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Hibakushas: el silencio de los que sobrevivieron para contarlo

Barco de la Paz

Maribel Hernández

Barcelona —

El 6 de agosto de 1945, Sadako Sasaki tenía dos años de edad. Esa mañana, a las 8:15, el Enola Gay lanzaba sobre Hiroshima la bomba atómica. Little Boy explotaría a tan sólo 1,5 kilómetros de la casa de Sadako, transformándose en una gran bola de fuego de más de 250 metros de diámetro, capaz de elevar la temperatura en más de un millón de grados y de acabar fulminantemente con la vida de unas 80.000 personas. La pequeña logró sobrevivir a ese escenario de horror que aceleraría el fin de la Segunda Guerra Mundial, sin embargo, nueve años después enfermó de leucemia como consecuencia de la radiación. Se cuenta que fue su mejor amiga, Chizuko Hamamoto, quien le recordó una antigua leyenda según la cual si lograba realizar mil grullas de papel los dioses le concederían un deseo. Sadako murió el 25 de octubre de 1955. Había hecho 644 grullas.

Esta japonesa da nombre hoy a una escuela de Barcelona que, el pasado lunes, recibió, seguramente, una de las visitas más especiales en sus 45 años de historia: los nueve hibakushas (literalmente “persona bombardeada”) que viajan a bordo del Barco de la Paz.

“Cuando supe que en Barcelona había una escuela llamada Sadako sentí mucha curiosidad y comencé a investigar”, explica Mioko Tokiwa, miembro de Peace Boat, una ONG fundada en 1983 por cuatro universitarios japoneses. Estos jóvenes decidieron viajar a través de los países asiáticos vecinos para entender mejor el papel que Japón había jugado durante la guerra. Treinta años más tarde, el Barco de la Paz sigue surcando los mares transmitiendo mensajes antinucleares y contra la violencia en los países que visita y, al mismo tiempo, educando en la convivencia y la sostenibilidad al millar de pasajeros que deciden embarcarse en una aventura de tres meses de duración.

La visita a la Escola Sadako se engloba en las actividades del Viaje Global por un Mundo Libre de Armas Nucleares-Proyecto Hibakusha del Barco de la Paz. Esta iniciativa es uno de los múltiples proyectos que se llevan a cabo a bordo. Su objetivo principal es difundir los testimonios de quienes sobrevivieron a los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki, una suerte de ejercicio de memoria colectiva que a veces no resulta tan fácil. No siempre se encuentran las palabras adecuadas para narrar lo inefable, por eso muchos de los hibakushas optaron por el silencio. “El año pasado, mientras estábamos en Chipre, una pasajera del barco sintió la necesidad de abrirse y compartió con todos su historia por primera vez en su vida”, recuerda desde el muelle de Barcelona Laure Norest, trabajadora de la organización.

Sobrevivir para contar

Otros, como Tadashi Okamoto, han reconstruido sus recuerdos para poder contarlos a pesar de que cuando sucedieron los hechos tenían solamente 1 ó 2 años de edad. “El 6 de agosto de 1945, en el momento en que lanzaron la bomba, mi madre y yo estábamos durmiendo en casa, a dos kilómetros del lugar donde cayó. No nos dimos cuenta de que la casa se había venido abajo y habíamos quedado enterrados hasta que recuperamos la conciencia. Cuando nos despertamos todo estaba oscuro y no entendíamos qué pasaba, sentimos pánico. De repente, en medio de la oscuridad mi madre me escuchó llorar, me buscó desesperada, me cogió en brazos y, gateando, siguió la luz hasta que consiguió salir. Los edificios de alrededor estaban totalmente destruidos, era imposible reconocer el vecindario, no había caminos, la gente iba caminando en fila, con la ropa destrozada, las caras infladas, el cuerpo rojo y negro y no sabíamos por qué, todos íbamos así, haciendo cola hacia el mismo sitio”.

Pese a sobrevivir, los padres de Okamoto casi nunca hablaron de lo sucedido. Este japonés, voluntario del Museo del Memorial de la Paz de Hiroshima y guía del recorrido de lápidas del Parque Memorial, desde hace años cuenta su experiencia para que ésta sirva como herramienta “para reflexionar sobre la paz”. Reconoce haber sentido vergüenza durante mucho tiempo de sus heridas, unas cicatrices sobre el brazo izquierdo y la cabeza que fueron aumentando de tamaño a medida que se hacía mayor. “Esto me supuso mucho estrés a lo largo de los años pero hasta ahora no he sufrido ninguna enfermedad grave aunque de vez en cuando tengo una sensación inquietante que me hace sentir muy inseguro en mi propio cuerpo”, confiesa.

El miedo a enfermar y las consecuencias sobre la salud han afectado a varias generaciones. Muchos no reciben la asistencia adecuada. “El estado japonés ha puesto en marcha algunas acciones para ayudar a los hibakushas pero eso no basta, sobre todo a nivel emocional, no ha habido un reconocimiento suficiente”, constata Takashi Miyata, testigo de la bomba de Nagasaki a los cinco años de edad y entregado tras su jubilación a la tarea de compartir su testimonio especialmente en las escuelas de Primaria y Secundaria. “En estos 68 años he aprendido que lo más importante es la vida y que se tiene que hacer todo lo posible para que continúe. Las guerras rompen con esto y espero que tanto en Europa como en cualquier otro sitio se siga entendiendo la importancia de la vida y se trabaje por ello”, remata.

Los hibakushas tienen una edad media de 78 años, razón por la cual los miembros del Barco de la Paz son conscientes del reto y la progresiva dificultad de recuperar sus historias. Por ello, tratan de involucrar a los jóvenes para que ellos mismos se conviertan también en transmisores de esta memoria. En este sentido, un grupo de “Comunicadores Especiales Juveniles” acompaña a los mayores en el viaje. Muchos de ellos, como Mayu Seto, pertenecen a la tercera generación de hibakushas. Mayu, que nunca pudo escuchar el testimonio de su abuela, se ha propuesto concienciar a otros jóvenes sobre el problema de las armas y la energía nuclear.

Unos pasajeros muy especiales

La mayoría de los pasajeros del Barco de la Paz son japoneses, generalmente estudiantes o personas mayores, ya que son estos los rangos de edad que pueden permitirse un viaje de 85 días de duración a través de una veintena de países distintos. De entre los 800 ocupantes que han desembarcado en Barcelona llama especialmente la atención un joven americano. Es Ari Beser, nieto del lugarteniente Jacob Beser, el único estadounidense que estuvo dentro de los dos aviones que lanzaron las bombas sobre Hiroshima y Nagasaki.

A los 25 años, Ari es un convencido activista por la paz, sumergido con pasión en la tarea de escribir su propio libro sobre lo sucedido, de honrar a los hibakusha. Tal vez en su caso, las palabras sean la única forma de reconciliarle con su pasado. “En 2011 viajé a Japón y tuve la oportunidad de conocer a un sobrino de Sadako, había leído su libro de pequeño y jamás pensé que lo conocería a él o a su hermano. Cuando supo mi historia me propuso colaborar juntos y me regaló una de las últimas grullas que hizo Sadako. Me parecieron gente extraordinaria y muy inspiradora y me dieron fuerzas para seguir adelante”, cuenta el joven, que también ha podido conocer en persona al nieto del presidente Harry Truman, Daniel Cliffton. “Los tres, el nieto de Truman, el sobrino de Sadako y yo, fuimos juntos a Hiroshima y estuvimos allí el 6 de agosto visitando el Memorial. Juntos hemos llegado a la conclusión de la importancia de transmitir todo lo que nos ha pasado”.

Ari volverá a compartir espacio con el nieto de Truman en las próximas semanas, pues está previsto que éste se sume al pasaje del barco. Su ejemplo, junto con el de los hibakushas, refuerzan el trabajo de esta comunidad flotante por la paz de más de 35.000 toneladas de peso. Son ellos quienes provocan, como dice Mioko Tokika, que “prácticamente todo el que sube al Barco de la Paz se baje transformado de alguna manera”.

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