La huida de los palestinos de Siria, una nueva diáspora
El campo de Yarmouk, situado a las afueras de Damasco, fue durante décadas la capital del exilio palestino, pero la guerra civil en Siria ha provocado la despoblación progresiva del campo. Ahora, además, padece el acoso de los sanguinarios milicianos del Estado Islámico. Muchos de los palestinos de esta tercera diáspora han encontrado cobijo temporal en Jordania, Líbano, Turquía y otros países de Europa. Unos pocos, privilegiados, se han reasentado en Cisjordania. Esta es la historia de una familia hoy, otra vez, sin hogar: los Abbas.
Aida, palestina de 46 años, decidió dejar su casa de Yarmouk hace quince meses cuando la situación en el campo comenzó a deteriorarse con la cada vez mayor presencia del Frente Al Nusra, organización asociada a la red Al Qaida. “Llegó un momento en el que ya no podía más, así que cogí a Fahed, aprovechando que él tiene pasaporte sirio, (Aida está casada en segundas nupcias con un ciudadano sirio, lo que le dio la nacionalidad a su tercer hijo) y nos marchamos a Jordania”, comenta. “Tras divorciarme de mi segundo marido, nos vinimos aquí a Bitín, a vivir con mis padres”, añade.
Este tranquilo pueblo cisjordano, en las inmediaciones de Ramala, es hoy el hogar de una familia a pesar de todo afortunada. Aunque distantes en parentesco, las relaciones de sangre y, sobre todo, una militancia política compartida con el Presidente Mahmud Abbas fueron probablemente decisivas como carta de presentación de Aida a la hora de cruzar el paso fronterizo con Cisjordania, gestionada por la Autoridad Nacional Palestina (al menos en su 40%, las llamadas Áreas A y B, según la división territorial establecida por los Acuerdos de Oslo).
Una huída reciente que se solapa con la que ya efectuó su padre, Abdala Abbas, de 72 años, hace casi siete décadas. Nacido en Kfar Kana (ciudad situada hoy en el norte de Israel) en 1943, apenas tenía 5 años cuando sus padres decidieron marcharse al vecino Líbano tras el estallido de la Guerra de la Independencia en 1948. Al igual que los palestinos de ese primer exilio, pensaron que se trataba de una estancia temporal, y que en breve regresarían a sus hogares. Sin embargo, nunca regresaron, como otros tantos cientos de miles de palestinos que se vieron abocados a permanecer en la diáspora, incrementada tras la Guerra de los Seis Días de 1967.
“Desde Líbano, mis padres se trasladaron a Siria y se asentaron en Yarmouk”, relata Abdala desde el salón de la casa familiar que en realidad no es propiedad suya sino de unos amigos suyos que viven en Estados Unidos. En las paredes cuelgan fotografías enmarcadas del exilio. Después de 42 años de residencia en Yarmouk –con breves intervalos en Argelia y Túnez, debido a su militancia política en la OLP– Abdala asegura que es el sitio en el que más integrados se sintieron. “En Siria nos trataban como a iguales, con los mismos derechos y obligaciones, mientras que en Líbano éramos ciudadanos de segunda y en Jordania siempre pensaron que éramos como una quinta columna”, agrega.
Abdala, que estuvo diez años preso en cárceles sirias –debido a la relación de amor-odio del entonces Presidente Hafez el Assad respecto de la causa nacional palestina– presenta claras secuelas de torturas y malos tratos durante su fase de detención. Aún así, sigue defendiendo al pueblo sirio. “Ningún otro país vecino nos trató tan bien como nos trataron los sirios”, recuerda nostálgicamente. Aunque fue puesto en libertad en 1995 el régimen no le dejó salir hasta 1998, en que llegó a Ramala para hacerse funcionario de la Autoridad Nacional Palestina. “Debido a mi militancia política durante la segunda Intifada los israelíes me volvieron a encarcelar dos veces, un año cada vez”, continúa.
Una militancia política de la que se siente orgulloso, tal como atestiguan las fotografías de sus tres hijos (Amyad, Ahmed y Mohammed) junto al histórico líder del movimiento nacional palestino Yasir Arafat, en este caso tomadas en el entonces cuartel general de la OLP, situado en Túnez. Sobre la mesa de la esquina también se pueden ver otras más recientes de su nieto Fahed, bien junto al Presidente o bien junto a otros dirigentes, como por ejemplo el miembro del Comité Ejecutivo de la OLP y exembajador en Líbano Abbas Zaki. “Estamos convencidos de que Fahed será ministro algún día, pues se expresa con una convicción y elocuencia que no es normal”, dice Aida sobre su inquieto hijo de 7 años.
La implosión de Yarmouk
Si la armoniosa integración de los refugiados palestinos y los ciudadanos sirios hizo que el campo de Yarmouk llegara a albergar hasta casi medio millón de personas, la revuelta que comenzó a principios de 2011 lo convirtió en una de sus primeras víctimas colaterales. A pesar de sus habitantes intentaron permanecer al margen del conflicto, les resultó imposible. La penetración gradual del Frente al Nusra por un lado, y la emergencia de organizaciones de autodefensa como Aknaf Beit Al-Maqdis, Yaish Al-Islam o Sham Al-Rasul por otro, hicieron que los habitantes de Yarmouk se vieran obligados a tomar partido.
“Algunos apoyan a Al-Maqdis, otros al Sham, e incluso los hay que a día de hoy incluso pueden estar con el Daesh (acrónimo de Estado Islámico en árabe), pero en realidad la mayoría no está con nadie”, asegura Abdala en relación a aquellos que a pesar de la adversidad han decidido permanecer en Yarmouk. Entre ellos una de las hermanas de Abdala y, por lo tanto, tía de Aida, con la que éste intenta comunicarse a través de Skype y de Viber. “No hay conexión, lo que quiere decir que están sin electricidad”, señala Aida, que inmediatamente llama a otra pariente en Damasco para ver si sabe algo de los últimos acontecimientos en el campo de refugiados.
Una vez más la diáspora palestina –tal como le ocurriera en la década de los 70 en Jordania o en la de los 80 en Líbano– se ha visto involucrada en un conflicto ajeno pero con consecuencias en carne propia. El número de los que quedan entre la última ola de muerte y destrucción oscila entre los 5.000 y los 15.000, según las fuentes. El Comisionado General de la UNRWA (Agencia de la ONU para los refugiados palestinos), el suizo Pierre Krähenbühl, ha reconocido la incapacidad de la propia ONU para hacer frente a la gravísima crisis humanitaria.
La impotencia de la OLP
De la misma forma que la UNRWA se muestra incapaz de intervenir –debido a la limitación de su mandato legal y a un contexto de violencia extrema en el que sus propios trabajadores se encuentran en peligro de muerte dentro del fuego cruzado (entre las fuerzas regulares afines al régimen y las diferentes milicias por un lado, y el Estado Islámico y el Frente al Nusra por otro)–, la OLP se muestra igualmente impotente. Tradicionalmente laureada como el único “representante legítimo del pueblo palestino” en estos momentos no representa más que una partida dentro del presupuesto general de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), tal y como denuncian sus críticos.
Mientras que el responsable de los refugiados (unos 5 millones de personas, según las estadísticas de la UNRWA) en la OLP, Zakarías Al-Agha, aseguró a principios del mes de abril que todas las milicias palestinas –las ya mencionadas y otras como el Frente Popular de Ahmed Yibril y el Frente de Liberación Nacional– habían alcanzado un acuerdo para expulsar al Estado Islámico de Yarmouk, su Comité Ejecutivo emitía un comunicado oficial negando que la solución al problema fuera de carácter militar.
La delegación de alto nivel de la OLP que tenía prevista su visita al campo el pasado 27 de abril finalmente canceló su viaje. Unos dicen que por presiones del régimen sirio, que no desea interferencias en sus asuntos internos. Otros que por influencia de los gobierno de Arabia Saudí y Qatar, que no desean echar más leña al fuego a la lucha fratricida entre sunitas y chiítas.
La implosión del Yarmouk se ha convertido en una especie de tercera huida del pueblo palestino. Con los más afortunados como Aida y su hijo Fahed que han llegado hasta Cisjordania (que junto a la Franja de Gaza apenas representa el 22% de la Palestina histórica). O hasta Europa, como el hermano mayor de Aida, Amyad, que hoy vive en Dinamarca a la espera de poder sacar de Damasco a su esposa e hijos y tras un complicadísimo y peligroso periplo que le llevó de Siria a Turquía, pasando quince días en una embarcación hasta Italia y de allí, por fin, a Escandinavia.
El mayor de los hijos de Abdala aún tuvo suerte. Otros tantos palestinos, sirios, eritreos, somalíes o etíopes se quedan por el camino, intentando alcanzar un sueño, el de Europa, que muy pocos logran hacer realidad.