. De ellos, 39 eran mujeres atrapadas en el fuego cruzado.
“Mira, mueren como animales”
A estos informes se sumó el 17 de febrero un vídeo colgado por un internauta anónimo en las redes sociales. En ese vídeo grabado con un móvil, militares congoleños masacran a sangre fría a un grupo de personas tocadas con la banda roja de los Kamuina Nsapu, cerca de la localidad de Mwanza Lomba, en Kasai Central.
En las imágenes los soldados abren fuego sin provocación alguna y luego rematan en el suelo a sus víctimas mientras se mofan de su agonía: “Mira, mueren como animales”, se regocija uno de ellos. En esta grabación, trece personas, varias de ellas mujeres muy jóvenes y también niños, mueren entre estertores. Las únicas armas que llevaban eran palos y tirachinas.
A este vídeo han seguido otros cuatro similares. Al divulgarse el primero, el portavoz gubernamental, Lambert Mende, calificó las imágenes de “grosero montaje”. Sin embargo, la creciente presión internacional que insta a Congo a investigar estos hechos ha obligar a Kinshasa a ceder en parte. El 18 de marzo la justicia militar congoleña anunció que siete militares habían sido acusados de “crímenes de guerra” por la masacre de Mwanza Lomba. Esta presión ha venido sobre todo de la ONU, Francia, Estados Unidos y la Unión Europea.
Lo que las autoridades congoleñas no han aceptado es la comisión de investigación internacional reclamada por Naciones Unidas para aclarar lo que está pasando en el centro del país. Tras el hallazgo de los cuerpos de los dos investigadores de la ONU, el gobierno congoleño se ha limitado a atribuir los asesinatos a los Kamuina Nsapu, mientras que no pocos habitantes de este país se preguntaban este martes si el equipo de la ONU había descubierto algo que hizo de ellos unos testigos incómodos.
¿Quiénes son los Kamuina Nsapu?
“Kamuina Nsapu” era el título del jefe tradicional Jean-Pierre Nsapu Pandi, abatido en agosto por las fuerzas de seguridad congoleñas. Este médico de 50 años llamó a sus paisanos a alzarse contra el Estado después de que las autoridades no reconocieran la jefatura del territorio de Dibaya, en Kasai Central, que debía haber heredado de su padre.
El desencadenante final de su enfrentamiento con el Estado fue un registro policial, en abril de 2016 mientras se encontraba de viaje en Sudáfrica, en el que, según dijo, unos sicarios a sueldo del gobernador de Kasai Central habían saqueado su casa e intentado violar a su mujer.
Fue entonces cuando Pandi llamó a sus conciudadanos a la revuelta. En una de las provincias más pobres del ya paupérrimo Congo, en la que pese a un subsuelo que rebosa de oro y diamantes sus gentes malviven con menos de 200 dólares (185 euros) anuales, sus diatribas pronto obtuvieron eco. Sus críticas al hambre, el dolor y el abandono que soportan la mayoría de los congoleños describían demasiado bien su realidad como para no provocar una reacción.
Los discursos que se le atribuyen en tshiluba, la lengua local, muy pronto azuzaron la ira incubada a la sombra de la miseria, la injusticia y los abusos de un Estado cuyos agentes estuvieron detrás del 64% de las violaciones de derechos humanos cometidas en el país en 2016. Incluidas 480 ejecuciones extrajudiciales, de acuerdo con el último informe del secretario general de la ONU sobre Congo.
Los primeros ataques de la milicia tuvieron lugar a finales de julio de 2016. El 12 de agosto, Jean-Pierre Nsapu Pandi murió en un enfrentamiento con la policía en Tshimbulu. Sus partidarios sostienen que en realidad fue ejecutado y su cadáver, emasculado.
“Atrocidades” de ambos grupos, según la ONU
Sus adeptos redoblaron entonces la violencia. El 23 de septiembre atacaron el aeropuerto de Kananga, una ciudad de más de un millón de habitantes. Naciones Unidas dice que tanto ellos como el Estado congoleño han cometido “atrocidades”. El grupo armado ha reclutado, por ejemplo, a muchos menores, incluso de cinco años, según International Crisis Group.
El gobierno de Kinshasa eleva a más de un centenar los policías muertos en enfrentamientos con este grupo armado y tilda a estos milicianos de terroristas. Incluso ha llegado a compararlos con Al Qaeda y la somalí Al Shabab, una acusación que pareció casi corroborada por un anuncio del pasado sábado. Según las autoridades, los Kamuina Nsapu habían matado y decapitado a 39 policías el día anterior.
Algunos congoleños se preguntan cómo unos milicianos armados con machetes y palos y solo en escasas ocasiones con armas de fuego, pudieron reducir y decapitar a agentes armados con fusiles kalashnikov. La versión oficial sostiene que los agentes fueron asesinados tras caer en una emboscada.